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Oaxaca de Juárez
Ataviada con un vestido de manta blanca, adornado con un calendario azteca al frente y unas mazorcas doradas en el faldón, la diosa Centéotl recorre la —otrora— Rotonda de las Azucenas, en las faldas del Cerro del Fortín. Es 1938 y la diosa es María Elena Sandoval Martínez Soto, una adolescente de 14 años.
Elenita fue la primera mujer que representó a Centéotl, la semidiosa a la que se ofrecen rituales para tener una buena cosecha.
En una de las últimas entrevistas que concedió —antes de su deceso en septiembre de 2016—, recordó que portaba un hermoso collar de semillas pintadas en tonos dorados, a juego con sus zapatillas. Cursaba el quinto grado de primaria.
La evocación de María Elena se remontaba a los orígenes de este “encuentro racial”, que se realizó por vez primera en 1932 y que con los años sería conocido a nivel mundial como Guelaguetza.
La Guelaguetza —palabra que en zapoteco significa compartir— nació de la necesidad de unir a la población después del terremoto de 7.8 grados en escala de Richter, que sacudió al estado de Oaxaca el 7 de enero de 1931, asegura Fernando Rosales, director del Ballet Folklórico de Oaxaca y miembro del Comité de Autenticidad de la Guelaguetza.
En la actualidad, para representar a la diosa Centéotl las concursantes deben tener entre 18 y 22 años de edad y ser originarias de la región mixteca. Entre de los aspectos a calificar se toma en cuenta el conocimiento sobre la región mixteca y pueblo de origen, gastronomía y atractivos turísticos, fiestas tradicionales, música y artesanías, entre otros.
Los antecedentes
Fernando Rosales narra que después del sismo de 1931, las constantes réplicas llenaron a la población de miedo e incertidumbre; la gente comenzó a vender sus casas y terrenos para buscar otra entidad donde vivir. Para detener este fenómeno, representantes de la sociedad civil, de la cultura y el arte, planearon un homenaje a la cultura oaxaqueña, que reforzara la identidad.
En los primeros años, los bailables regionales no se realizaban únicamente por representantes de las comunidades de las —entonces— siete regiones de la entidad; participaban también escuelas y grupos de danza contemporánea, así como atletas y artistas.
“Con el paso del tiempo, las actividades se nutrieron y complementaron hasta formar la fiesta de los Lunes del Cerro, que se lleva a cabo en el Cerro del Fortín, un lugar que se considera sagrado”, acota.
Al principio, la fiesta consistió en concursos de trajes regionales, de cancioneros, flores silvestres, adornos y de frutas mejor cultivadas. Además se incluyó una carrera de relevos, de bicicletas, lanzamiento de disco y de bala, así como una calenda popular.
Según indica el archivo histórico del estado, así como el libro Oaxaca 1932, la historia de la Guelaguetza, la construcción de la carretera a Puebla atrajo turismo a la entidad, por lo que se diversificaron las actividades. No obstante, fue en la década de los 50 cuando se incorporó propiamente la Guelaguetza, como un espectáculo de danzas regionales, que poco a poco se convirtió en la atracción principal.
“Hasta antes de 1973, se realizaba en una gran explanada que rodeaban los asistentes —denominada Rotonda de la Azucena—, con un templete para los invitados especiales, pero las danzas y bailables se presentaban al aire libre. Posteriormente se empezaron a colocar gradas de madera”, refiere el sitio Cordón Cerrado.
En 1969, el gobernador Víctor Bravo Ahuja planeó la construcción de un foro para conmemorar la festividad, que fue inaugurado el 3 de noviembre de 1974 a las 11:00 de la mañana, durante la gestión de Fernando Gómez Sandoval. Como parte de la apertura, se representó la Guelaguetza a cargo de grupos folclóricos universitarios; el nombre de Auditorio Guelaguetza fue impuesto en 1999, en la administración de José Murat.
Evolución inevitable
Tras la incorporación del programa de bailables a la festividad, se adquirió la costumbre de “subir al cerro” para disfrutar de la Guelaguetza. Aun cuando en los primeros años la popularidad de la fiesta fue creciendo paulatinamente, el espectáculo era disfrutado en su mayoría por familias locales, que desde las primeras horas del día acudían a participar de la fiesta, en torno a la que se realizaban también actividades comerciales.
La celebración duraba medio día, y durante su desarrollo las familias convivían, comían, compraban y compartían en medio de un espectáculo gratuito. La modernidad, la popularidad de la fiesta y la oportunidad de crecimiento económico terminaron por imponerle un precio al acceso al espectáculo.
En los primeros años, parte de la responsabilidad de coordinar la fiesta recayó en la Asociación Folklórica de Oaxaca, que apoyaba la realización de actividades culturales en la capital del estado. Con el paso de los años, el grupo de expertos se transformó en el Comité de Autenticidad, conformado por 10 especialistas en danza que viajan —con autoridades locales— a las demarcaciones donde hay aspirantes a participar en el espectáculo.
Este año, se eligió a los participantes entre 93 localidades. “A lo mejor les va a gustar o no les va a gustar… pero es necesario que la gente se dé la oportunidad de observar las representaciones culturales de otras comunidades, que aunque no sean emblemáticas, tienen mucho que ofrecer”, apunta Rosales.
“La evolución es innegable. A través del tiempo muchas delegaciones han dejado de venir, pero la participación activa de las comunidades, así como la difusión de su cultura es innegable”, continuó.
Como parte de la evolución de la Guelaguetza, en 2005, durante el gobierno de Ulises Ruiz, se implementó una segunda función que se lleva a cabo desde entonces, cada Lunes del Cerro por la tarde.
En tanto, el Auditorio fue remozado durante la administración de Gabino Cué, durante la cual se cambiaron las gradas por asientos, a fin de recibir a 11 mil personas, asimismo, se reemplazaron pisos y escalones, y se instaló una velaría (cuya construcción inició en el sexenio anterior), que cubre con sombra el escenario que permaneció por décadas al aire libre.
Aunque la evolución de la fiesta es evidente, para Fernando Rosales el poder llevar al escenario más representativo del estado muestras culturales de las ocho regiones de la entidad, que son escenificadas con orgullo y que transportan a la realidad cultural de los pueblos indígenas, es la verdadera esencia de la Guelaguetza.