Anaa Yoots
  
​​​​«Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir.»
saki,  Sredni Vashtar


 Aurora se alegró al ver a la palomilla blanca: sería día de tormenta. El insecto era una mezcla pálida entre mosca y mariposa que daba vueltas en el alféizar de la ventana, como un juguete descompuesto.  Su abuela, antes de morir, le había contado que las palomillas blancas que se atreven a entrar en las casas en verano anuncian el inicio de las lluvias y una buena colecta de chicatanas.

La niña buscó un frasco vacío en el caos de la cocina con piso de tierra y colocó dentro al insecto que se quedó inmóvil en su jaula de cristal, luego se escondió debajo de la cama junto con su hada blanca, pues, pensó, un insecto que puede anunciar tormentas y hacer volar hormigas, tenía que ser por fuerza, una criatura mágica. Recordó o creyó recordar, viejas palabras de su abuela muerta que a veces hablaba en un idioma desconocido que no alcanzó a enseñarle. Anaa Yoots, Nube y Trueno “Diosa de la lluvia, diosa del trueno, concédeme un deseo”.

El hoyo negro que se formaba en el estrecho espacio entre la tierra y el colchón era un refugio para Aurora que casi siempre odiaba ser tan pequeña, a sus doce años era imposible distinguirla de los niños de los primeros grados en la escuela, pero su tamaño diminuto le daba la ventaja de poder esconderse en lugares estrechos donde no era fácil encontrarla.

Estaba concentrada estudiando a la palomilla, o al menos eso intentaba pues apenas entraba algo de luz a su refugio cuando el sonido violento de una corneta descompuesta la arrastró a la realidad, era su madrastra que gritaba insultos y amenazas, asomó la cabeza y vio a la mujer de cabello naranja oxigenado abalanzarse sobre ella con una chancla en la mano.

—¡Estúpida escuincla! ¿A qué horas vas a ir por las cubetas que te encargué? ¡Sal de ahí pero ya! ¡Te voy a dar una buena tunda!

Por sus mejillas rojas y la vena saltona de su frente, Aurora se dió cuenta de que la mujer estaba realmente enojada, se arrastró hacia una esquina de la cama y salió corriendo hacia la puerta, no sin antes obsequiarle a la mujer algunos segundos de silencio, quiso mirarla de frente y desafiarla, pero el miedo la obligó a huir.

La mujer nunca le pidió a Aurora ir por cubetas, pero era inútil tratar de razonar con su madrastra, hacía un año justo la mujer usó la plancha caliente para obligarla a callar, lo que no sospechó entonces la mujer y ella descubrió ese mismo instante, era el poder del silencio, cada pregunta sin respuesta, cada amenaza sin réplica enfurecían tanto a su madrastra que ésta terminaba haciendo tonterías y agotaba su ira en golpes y amenazas al aire.

II

Se dirigió con paso apurado a casa de doña Clara, la amiga de toda la vida de su abuela y quien siempre la sacaba de apuros, aunque la mujer no se lo había dicho, Aurora sabía para qué quería necesitaban las cubetas.
—En la época de lluvia salen las chicatanas— le había explicado su abuela hacía mucho tiempo —Un solo día en su vida pueden volar, así que salen a divertirse y hacen una gran fiesta.
—¿Hormigas voladoras? ¡Pero no tienen alas! —miró a su abuela esperando que le confesara que estaba bromeando, su abuela la había acostumbrado a sus historias estrafalarias que no siempre eran ciertas y además, a sus siete años solo conocía a las hormigas que hacían caminitos a la orilla de las paredes y ninguna había mostrado habilidades aéreas.
—Aunque no lo creas, hay hormigas voladoras, pero solo salen del hormiguero una vez en sus vidas, salen a juntarse para hacer nuevos hormigueros y mientras ellas bailan felices nosotros salimos a atraparlas en los baldes llenos de agua y luego ¡nos las comemos!.
Recordó la carcajada de su abuela cuando vió su cara de espanto al escuchar sobre la tragedia de las chicatanas, “que terrible destino” pensó Aurora “acabar hechas salsa el día más feliz de sus vidas”.
—¡No pongas esa cara niña! ¡Así es la vida! ¿A poco no te gusta comer chicatanas? ¡No me digas que no, porque te he visto comértelas y bien que las disfrutas en salsa!
Aurora no pudo evitar sentir vergüenza y algo de horror de saberse una tirana involuntaria.
—¡Ay, Abue! —dijo Aurora, sus enormes ojos de capulín clavados en la sonrisa cálida de su abuela.
—Si me gusta comérmelas, pero no sabía eso de que les arruinábamos la fiesta.
—La vida es muy cruel hija y las hormigas no se escapan de esa crueldad, nomás obsérvalas y comprobarás lo que te digo.
El recuerdo de su abuela le trajo algo de calor y por un momento pudo olvidar las ráfagas de aire frío que anunciaban la tormenta y la hacían tiritar y caminar enrollada en sí misma como un ovillo vagabundo, pensó en su hada blanca y tuvo la tentación de pedirle que le que quitara el frío pero decidió guardar su deseo para algo más importante.
 
—Doña Clara, me mandaron por unas cubetas.
Aurora evitaba en lo posible, decir el nombre de la mujer.
—Sí, sí, pásale, solo tengo dos pero yo creo que les sirven ¿no?
—Sí, yo creo que sí, solo somos ella y yo.
—¿Y tu papá? ¿Tus hermanos? — Aurora encogió los hombros y replicó con la boca torcida.
— No son mis hermanos y mi papá se los llevo a trabajar con él a la capital.
La señora Clara tomó la cara de Aurora entre sus manos y la expuso a la luz, los moretones en sus ojos y las heridas de sus orejas adquirieron tonos de joyería bajo los rayos del sol.
—Te lo hizo ella ¿verdad? —asintió con los hombros aún encogidos y la boca perdida en el fondo de su cara, como invocando al silencio.
—Va a llover bien fuerte hija ¿tu abuela te enseñó cómo atrapar las chicatanas? Ponte lista niña porque aquella no creo que te ayude mucho.
Aquella, era la madrastra de Aurora, doña Clara tampoco solía pronunciar su nombre.
—Si, no se apure, si me enseñó, y también a cocinarlas —la señora Clara asintió y volvió a tomar la cara de Aurora entre sus manos que eran del color y la textura de la tierra que pisaban.
—Ay, hija, tienes los mismos ojos de tu abuela, ella sabía tantas cosas, lástima que ya no está, te hubiera enseñado tanto, era tan especial.
Todos en el pueblo decían que su abuela era especial, pero ella nunca logró entender a qué se referían con eso, si su abuela era tan especial ¿por qué se había muerto y la había dejado sola en esa casa donde solo servía de criada y su carne era el refugio donde la mujer reposaba el caos de su ira?
—Si me enseño cosas de las chicatanas y que las palomillas blancas anuncian las aguas, hoy entró una a la casa y la atrapé —dijo Aurora con una sonrisa tímida, sin mencionar el altar de cristal y su intención de pedirle un deseo.
—Entonces si va a caer una tormenta, anda pues, vete a tu casa antes de que aquella se ponga loca.
—¿Más? —contestó Aurora con una sonrisa cómplice, era la forma en que siempre se despedían.
 
 
III
De camino a casa Aurora tropezó con un hormiguero y se acuclilló frente a él para ver el ir y venir atareado de los animalillos, se sentía como una adivina todopoderosa que venía a darles el anuncio de su próxima muerte, pero si las hormigas entendieron algo de su visita no pareció importarles, seguían con sus preparativos y su constante ajetreo haciendo caminitos verdes como sin rumbo alrededor del hormiguero.
Su abuela le había explicado que las hormigas cultivan, como la gente y que también entre ellas hay soldados, obreras y esclavas. Las esclavas del hormiguero, eran las más pequeñas y las que morían más pronto y se encargaban de la limpieza del hormiguero y la vida se les iba en sacar la suciedad del nido colectivo, su existencia era tan dura que crecían muy poco y morían pronto.
Las esclavas no podían volar, para ellas no había fiestas ni descanso, la gloria de las hormigas voladoras dependía del servicio permanente de las esclavas, Aurora sabía cómo era eso, ella tampoco había ido nunca a una fiesta y en casa ella era la encargada de mantener la limpieza y el orden que su madrastra se empeñaba en destruir con su obsesión por arreglarse el cabello y las uñas.
Acuclillada frente al hormiguero vió la fila de esclavas encargadas de transportar los desechos peligrosos al basurero, los soldados que acotaban la fila de esclavas le recordaron a la mujer, con sus enormes tenazas como un tocado en la cabeza.
Una hormiga esclava trató de salirse de la fila para escapar de su pesada labor pero los soldados atraparon de inmediato a la insurrecta y la obligaron a regresar a la fila, la esclava apenas regreso a la formación comenzó a desviarse otra vez, los soldados la atraparon de nuevo y la sujetaron con fuerza, la arrastraron fuera de la fila y comenzaron a picotearla, a desmembrarla poco a poco, como si disfrutaran la tortura, una patita voló al este, otra al norte, otra al sur, la cabeza rodó entre las patas de los soldados, el tórax abandonado le recordó a Aurora cómo se veían las chicatanas en el comal, pero los troncos de las reinas eran mucho más grandes que esa bolita negra que tenía enfrente. No pudo evitar preguntarse si le pasaría lo mismo a ella si se atrevía a soñar con la libertad

IV

Aurora llegó a su casa y vio a la mujer en su reino de caos: plantada frente al espejo buscaba transformarse en una reina usando cremas y ungüentos que apestaban a infierno. Cómo supuso, a la mujer no le pareció bien que llevara solo dos cubetas, no le gustó que fueran así de pequeñas, que fueran de metal y no de plástico, no le gustó verla ahí, viva, frente a ella.
Esta vez uso su cetro-plancha de cabello para castigar a Aurora a quien el calor del aparato y los constantes jaloneos de la mujer hicieron pensar en la hormiga desmembrada que quiso ser libre.

V

La tormenta comenzó a eso de las siete de la tarde, todos en la calle estaban alistándose para la recolecta, hasta los sapos se atrevieron a dar la cara a los humanos para no perderse del festín, frente a la puerta de cada casa había varias cubetas llenas de agua esperando recibir montones de hormigas chicatanas.
Aurora había regresado a su refugio debajo de la cama para admirar a su diosa blanca hasta que la venció el cansancio, fue la mujer quien la sacó del sueño con un golpe de la escoba en las piernas: era hora de salir a capturar hormigas.

Aurora articuló en silencio su deseo y antes de salir destapó el frasco para liberar a la palomilla, que decidió permanecer en su altar, Aurora entonces colocó el frasco en su pequeño morral y salió de la casa.
La calle era una fiesta, algunos vecinos habían conseguido lámparas de baterías para atraer a las hormigas, que ingenuas, se acercaban a la luz sin imaginar que iban al matadero, Aurora y la mujer no tenían lámparas pero el aire estaba lleno de hormigas: reinas y zánganos pululaban en todas direcciones, sus tonos rojizos a veces iluminados por las luces portátiles parecían hilitos de sangre, los trinos de los pájaros y el canto de los sapos llenaban los silencios de la noche, los niños corrían felices persiguiendo hormigas mientras los adultos, cansados por la labor milenaria, simplemente barrían con escobas a las chicatanas que caían a la tierra.

Las cubetas de todos los vecinos pronto se llenaron de hormigas agonizantes pero después de varias horas Aurora y su madrastra no habían llenado sus baldes y eso enojo a la mujer que quiso ir a un hormiguero para destruirlo y atrapar más hormigas antes de que acabara a noche, Aurora rompió su promesa de no hablarle para tratar de impedir que lo hiciera, la mujer enfurecida la jaló del cabello y trató de arrastrarla con ella pero la niña se resistió y se tiró al suelo, entonces la mujer se alejó sola hacia el bosque gritando maldiciones.

Aurora permaneció en la calzada, sin saber qué hacer, miró a la gente a su alrededor: todos parecían disfrutar esa noche plagada de aleteos, como tambores que animaban una fiesta.
—Las hormigas son parte de nosotros hija, podemos atraparlas cuando salen, pero nunca hay que destruir los hormigueros, quien lo hace trae la desgracia a su casa y a su familia.

El recuerdo de las palabras de su abuela la animó a perseguir a la mujer y tratar de salvar el hormiguero, mientras corría sus sandalias de plástico se perdieron en la calzada, estaban tan rotas que más que proteger sus pies entorpecían sus pasos. 
 
Sacó de su bolsa a la palomilla blanca y se arrodillo a mitad de la calle para hacerle una última súplica, el hada blanca permanecía inmóvil en su altar transparente, absorbiendo los rezos como un néctar que la llenaba de placer.

En la oscuridad de la carretera Aurora alcanzó a oír a la mujer gritándole a las hormigas, ahogada en el miedo Aurora comenzó a recitar su oración recién inventada: Anaa Yoots “Diosa de la lluvia, Diosa del trueno, concédeme un deseo” un rayo se levantó de la tierra e iluminó el laberinto de árboles frente a ella y alcanzó a ver la silueta de la mujer cerca de la cañada.

Anaa Yoots "Hada blanca, pon orden en la tierra”, Aurora pensó en el hormiguero destrozado y lloró, lamentó no poder ayudar a las esclavas que jamás podrían volar y ahora enfrentarían un muerte violenta 
Anaa Yoots “Reina de las hormigas, soberana del hormiguero concédeme un deseo" Otro trueno se elevó a las nubes formando un puente entre la tierra y el cielo y comenzó el incendio, la tormenta que anegaba los hormigueros parecía querer ahogar también a Aurora  
 
Anaa Yoots “Diosa de la lluvia, diosa del trueno, concédeme un deseo” Sacó el frasco de su bolsa, le quitó la tapa y lo puso delante de sí, ofreciéndolo al universo, el hada blanca emprendió el vuelo y salió de su palacio de cristal para dirigirse al bosque

Una bola de fuego rompió la oscuridad de la noche, se oyó un grito de espanto perdiéndose en el vacío y luego llegó el silencio, que fue interrumpido de inmediato por un zumbido ensordecedor: un batallón de hormigas voladoras salió a toda velocidad a la calzada.

Aurora las miró aterrada y se cubrió la cara con las manos anticipando el ataque, los ojos se le salieron de sus órbitas cuando descubrió que mezcladas con la lluvia caían gordas gotas oscuras que mancharon la tierra, montones de hormigas pulularon a su alrededor hasta tragarse todas las partículas de luz en el cielo y luego se alejaron sin tocarla, dejando un halo rojizo detrás de ellas.
VI

Al otro día Aurora oyó los pasos lentos de los vecinos cerca de su puerta y alcanzó a oír sus voces, marcadas por la angustia más no la discreción
—¿Y ahora qué será de la niña? ¿Quién va a cuidarla?
—¿A poco esa mujer si la cuidaba? Yo creo que ahora va a estar mejor, pobre chiquilla
—¿Qué le vamos a decir? ¡Ay Dios mío! ¡Qué forma tan horrible de morir!
—Pero ¿cómo se le ocurrió ir a la cañada sola, qué inconsciente!
—Ya sé, muy inteligente nunca fue, a lo mejor si hubiéramos llegado antes se hubiera salvado
—Fueron las hormigas— Dijo en voz baja doña Clara y todos voltearon a verla con los ojos entornados y anuncio de carcajadas en sus bocas
—¿Las hormigas? si, ajá —Se atrevió a burlarse alguno
—Si, fueron las hormigas —dijo una joven que estaba de vacaciones en el pueblo —alergia o algo así escuché decir a mi mamá
—Yo la ví cuando se la llevaron, estaba torcida como un títere roto y gorda como un globo, eso no es alergia — dijo un joven sin separar los ojos de su celular
 
Aurora no espero a que llegaran a su casa, abrió la puerta y se dirigió a la cocina para reanudar la tarea de sacar a las hormigas del balde lleno de agua roja y de hormigas aladas, debía despojarlas de sus alas, sus cabezas y sus patas para luego tostarlas en el comal y hacerlas en salsa, como le había enseñado su abuela, ese día pensaba prepararse el mejor desayuno de su vid
 

*Semblanza

Belem Eslava (CDMX, 1997) es Ingeniera en Robótica Industrial por el Instituto Politécnico Nacional y Fotógrafa por el IPBA de SLP (2015). Ha incursionado en la literatura en distintos talleres de escritura y redacción en instituciones como La Tinta del Silencio y el Museo Universitario del Chopo; en redacción avanzada en La Casa del Lago de la UNAM, y tomó el Taller de Cuento propuesto por Beatriz Escalante. Eslava continúa escribiendo cuentos de carácter distópico y fantástico. Actualmente, cursa el proceso de producción para su primer libro de cuentos.

Google News

TEMAS RELACIONADOS