En un pueblo donde el machismo opera a todas horas, con la rigurosidad y violencia que vapulea a los más vulnerables, Cometierra debe abrirse paso con el denuedo y la entereza que a sus congéneres les han despojado.

Un don, más que una responsabilidad para sí mismo, implica la de otros. Dolores Reyes escribe con suma destreza una obra memorable e imprescindible que homenajea a las mujeres que perdieron sus vidas en las manos del odio.  Ya lo había dicho Elena Poniatowska: «Las mujeres son las grandes olvidadas de la Historia. Los libros son la mejor forma de rendirles homenaje». Y con un rotundo golpe al pecho, Reyes irrumpe con una primera novela que, como un rayo de luz en un territorio sombrío, salva del olvido a las mujeres en una historia en la que la hermandad, el amor y el dolor se trenzan para formar una novela que conmueve desde la primera línea.

La autora narra magistralmente y en primera persona la historia de Cometierra, una mujer que ha descubierto en sí misma una condición que la pone a merced de las necesidades de los demás, pues al comer tierra, tiene visiones sobre el paradero de las personas muertas o recientemente desaparecidas. Su primer acercamiento sucede cuando es niña y se lleva a la boca la tierra que recubre el ataúd de su madre, de este modo descubre que quien le arrebató la vida a ella fue su propio padre. «Veo los golpes, aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne. Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse».

La obra refleja la situación de una sociedad actual, por la que desfilan personajes con características que apoyan al lector a reconocerlos: la tía de Cometierra, que constantemente la amedrenta cuando la ve llenándose las manos de tierra; la seño Ana, asesinada y mostrada a través de la tierra en el Corralón Panda; los familiares de los desaparecidos que se acercan a la casa de Cometierra para solicitarle apoyo.

La narración se vuelve íntima al utilizar la primera persona y comprensible a partes iguales cuando se advierte la vulnerabilidad de los personajes, la clase social a la que pertenecen y el grado de violencia en la que se ven inmersas las mujeres.

Asimismo, la condición de Cometierra no hace sino sumirla en una constante desesperación provocada por la responsabilidad que los otros ponen sobre ella y que anula inevitablemente su identidad. Cometierra se convierte en el producto de la sociedad, en una identidad deformada y con frecuencia moldeada por el resto de los personajes, una mujer de barro, con sombra y voz, pero anulada por sus propias virtudes.  Reconoce el sentido de su vida como un puente que une el ahora con el más allá y la distancia que separa a los desaparecidos de sus familiares, pero que al mismo tiempo afluye en una constante incomprensión y un piélago en el que ahoga sus deducciones.  «El mundo debía ser más grande de lo que siempre había creído para que pudiera desaparecer tanta gente».

Tales circunstancias fragmentan su visión y distorsiona el sentido de su existencia, ahora motivada por el dolor ajeno, la incertidumbre y el caos de la periferia de Argentina.

En las penumbras del desamparo y superada por la oscuridad que la abraza, Cometierra entra en un proceso doloroso y caótico en el que halla, en el amor de un hombre, el sentido que tiene la compañía, el deseo y el sexo entre dos personas que se aceptan aplastadas por la ausencia y el dolor, pero unidas al mismo tiempo por sus sombras y cicatrices. Sin embargo, el futuro se cierra frente a ella, pues tardará en reconocer que vivir con el don de la verdad implica, ante todo, aprender a vivir en soledad.

Quizá la literatura, después de todo, sea ese encuentro íntimo que nos acerca a otras historias, las que nos aterrarían vivir, pero que nos develan un entramado que denuncia, en los rincones del mundo, donde la noche consume las voces de los violentados, aquello que, por miedo o pudor, nadie se atreve a decir.

A lo largo del relato, la protagonista nunca se refiere a sí misma como «Cometierra», éste es un despectivo que surge del lugar donde crece y que la marca para bien o mal, la estigmatiza para el resto de sus días. No bien, todas las mujeres que conoce poseen nombres, una identidad, algo que para ella es ajeno. «Largué el aire despacio mientras pensaba, de nuevo, en la tumba de mi vieja, en la de al lado, en Ezequiel y yo escabiando como si se acabara el mundo. Ezequiel, dije, y pensé que yo también quería, ahí afuera, un nombre para mí». Cometierra tiene, finalmente, el deseo de pertenecerse y tener una significación positiva para sí misma.

Esta deslumbrante novela, mediada por la comedia de un lenguaje plagado de localismos y la ternura que envuelve a los personajes, introduce al lector en un terreno insensible y poco condescendiente, en el que el terrorismo y el dolor se abren paso por la tierra como gusanos. Cometierra, una novela cruda, pero no menos hermosa, reafirma que el viaje de la heroína, el dolor y la desesperanza desembocan, a menudo, en historias inolvidables.

*Dolores Reyes es docente, feminista, activista y madre de siete hijos. Estudió letras clásicas en la Universidad de Buenos Aires. Vive en Caseros, provincia de Buenos Aires. Cometierra es su primera novela.

Universo de Letras: Cometierra: “Una novela sobre la hermandad, las sombras de la violencia y el don de la verdad”.
Universo de Letras: Cometierra: “Una novela sobre la hermandad, las sombras de la violencia y el don de la verdad”.
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