Bailaba en Auschwitz para vivir un día más, para no ser la siguiente. Edith Eger es, a sus 90 años, una superviviente del infierno nazi que se sirve de su tragedia y de todo lo que tiene en su mano para construir un mundo mejor, para luchar por la felicidad que Hitler le robó y que ella ha recuperado.

En 1944, una columna de humo que salía de donde habían llevado a su madre "para que se duchara" fue la vía por la que Eger, a los 16 años, recibió la noticia de que nunca volvería a verla, poco después de acceder al mortífero enclave nazi.

Su padre también murió a causa de la maquinaria del horror fascista, pero ella fue capaz de subsistir en un entorno de odio donde solo su sueño de ser bailarina le salvó de la muerte.

Su vida antes, durante y después de la tragedia han sido recogidas en las memorias de Eger, doctora en Psicología, en una obra titulada "La bailarina de Auschwitz" (Planeta, 2018).

"La mejor venganza contra (Adolf) Hitler es que mi libro se haya traducido al alemán y se esté vendiendo en Fráncfort", comenta en una entrevista la autora, que ahora vive en San Diego, California, tras haber emigrado a Estados Unidos en 1949.

La nonagenaria explica que si por algo consiguió sobrevivir al Holocausto es por su trabajo, para poder "ayudar a la gente que ha sido victimizada para que no sean víctimas".

Precisamente, esa es la actitud que rigió su vida en los años posteriores al genocidio, cuando se puso una meta: que sus hijos nunca vivieran lo que ella había visto.

"Nunca me retiraré. No creo en las retiradas", asegura Eger, quien considera que "nunca" superará el terror que le impuso Hitler, sino que su vida y su felicidad pasan por aceptar lo que vivió hace 74 años.

La angustia era parte de la rutina en Polonia; cada vez que entraba con su hermana en la ducha, la incertidumbre se apropiaba de ellas: ¿sería agua o gas lo que saldría de las tuberías ese día?

El ballet fue su billete a la supervivencia puesto que Joseph Mengele, el sádico médico encargado de seleccionar quién vivía en Auschwitz, pedía encuentros con ella para que bailara para él.

La escritora estuvo cerca de alcanzar su sueño, plasmado en una instantánea en blanco y negro que aún conserva, cuando formaba parte del equipo olímpico de gimnasia húngaro antes de que el nazismo le excluyera por su origen.

"Si sobrevivo hoy, mañana seré libre", repetía una y otra vez en su mente mientras reflexionaba sobre su vida más allá del campo de concentración; una fantasía junto a su amor de la adolescencia, Eric, al que nunca volvió a ver.

Después de Auschwitz, esta adolescente judía pasó por el campo de concentración de Mauthausen para continuar hasta Gunskirchen, Austria, donde con la espalda rota, moribunda y rodeada de cadáveres consiguió llamar la atención de los soldados estadounidenses que le rescataron a ella y su hermana en 1945.

Los fronteras han marcado la vida de Edith Eger desde su nacimiento en 1928 en un pueblo checoslovaco, que pasó a ser territorio húngaro en 1938 y volvió a la soberanía checa cuando ella consiguió escapar del terror nazi en 1945.

Precisamente, en 1949, su migración en familia a Estados Unidos se precipitó al verse forzados a huir del régimen comunista checoslovaco después de que las autoridades detuvieran a su marido, Bela Eger, un adinerado empresario al que el Gobierno llegó a ofrecer el puesto de ministro de Agricultura.

"Puedo convertir la tragedia en una victoria muy poderosa", subraya Eger, quien comenta que su experiencia en Auschwitz le ha convertido en una experta en estrés postraumático, lo que le permite ayudar a quienes también han sufrido una situación de maltrato.

La escritora checoslovaca destaca la importancia de "recordar lo que puede ocurrir" cuando se producen "lavados de cerebro" ante quienes intentan hacer creer que el genocidio nunca sucedió.

Entonces, en la Alemania nazi, alrededor de seis millones de personas fueron asesinadas por su origen; solo en Auschwitz, el más mortífero campo de exterminio nazi, se estima que 1,1 millones de personas -la mayoría judías- fueron asesinadas.

"En Estados Unidos, desafortunadamente, los grupos supremacistas son muy fuertes. Es algo muy triste", dice Eger, quien tuvo como mentor al psiquiatra austríaco y superviviente al terror nazi Viktor Frankl.

Esta guerrillera de la felicidad, que aún sigue ofreciendo su ayuda, pide a las nuevas generaciones que no se limiten a lidiar con lo que reciban, sino que siempre duden y elijan: "Tienes que cuestionar la autoridad antes de aceptar ciegamente las cosas, porque de otra forma se acabaría con la democracia".

vkc

Google News

TEMAS RELACIONADOS