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La Edad Media fue una etapa considerada por muchos historiadores como una “etapa de retroceso”. Surgió el feudalismo, la imposición de un concepto teocéntrico del mundo, debido a la influencia del Cristianismo, ya que la iglesia poseía gran poder en temas como la educación y política.
La iglesia tenía una influencia en todos los aspectos de la vida cotidiana, se trató de una época represiva y retrógrada en lo relacionado al sexo, por lo que las costumbres sexuales de esta época fueron bastante peculiares.
Existen distintos mitos alrededor del sexo en la Edad Media. Algunos de los juicios que siguen presentes, las prácticas como el uso de cinturones de castidad, los arreglos matrimoniales precoces, la insuficiente higiene en áreas genitales, todos corresponden en realidad del Renacimiento.
De acuerdo con El Español, pese a lo que se cree, la Edad Media fue una época de erotismo, de sexualidad, de prácticas secretas y lúcidas.
Las mujeres ocupaban el poder afrodisíaco de los mariscos para incrementar el deseo sexual de sus parejas. Cogían un pez vivo, se lo introducían en la vagina hasta que muriera y luego lo cocinaban para dárselo de comer al marido.
La anticoncepción era otra de las prácticas comunes en la Edad Media; las mujeres no la practicaban porque se consideraba brujería, aunque había algunas que decidían no quedarse embarazadas y disfrutar del sexo. Sin embargo, la tendencia social era la procreación, por lo que la impotencia se consideraba motivo para terminar con un matrimonio.
Otra de las creencias de la época era tener relaciones sexuales en la posición del misionero. Se trataba de una postura más “natural” y efectiva para que la mujer quedara embarazada. La masturbación femenina era considerada un pecado mayor pues pensaban que si se dedicaba a su propio placer descuidaría sus obligaciones maritales. Si se hacía, estaba penado con un año de oraciones.
La prostitución fue permitida por los clérigos: descubrieron que los hombres que acudían a los burdeles acababan más centrados en el camino de Dios (no se corrompían, tenían más paz dentro, respetaban a las mujeres y no caían en prácticas homosexuales). La Iglesia consideraba este oficio un mal necesario pero, en definitiva, reconocía que aportaba una importante actividad económica. Ojo, el adulterio sólo era castigado a las mujeres, porque ya hemos señalado que los hombres podían ser clientes de la prostitución sin ser juzgados.
Los religiosos que confesaban a los pecadores conocían también todas las posturas sexuales y si se salían del misionero imponían diferentes penitencias. Se cuestionaba el celibato: de hecho, el 30 por ciento de los sacerdotes vivían en concubinato.