La vida de un cadáver es cosa de otro mundo. “Vida” es un decir, pues siendo un cadáver vida es de lo que carezco. No es que me haya sentido viva antes, siempre fui una muerta andante, pero al morir mi situación se ha vuelto oficial. La experiencia de ser un cadáver es cosa de otro mundo, eso es lo que he querido decir. El frío y la oscuridad es lo evidente, pero esta sensación de expansión, estas raíces que salen de mi vientre y atraviesan las paredes de esta caja mortuoria, y se aferran a la tierra, y me hacen pertenecer por primera vez, eso es un acontecimiento que no imaginaba posible.

“Polvo eres y en polvo te convertirás. Así que sé feliz en esta vida, nena, en tanto no seas comida de gusanos”, decía mi padre, pero esa frase nunca me inspiró ganas de vivir. Me hacía pensar más bien en mi inevitable podredumbre: mi cuerpo siendo devorado por animales rastreros, la tierra palpitante y viva, chupándome, absorbiéndome hasta convertirme en una pasa, hasta ser después desintegrada por completo. Es el ciclo de la vida, la madre naturaleza… la naturaleza devastadora, cruel, perturbante; pero estoy fluyendo, mis raíces se alargan y en mi muerte soy y existo.

Llegamos a vivir aquí hace un par de meses y nadie parecía feliz. Para Pablo fue una tragedia dejar a sus amigos, su escuela y su vida de ciudad. Gustavo fingía que confiaba en el futuro y que tenía todo bajo control, pero ambos sabíamos que el único futuro posible era mi muerte inminente. Cambiar de aires es lo que suelen recetar los médicos para mejorar el animo y la calidad de vida de sus pacientes críticos, pero más que para sanar, es para ayudar a bien morir.

Decidimos instalarnos aquí porque es un pueblo quieto y porque el bolsillo nos lo permitía. No muchas personas quieren instalarse en un lugar casi deshabitado, en el que lo único que queda, es un viejo esplendor minero y leyendas suspendidas en el viento.

Mis días transcurrían en la más perfecta aburrición, al menos fue así hasta aquella noche. El insomnio me había hecho presa de cavilaciones espectrales, y en medio de esas divagaciones sin sentido, fue que escuché aquel sonido. Tardé unos minutos en identificar que no venía de las paredes ni del exterior de la casa, era algo interno, inmediato… era por debajo del suelo de donde surgían aquellos ¿arañazos?

Quería encender la luz, gritar, abrazar y aferrarme a mi esposo, pero dudando de mi propia cordura, elegí guardar silencio. Gustavo tenía suficiente trabajo con llevar la casa, cuidar de nuestro hijo y encima, cuidar de una moribunda, para tener también que ocuparse de una loca que imaginaba ratas por debajo de la casa. Ratas o topos o mapaches, arrastrándose, reclamando su lugar.

No fue la única vez que los escuché, aunque aquellas cosas, no siempre se manifestaban de la misma manera. Algunas veces rascaban de una manera desesperada, como implorado, como si supieran que podía escucharlos y fuera yo su única salvación, algunas veces el sonido era apenas perceptible, con una resignación deplorable, y a veces simplemente desaparecían. Esas eran las noches en que era yo la más feliz, pues creía que por lo menos mi mente había sanado, que se había librado de esta pesadilla que había construido para terminar de atormentarme, sin embargo, al poco tiempo, los volvía a escuchar.

No sé qué me afectaba más, si mis vigilias tormentosas o guardar silencio ante mi agonía, pero al final ¿de qué me serviría hablar?, ¿para qué preocuparlos? Mis días estaban contados y si sufría o no era irrelevante. Pronto estaría muerta y cualquier dolor, cualquier desajuste mental se habría acabado. Eso es lo que me decía una y otra vez cada noche, ese era mi consuelo, mientras aquellas cosas arañaban el piso y yo arañaba, destrozaba mis piernas.

Gustavo se sorprendió la tarde en que cayó en cuenta que venir a vivir aquí en lugar de ayudarme aceleró mi proceso, o al menos fingió sorprenderse. No podría culparlo por desear mi muerte, en su lugar, yo también lo haría. Sentía llegar el final, lo aceptaba, temerosa pero decidida, tranquila de saber que mi sufrimiento se acababa y que Gustavo y Pablo estarían bien. Feliz de no escuchar los arañazos nunca más.

Y llegó el día, llegó. No me paré de la cama. Gustavo me acomodó la almohada una y otra vez y puso a sonar mi disco favorito. Pablo me tomó de la mano, algo platicaba, que le empezaba a gustar vivir aquí y que había hecho amigos, que le contaron una historia de mineros atrapados, algo de un proyecto, algo de un pozo…

Todo fue silencio. Luego las voces, el calor de las velas, el olor de las flores, la caja. Una voz aguda y vieja que canturrea un rezo. Taconeos, yemas de dedos que recorren mis manos y mi rostro. Movimiento. Es increíble como en un espacio tan pequeño te sientes tan amplia, y creces, creces. Ya no hay dolor, ya no hay miedo, pero en medio de mi vientre siento una energía que quiere explotar, que quiere expandirse. La caja se mueve y me voy sumergiendo en la tierra, en lo profundo, y la música que surge de mí invade el ambiente. La experiencia de ser un cadáver es cosa de otro mundo.

De mi vientre salen raíces, que atraviesan el ataúd, corren, se anclan, son parte de la tierra. Raíces eternas que me hacen pertenecer, raíces de luz que vibran, que fluyen, que se alargan, que ellos rasgan, muerden, que mastican. Yo sangro, y me duele y el dolor esta vez es completo y desgarrador porque es eterno. Me chupan, me absorben, me devoran, y la tierra me absorbe, me traga entera. Todo es silencio, todo es silencio, maldito silencio. Todo es silencio, hasta que escucho los arañazos en el ataúd.

Acerca de la autora

Berenice Ibarías (Ciudad de México, 1987) es egresada de la licenciatura en Comunicación Social por la UAM Xochimilco y ha tomado diferentes talleres de creación literaria en instituciones como Literaria, Centro de las Artes de Tlaxcala y la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Como narradora, ha publicado cuento y minificción para revistas impresas y digitales. También ha incursionado en la dramaturgia escribiendo obras de teatro para jóvenes audiencias, las cuales han sido representadas en la Ciudad de México y el Estado de México. Actualmente está por iniciar el programa de Especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX en la UAM Azcapotzalco.

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