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Más de un millón de piezas elaboradas con piedras verde-azules, denominadas genéricamente como turquesa, han sido halladas en sitios mesoamericanos de casi todas las épocas, según estimaciones del arqueólogo Phil Weigand.
Son objetos ceremoniales o suntuarios, cuyo valor estuvo determinado, en parte, por la lejanía de los yacimientos donde se obtenía el mineral. Entre todas las colecciones de adscripción azteca, maya, tolteca y mixteca, destaca una, singular por la cantidad, diversidad y calidad de manufactura de cada tesela ensamblada en los objetos, detalló el INAH en un comunicado.
Fue descubierta en el norte de México, justo donde el mineral más buscado por grupos prehispánicos era la “verdadera” piedra azul-verdosa: la turquesa química.
Hay teselas individuales que conservan el aditivo con que fueron pegadas al soporte vegetal. Foto: Melitón Tapia, INAH.
La colección de objetos de turquesa de la Zona Arqueológica de Alta Vista-Chalchihuites, ubicada a 230 kilómetros de la ciudad de Zacatecas, dentro de este estado que representa la frontera norte de Mesoamérica, es una de las más grandes e importantes de la época prehispánica.
Se integra por siete mil 100 piezas, recuperadas en diferentes excavaciones: desde un par de mosaicos hallados por Manuel Gamio en 1908, hasta las miles de teselas, cuentas, fragmentos y objetos ornamentales y ceremoniales recuperados por los arqueólogos norteamericanos J. Charles Kelley y Ellen Abbott Kelley en las décadas de 1970 y 1990, así como por arqueólogos del INAH en épocas posteriores hasta 2009.
Con una visión multidisciplinaria, la colección comenzó a estudiarse dentro del Laboratorio de Conservación Arqueológica de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de un proyecto de investigación y conservación.
Es gracias a la combinación de sus perspectivas que hoy, a 110 años del descubrimiento de Gamio y los estudios de los Kelley, se confirma que en Alta Vista hay turquesas químicas.
Son miles de laminillas tornasol, verde-azuladas; algunas, aún incrustadas a la base convexa de sortijas elaboradas en flexible cáscara de nuez, pero la mayoría disgregadas en lotes que las relacionan por la ubicación donde se hallaron, como parte de los entierros de tres personajes de alto rango, descubiertos en 1976 por los arqueólogos Kelley, en uno de los edificios más importantes de Alta Vista: la Pirámide del Sol.
Posiblemente el entierro más importante del centro-norte de México de individuos asociados con objetos de turquesa, advierte Humberto Medina. Liliana Domínguez mira detenidamente cada laminilla y contundente afirma que una parte importante en su trabajo es la observación.
Llama la atención que en cada sortija hay colocadas laminillas de diferentes tonalidades: unas más oscuras, otras más verdosas o azuladas, que en conjunto dan una intención cromática de complejo diseño.
La turquesa química es la “verdadera turquesa”, explica el investigador, el mineral está compuesto de un fosfato hidratado de aluminio y cobre, escaso debido a que para su formación se requieren condiciones geológicas muy específicas. En Mesoamérica, hasta la fecha no se han ubicado yacimientos de este mineral.
Al momento se han analizado más de mil teselas: un pequeño porcentaje que ya boceta indicios de algunas variaciones en cuanto a los elementos químicos de las piedras: menos de tres por ciento son turquesas culturales.
La región del Cañón del Chaco, en el suroeste de Estados Unidos, es el área donde más cantidad de artefactos de turquesa “verdadera” se han hallado. La experiencia del arqueólogo J.Charles Kelley se forjó en aquellas áridas tierras, al lado de importantes investigadores del Chaco, los Kelley suponían que el mineral llegaba de Nuevo México.
Su hipótesis se somete a prueba: sería interesante comprobarla porque daría mayor información sobre las relaciones que para el periodo Clásico Tardío se entablaron entre las culturas del norte, del centro de México y del suroeste de Estados Unidos, que en la época prehispánica no estaban divididos por una frontera política, advierte el arqueólogo.
La gran cantidad de “rocas de joyero” halladas en el Palacio de los Astrónomos de Alta Vista abre otra pregunta: al ser herramientas líticas con claras huellas de corte, especializadas en el trabajo de turquesa, semejantes a las del suroeste americano, aunado a la abundancia de objetos del mineral, indica que ahí hubo especialización artesanal, destaca la arqueóloga.
¿De dónde procede el mineral?, ¿dónde se manufacturaban los artefactos?, ¿cómo llegó la materia prima a Alta Vista?, ¿había artesanos especialistas y lo que se producía, se exportaba?, son preguntas por resolver.
Se integra por siete mil 100 piezas, recuperadas en diferentes excavaciones. Foto: Melitón Tapia, INAH
Si bien la colección de objetos de turquesa de Alta Vista está integrada por siete mil 100 piezas, entre mosaicos, los adornos de una mortaja, collares elaborados con miles de teselas y pendientes, una importante faceta del estudio llevado a cabo en la ENCRyM se aboca en la colección de artefactos que por su forma han sido considerados anillos.
La investigación se encuentra en su primera fase, de conteo y registro, dice Isabel Medina-González, restauradora y directora de la tesis, quien explica: “Es un trabajo de conservación que empieza con la numeración para definir qué significan los lotes de teselas. En el caso particular de los anillos, decir cuántos son.
Sabemos que por lo menos hay 15, siete de ellos restaurados con anterioridad y en exhibición en el Museo de Sitio de Alta Vista. El resto está por recuperarse”.
Medina-González advierte que la colección de Alta Vista es particular y privilegiada porque la mayoría de artefactos que la integran son poco comunes, manifiestan una alta complejidad tecnológica y de una variabilidad formal que no se encuentra en otros.
Medina-González explica que el proyecto parte de los avances de la investigación arqueológica, de experiencias de restauración previas y la consulta de archivos muy completos, no sólo de historia del sitio, sino de la descripción precisa de cada pieza hallada, con fotografías y dibujos, lo que permitirá la recuperación de los objetos.
Mientras las restauradoras cuentan, clasifican y reflexionan sobre sus observaciones y los químicos analizan los componentes; los arqueólogos cruzan información sobre los contextos, revisando textos y fotografías. Como en el juego de memoria, cada imagen será agrupada con su par de turquesa.