Hace casi un siglo, el editor Alfred A. Knopf publicó un libro de fábulas espirituales escrito por un desconocido poeta y pintor libanés-estadounidense llamado Khalil Gibran.

Knopf tenía pocas expectativas e imprimió unos 1500 ejemplares. Para su gran sorpresa, el libro -llamado El profeta- prosperó. Se convirtió en un gran éxito y vendió más de nueve millones de ejemplares solo en Estados Unidos.

Hasta hoy, la editorial que aún conserva el nombre de Knopf ha conservado los derechos del título en esa región. Pero eso cambió esta semana, cuando El profeta pasó a ser del dominio público, junto con otras obras de miles de artistas y escritores, una lista que incluyen a Marcel Proust, Willa Cather, D. H. Lawrence, Agatha Christie, Joseph Conrad, Edith Wharton, P. G. Wodehouse, Rudyard Kipling, Katherine Mansfield, Robert Frost y Wallace Stevens.

Este año señala la primera vez en dos décadas en que una gran cantidad de obras resguardadas por derechos de autor perderán su vigencia de protección, cambio que tendrá enormes consecuencias para las editoriales y los patrimonios literarios, los cuales perderán dinero y el control de la producción creativa.

Sin embargo, también significa un beneficio para los lectores, quienes podrán elegir más ediciones, y para los escritores y otros artistas, quienes podrán crear obras nuevas basadas en las historias clásicas sin ser demandados por violación a la propiedad intelectual.

Mickey Mouse

La avalancha repentina de obras accesibles tiene su origen en la legislación que aprobó el Congreso en 1998, la cual ampliaba veinte años la protección por derechos de autor. La ley restableció la duración de los derechos de autor para las obras publicadas entre 1923 y 1977 -se alargó de 75 a 95 años después de su publicación- congelando prácticamente su situación de protección.

Las personas escépticas con frecuencia se refieren a esta ley como la "Ley de Protección de Mickey Mouse", porque ha conservado bajo derechos de autor hasta 2024 la primera película de Disney donde aparece Mickey Mouse, Steamboat Willie. ¿Ediciones poco fiables?

"Finalmente, estos libros pertenecen a la gente", comentó James L. W. West III, un estudioso de Fitzgerald. "Podemos tener nuevas oportunidades de editar y reinterpretar todos estos textos emblemáticos". Cuando los libros pasan a formar parte del dominio público, cualquiera puede vender en Amazon una edición digital, de audio o impresa.

Los admiradores pueden publicar y vender sus propias secuelas y desenlaces, o difundir mezcolanzas irreverentes de monstruos, como el éxito de ventas de Orgullo y prejuicio y zombis, de 2009. Los productores de teatro y de cine pueden adaptar las obras para hacer películas, obras de teatro y obras musicales sin tener que obtener los derechos.

Las editoriales competidoras pueden distribuir nuevas ediciones impresas, y los académicos pueden publicar nuevas versiones y análisis con comentarios. Podrán circular ejemplares digitales gratis en Internet. Google Books, que tiene escaneadas más de 30 millones de obras en su enorme biblioteca digital en línea, pondrá a disposición del público ediciones digitales completas de obras publicadas en 1923, entre ellas Tarzán y el león de oro, de Edgar Rice Burroughs, y Un hijo en el frente, de Edith Wharton.

Algunas editoriales y herederos de escritores temen que perder la protección de los derechos de autor haga que las ediciones sean de menor calidad y contengan erratas y otro tipo de errores, además de que haya obras derivadas que dañen la integridad de algunas historias emblemáticas.
"Tienen razón las editoriales en preocuparse por la proliferación de ediciones poco fiables, algunas de las cuales quizás no sean muy buenas", afirmó John Kulka, director editorial de Library of America, una organización sin fines de lucro que publica obras clásicas de la literatura estadounidense.

No obstante, muchos estudiosos y especialistas en leyes sostienen que la ley de derechos de autor de Estados Unidos, que es sumamente compleja, se ha desviado hacia el enriquecimiento de las empresas y de los herederos de los escritores y artistas a costa del público.
Cuando se aprobó la primera ley de derechos de autor en Estados Unidos, en 1790, la duración máxima era de 28 años.

Según pasaron las décadas, los legisladores prolongaron constantemente la duración, que ahora se extiende a más de un siglo para muchas obras. "Es peor que el código fiscal", señaló Rebecca Tushnet, especialista en propiedad intelectual de la Escuela de Derecho de Harvard. "Ahora la duración de los derechos de autor es demasiado larga".

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