BOGOTÁ.- El colombiano James Rodríguez puede haber sido la gran estrella del Mundial 2014, cuando fue el máximo anotador del torneo y se ganó a los aficionados con sus deslumbrantes goles y bailes de celebración.
Pero ahora, a los 26 años, Rodríguez tiene mucha más presión sobre sus hombros, ya que la esperanza del equipo cafetero es que el versátil mediocampista vuelva a impulsarlo al menos hasta cuartos de final.
Después de que la "James-manía" sacudió a Colombia hace cuatro años, Rodríguez ha batallado para encontrar su equilibrio a nivel de clubes.
Luchó para mantenerse como primera opción en el Real Madrid durante un período de tres años en el que tuvo muchos altibajos, antes de ser cedido el año pasado al Bayern Munich.
En Alemania creció y ayudó al equipo a obtener su sexto título consecutivo de la Bundesliga en abril, lo que avivó las esperanzas de que liderará a Colombia en Rusia.
"Siempre quieres hacer un buen Mundial. Estoy jugando todo el tiempo en el Bayern y eso es bueno para llegar con un ritmo adecuado", dijo Rodríguez hace poco.
El jugador es querido por su habilidad en el campo pero también por su carácter modesto y su intensa concentración.
Su fama se disparó en el último Mundial, donde ganó el premio al mejor gol del torneo con un disparo impresionante desde unos 20 metros contra Uruguay.
El talento de Rodríguez fue evidente desde el momento en que se incorporó cuando era un niño a una academia de futbol en una zona de clase obrera de la ciudad montañosa de Ibagué. Se mudó allí desde Cúcuta, cerca de Venezuela, luego de que sus padres se separaran.
Su padre fue también futbolista, pero fue su madre Pilar, cuyo nombre Rodríguez tiene tatuado en el bíceps, quien lo crió.
Rodríguez, un asiduo usuario de las redes sociales, publica frecuentemente fotos de su hija y proclama su fe en Dios.
Consultado recientemente sobre qué consejo le daría a los jóvenes para seguir sus pasos, Rodríguez dijo en Twitter: "Nunca se rindan".