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Es la vispera del 2 de octubre y el aire tiene un peso muerto. Con una docena de flores blancas, la señora Dulce Cuéllar llega a la Plaza de las Tres Culturas en compañía de su esposo. Ella es maestra de educación primaria y una sobreviviente. Cuenta en entrevista, con un nudo en la garganta, que estuvo en el mismo lugar hace 50 años, el día de la masacre, cuando tan sólo tenía 17 y fue rescatada por su novio de entre los cuerpos caídos por las balas. Es por ellos que ha venido, como también suele hacerlo cada año.
Así como ella, cientos de personas -entre niños, jovenes, adultos y gente de la tercera edad- se congregaron en la emblemática plancha para conmemorar y desagraviar los trágicos hechos sucedios durante la represión estudiantil de 1968, con una acción coreográfica masiva convocada por la Dirección de Danza de la UNAM.
Por una hora los asistentes miraron hacia el Edificio Chihuahua, mientras hacían ejercicios de respiración y escuchaban sonidos de ecos lejanos y vientos fríos. Varios llevaban pancartas con consignas de la época, mientras que otros sólo sus cuerpos. Algunos cerraban los ojos, mientras que otros, como Dulce, lloraban en silencio.
Así fue hasta que una bengala verde se encendió en el mismo lugar donde estuvo el 2 de octubre el Consejo General de Huelga, en el tercer piso del Edificio Chihuahua. Entonces el ruido de detonaciónes de metralletas y fusiles comenzó a retumbar por toda la plaza, rebotando contra por los campanarios de la Ilgesia Parroquial de Santiago Apóstol, las ruinas del asentamiento prehispánico y las ventanas de los departamentos de la Unidad Tlatelolco.
Uno a uno cayeron los cuerpos que habían resistido, algunos con el puño en alto o la V de la victoria. En medio de la plancha, el cuerpo de uno de los participantes se desplomó sobre una bandera de México que estaba postrada sobre en el suelo. Luego, ya a oscuras, se emitió el sonido de un helicóptero acompañado de audios originales de discursos de Díaz Ordaz, el rector de entonces Javier Barros Sierra y estudiantes del 68.
Al final, entre un juego de sombras y luces que eran proyectadas sobre los cuerpos, la gente se levantó y huyó, dejando a su paso varios zapatos, como aquella noche de sangre. Los asistentes dejaron flores y veladoras por toda la plancha, encendieron copal, como símbolos para expiar el dolor de la tragedia.
Pero la acción no terminó ahí. Tras el evento se escucharon porras de la UNAM y el Politécnico y consignas de cuentas pendientes como la de los estudiantes de Ayotzinapa y los pasados sucesos violentos en Ciudad Universitaria.
Esta acción coreográfica fue impulsada por la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM y la dirección de Danza de la UNAM, como parte del Proyecto M68, que ha llevado a cabo varias actividades para conmemorar el 50 aniversario del movimiento estudiantil de 1968.
Evoé Sotelo, directora de Danza UNAM y coordinadora de la acción , dijo que con los elementos que con los que se realizó este evento no sólo se desagravió el espacio de Tlatelolco, sino que permitieron realizar una reflexión crítica de la historia y una asociación con las problematicas políticas del México actual.
"Con este ejercicio hay que pensar que los cuerpos caidos son los mismos que ahora: los de Ayotzinapa, Acteal, las muertas de Juarez y el narcotráfico. México es un país que vive sumergido en la tragedia, la violencia y la impunidad en que hemos perdido todas nuestras garantías más fundamentales. Esta acción con los cuerpos caidos es un posicionamiento político ante esta situación", comentó.