A lo largo de trece relatos María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) revela las profundas y oscuras condiciones en que la perversidad humana se desarrolla. La familia, el feminismo, la infancia e inocencia se unen para crear un libro inolvidable: Pelea de gallos.

Una persona valiente, capaz de sumergirse en el dolor y, pese a no salir ilesa de él, seguir de pie, sobreviviendo a la crueldad y perversidad humana, siendo testigo de la propia tiranía de las batallas que asolan las familias, las mujeres y la destrucción de una de las etapas más largas del ser humano: la infancia, no obstante, es también una pieza fundamental en la literatura actual. Así es María Fernanda Ampuero, una voz titánica que habla desde la resistencia y desde el dolor, pero con gallardía.

“Lo que no se cuestiona es lo que no evoluciona, y la familia tiene que evolucionar”.

Pregunta: Hay incertidumbre en tus cuentos, atmósferas penetrantes y situaciones desoladoras. La mujer se retrata desde la niñez hasta la edad adulta y algunas veces tienen que ser fuertes porque es lo único que les queda, otras tienen que luchar contra sí mismas. ¿De dónde viene esta sucesión de historias que has titulado Pelea de gallos y que evidencia la lucha de todas las mujeres?

Respuesta: Es difícil decir de dónde vienen los cuentos y las historias. Supongo que vienen de mi infancia, de mi vida en general, las situaciones que me han violentado y de las situaciones que no he comprendido del todo. Viene de mi sensación de la pérdida de la inocencia, de ese o esos momentos en los que tú te das cuenta de que la persona que ibas a ser, ya no va a existir. Que esa pureza con la que tú veías el mundo y que te gustaba ya no lo es. Los sentimientos se resquebrajan frente a ti: conoces la hipocresía, conoces los fallos de los demás y los propios… Toda esa suma de suciedades que van convirtiéndose en eso que se llama experiencia o en eso que se llama crecer, es lo que a mí me interesa. Saber cuál fue el momento en que dejaste de tener inocencia y el momento que le dijiste adiós, ese momento vinculado con los traumas.

Yo nunca pensé el libro como una forma de evidenciar la lucha de las mujeres. Sentí la necesidad de ir dentro de mí a lugares incómodos al encuentro con la perversidad, la violencia y con aquello que no comprendes del todo, pero que te hace daño. Por ejemplo, las experiencias sexuales que son el resultado de una situación abusiva, como la de un adulto con un niño. Me gusta ir a todos esos lugares míos, en los que yo he sentido ira de vivir en este cuerpo y de haber nacido mujer. Es algo difícil de explicarle a un hombre, por ejemplo, la sensación de frustración, de trampa, de traición. No hay un país exento de violencia contra las mujeres, viví en España más de quince años y ahí también se dan estos casos. No pretendía que los cuentos representaran la realidad de las mujeres latinoamericanas, sino la realidad de todas las mujeres, en cualquier sitio porque no es el sitio, sino tú, tu vulnerabilidad y el otro creyendo que tú eres menos. Este libro sale de ese pozo mío que está sedimentando desde hace décadas y que sedimenta dolor, violencia, y esa sensación de impotencia de por qué me tiene que pasar esto, o a mí amiga, ¿por qué a esta niña de siete años que acaban de matar de México le tuvo que pasar esto?, ¿por qué pasa y tiene que seguir pasando en el año 2020? cuando según la fantasía íbamos a estar con carros voladores y lo que estamos haciendo es enterrando niñas otra vez como si estuviésemos en la edad media. En ese sentido me da mucha rabia que los hombres no caigan en que no somos unas exageradas. Frente al cadáver de una niña de siete años no se puede pronunciar la palabra exagerada. 

P: ¿A qué se debe la crudeza con la que se narran estos cuentos? ¿Consideras que es parte de tu estilo o es acaso que el lenguaje ha cumplido con el papel de personaje?

R: Yo nunca he sido mucho de dorar la píldora, de ser diplomática. Yo no soy así en mis elecciones vitales. Creo que hay una cosa importante en la crudeza y yo la uso con total conciencia, que no me deja mirar hacia otro lado. Si estoy escribiendo sobre el aborto, sobre el derecho de las niñas al aborto, lo que significa esto en el cuerpo de una niña de diez años, o de doce años, llevar adelante una gestación y lo que implica para sus huesos, para su pelvis, para sus caderas y su vagina, creo que no se puede mirar hacia otro lado. Por eso cuando yo entiendo que el periodismo no puede ser sensacionalista, como lo que pasó en el caso de Ingrid y mostrar las fotos y hacer una especie de pornografía de feminicidios. Sentía que si alguna vez publicaba un libro tenía que ser desde ese lugar en el que yo agarro al lector por las solapas y le digo: esto es lo que le está pasando a tu personaje, ven acompáñame a este viaje cruento, visceral, salvaje, violento, sanguinolento, al que yo te voy a llevar y del que no vas a salir ileso, pero de que saldrás con una visión que no hubiese sido posible si yo usaba eufemismos. Desde mi propia visión e ir al epicentro de la violencia  que no es un camino fácil. Eso el lector lo valora mucho, que haya una coherencia entre lo que te estoy contando y cómo te lo estoy contando.

P: ¿Cómo fue el proceso de escritura en Pelea de gallos?


R: Yo escribo desde siempre, desde que era niña. Nunca me había atrevido a publicar, hasta que una serie de circunstancias, realmente muy felices, hicieron que el libro viera la luz. Le debo agradecer a muchas personas esto, a mi agente y al editor de Páginas de Espuma que hicieran esto posible. Entonces, el proceso de escritura no fue lineal ni fue con un objetivo ni un propósito de que esto sea libro, para nada. Simplemente he sentido esta pulsión por poner en papel unas historias que se me repiten en la cabeza, cosas obsesivas de situaciones en la infancia, por ejemplo, que pudieron haber derivado en cosas peores, cosas que no comprendía en su momento y que quiero comprender a través de la escritura, personajes a los que quiero salvar de alguna manera… no fue un proceso ordenado, no veo así la escritura y creo que el orden y la disciplina se ven en cómo escribes. Yo sé que los cuentos tienen de alguna manera cierto desorden, ciertos cabos sueltos para que el lector los trence como él quiere, quedan unos hilos, unos flecos que el lector va a trenzar según su propia experiencia y eso me gusta a mí también. Yo estaba viviendo un momento personal, muy muy fuerte, un momento de duelo, estaba en medio del dolor. Un poco descolocada, un poco desamparada también con una sensación de terror al futuro, pero también de volver a contarme el pasado como un ejercicio de narrativa personal de lo que te has narrado de tu propia vida. En medio de todo eso fue que la gran mayoría de los cuentos tuvieron una especie de nueva vida. Algunos otros surgieron con una rapidez o con una fluidez sorprendente, por ejemplo, “Subasta” fue un cuento que escribí casi de un tirón, que casi no ha tenido demasiadas correcciones, que un poco se fue haciendo a sí mismo.

P: En el fondo de tus cuentos es la voz de una niña la que pareciera imponerse sobre el resto.  ¿Será acaso la nostalgia de la niñez lo que corrompe la identidad adulta?

R: Lo de la niñez está muy claro. Utilizo la voz de los niños porque es esa voz testigo que está cargando la inocencia, describiendo situaciones que no alcanza a comprender y que están sucediendo frente a sus ojos y que sin que el niño lo sepa, van a transformar su vida para siempre. Ese momento definitorio de toda vida en la que se deja de ser niño para convertirte en otra cosa, con cualquier cosa que pase, buceando en nuestra historia personal encontramos ese momento. La infancia no se termina cuando el cuerpo está listo para la adolescencia, la infancia se acaba en el momento en que se pierde la inocencia. Y que puede pasar cuando tiene seis o tienes ocho, doce… me gusta explorar esa voz, como apoyarme en esa pureza en la que todavía se cree en Dios con esa fe que solo los niños pueden tener y que al mismo tiempo se den cuenta de que por mucho que recen las cosas no cambiarán. Ese momento en que te das cuenta de que Dios en verdad no es todo poderoso y que en verdad no salva por mucha fe que tú tengas. Ese aprendizaje crea un antes y un después en tu vida, me interesa ese lugar y qué función cumplimos los adultos en ese proceso de conservar la inocencia de los niños. Muchas veces lo hacemos sin querer, pero ¿qué pasa cuando lo hacemos queriendo? ¿qué pasa cuando hay una voluntad de destruir la inocencia? Esa figura de ese monstruo me interesa mucho. Sí, creo que desde ahí hay una obsesión. Creo que también esto es un proceso de contestar preguntas, de curar heridas. De decir en dónde está ese momento en que María Fernanda dejó de ser esa niña tan feliz y tan inocente y dulce… ¿dónde quedó? ¿Cuándo fue el momento en que ella se fue a dormir un poco rota, un poco destruida? Y que, básicamente, lo que hacemos después de ese día, es arrastrar los pedacitos y sobrevivir.

P: Por otra parte, utilizas metáforas brutales. Por ejemplo, en “Crías” los hámsteres parecieran ser los que devoran esta historia cruda en la que el amor —perverso— entre una pareja es el resultado de lo que sus padres en algún momento hicieron con ellos. A todas luces el trasfondo de la familia, con todas sus debilidades y falsas fortalezas, sale a relucir en la edad adulta. ¿Era esta tú intención?

R: Por supuesto. Completamente. Los hámsteres son una metáfora muy explícita de cómo los padres devoran a sus hijos de mil maneras. Son como Saturno devorando a sus hijos y fagocitándolos en otra cosa. Yo creo que no hay nadie a quienes sus padres no lo hayan devorado y luego fagocitado en otra cosa. “Crías” es una historia a la que yo tengo mucho cariño, es mi gran historia de amor del libro, es una historia que tiene un final con una cierta luz al final del camino. De que, aunque eres un monstruo, un freak, un rechazado, un outsider, el huérfano con su familia viva, hay alguien que te puede querer. Yo le tengo mucho cariño a ese cuento y sí que usé esta idea de la obsesión de ver a los hámsteres comiéndose a sus bebés, a sus crías con las ideas de estas casa tóxicas llenas de conflictos no resueltos y de ira, y de esa sensación de que en cualquier momento todo se puede romper, todo se puede ir a la mierda, que sí es una sensación que yo conozco de cerca de vivir en familia como caminando entre cristales, en un vidrio muy finito y entonces tener toda tu vida la sensación de que en cualquier momento, en un instante, todo se va a quebrar. Y eso es miedo. El que en tu casa, que es donde supuestamente tienes tu espacio seguro y donde se supone que estás protegido de todo lo de afuera, es el preciso lugar donde más miedo tienes, es una cosa muy interesante y más tratarlo a nivel literario. Creo que sí, que la familia es el gran tema, uno de los temas que más me interesa, porque creo que es uno de esos metarrelatos que aún no se han podido trabajar con la suficiente criticidad. La familia sigue siendo un absoluto que sigue vendiéndose como la gran institución que es incuestionable y lo que pasa con las cosas incuestionables en una sociedad es que, muy fácilmente, se convierten en un poder brutal, casi dictatorial o fascista, en donde lo que yo digo es lo que es y donde tú no tienes voz porque la familia sí es una institución muy jerárquica y donde estamos esos niños que hemos sido todos y que además no están estos niños, un poco rehenes, cuando la familia no es esa familia feliz que nos pintan las películas. Yo creo que, si cuestionásemos con más facilidad la institución familiar, podríamos curar con mucha más facilidad las heridas. Pasaría todo lo contrario de lo que se cree, porque lo que no se cuestiona es lo que no evoluciona y la familia tiene que evolucionar, porque vivimos entre gente rota y dañada que rompe y daña a los demás. Eso sale de la familia, de la casa, la gente que nos destruye, la gente que mata, la gente que roba, la gente que viola, que se mete al narcotráfico y mata sin piedad y decapita, etcétera, salió de algún lado. No fue una hierba que surgió de la calle, en medio del cemento.

P: En Subasta, sin embargo, la brutalidad explota todas sus dimensiones. La violencia, el uso de armas, una celebración en medio de la desgracia, el llanto mudo de las mujeres, amenazas, pistolas sobre la sien, bofetadas... es una historia avasalladora. ¿Por qué abrir el libro con este cuento?

R: “Subasta” es el cuento que le da el título más literal al libro. Creo que es una buena manera de entrar a mi universo. Personalmente siento que la parte más personal de subasta son sus primeras líneas, los primeros párrafos en donde está la infancia de esta niña rodeada de la violencia de las galleras, de los lugares donde hay —sobre todo hombres — básicamente hombres apostando, bebiendo, ganando dinero con la masacre de un animal. Y que tiene alto impacto en la psiquis de un niño —háblese de varón— asistir a peleas de gallos, pelea de perros en su infancia. Y que influye en cómo esa persona tiene su relación con los demás seres vivos, otros hombres, sus mujeres, mujeres desconocidas, incluso con ellos mismos. Me interesa mucho el mundo de la virilidad, el mundo en el que los hombres demuestran que son hombres y uno de esos lugares en Latinoamérica es obviamente una gallera. Partiendo de eso que existe en la vida real que es como de una película gore, cualquier otra cosa ya adquirirá un tinte de horror. Ambientar un cuento (en una gallera) es hacer que el lector se sumerja en este caldo de sangre y tripas y vísceras, que es el libro. Por eso es que me parece que debía arrancar con ese cuento.

P: Actualmente son las mujeres quienes encabezan los libros más vendidos, las mejores críticas y, sin lugar a dudas, quienes demuestran que el cuento es en realidad el titán de la literatura. ¿Qué tal te sienta el cuento? ¿Y cómo percibes el género escrito por mujeres?

R: El cuento es el género al que le tengo más predilección como escritora. Me gusta mucho leer poesía y quizá en algún momento muy primario de mi vida y de mi proceso de convertirme en escritora pensé que podía ser poeta, pero me di cuenta de que para ser poeta hay que tener un espíritu, un talento o algo que no sea escribir y que yo creo que no tengo porque es el género superior, el género madre y padre, pero yo tengo una búsqueda poética, una pulsión con el tema de buscar generar imágenes poéticas. Me parece que el cuento es ideal. Creo que en ese sentido el cuento es más hermano de la poesía que de la novela, porque cada palabra tiene el peso específico y no otro. Cada palabra es estoy y nada más y tienes que crear metáforas muy potentes, muy rápido y profundas, para que el lector sea capaz de captar toda esa cosmogonía, toda esa historia que tú quieres contar y que quieres que el otro lea. A veces no es lo mismo lo que quieres contar con lo que el otro lee. Hay este pacto de desentrañar metáforas, desentrañar símbolos muy poderosos. El símbolo de la pelea de gallos es un símbolo poético de la destrucción de los seres puros, de los seres inocentes. Me gusta mucho intentar un acercamiento poético al cuento y hermanarlo mucho más de lo que en principio se creería. Yo sí creo que hay un pacto con el lector de poesía y con el lector de cuento, en comparación con un lector de novela. El cuento para mí es el género ideal, es mi forma de pensar el mundo y crear historias. Quienes somos cuentistas tenemos una confianza inmensa en el lector, porque es él quien rellena los espacios en blanco: lo que pasó antes y lo que pasó después. Creo que el cuento es un género noble que además es el género que nos enseña a todos a amar la literatura. Y que creo esta generación de escritoras efectivamente lo está elevando otra vez, porque el cuento en Latinoamérica ha sido nuestro género inmenso, lo elevan nuevamente después del boom a la categoría del gran género literario. Sí es verdad que yo me siento muy a gusto de ser parte de esta generación de autoras brutales en todos los sentidos de la palabra, creo que quizás si yo hubiese publicado mi libro cuarenta años antes, sería un libro que conocerían mucho menos personas. Es un gran momento histórico porque el feminismo es el gran movimiento de estos tiempos junto el ambientalismo, es la gran fuerza que trasciende fronteras, la gran ideología y eso arropa a todos los trabajos y oficios y lugares que ocupamos y hacemos las mujeres.

P: A diferencia de las novelas donde puedes ir y venir por cien o doscientas hojas, el cuento es limitado, aprehensivo; tienes que decirlo todo en un número reducido de líneas, ¿tienes alguna técnica para no caer en los cuentos largos que escribe, por ejemplo, Alice Munro?

R: No lo sé, la propia historia no me lo ha pedido. Yo escribo mucho más que del cerebro y la planificación y la reflexión filosófica, yo escribo más desde las tripas, desde las vísceras, y acuérdate que el corazón también es una víscera. Escribo más desde otro lugar y desde ese lugar, yo siento casi como de alguna manera una gestación, como un ciclo de la naturaleza, cómo va a ser el ciclo del cuento. Yo siento que no da para más o que tal vez debería ser más largo. “Nam”, por ejemplo, es más largo porque necesitaba mostrar la relación entre las chicas, un poquito más antes de mostrar lo que pasaba con el papá. Eso creo que tiene que ver con ciclos vitales y de tener una percepción, y está el oficio de escribir, saber cuánto más necesita este cuento, cuánto va a necesitar el lector de ese cuento y cuánto más puedes sostener la tensión, y este último es un tema que me obsesiona mucho. Tienes que saber cuánto tiempo puedes dejar al lector sin respiración. Necesito saber que no puedo extenderme demasiado porque pierdo al lector, esa sensación que yo quiero es la de saber cuánto tiempo puedo retener al lector sin sacar la cabeza del agua.

P: Si tuvieras la oportunidad de escribir un libro ya conocido, ¿cuál sería?

R: El libro que  me transformó la forma de ver el mundo y de sentirlo, de sentir el dolor y pensar en la soledad, el amor, el desamor, fue Los heraldos negros de César Vallejo. Yo no voy a tener las ínfulas de decir “ese es el libro que yo hubiese querido escribir”, porque para decir eso tienes que pensar que tienes el talento para poderlo haber hecho y yo no creo que pueda hacer algo así, crear una catedral sobre la existencia y el ser humano, pero es un libro al que voy siempre, que me alimenta y que siempre es nuevo y que quiero mucho. Supongo que eso se acerca al pensar “me hubiese gustado escribirlo”.

P: De modo que sabemos la importancia que tienen las mujeres en tu vida, ¿cuáles son las escritoras a las que recurres con más frecuencia?

R: Como me gusta la poesía y la leo mucho, creo que una autora a la que recurro con frecuencia es Sor Juana Inés de la Cruz desde hace muchísimos años, además de que la descubrí en la universidad. Es muy importante para mí. También lo fue Santa Teresa. Todo el tema de la poesía religiosa lo es. Sí que recurro a ella. Leo a Alejandra Pizarnik, también a las grandes poetas como Marosa di Giorgio a quien conocí relativamente hace poco, tal vez tarde, cosa que lamento mucho porque es otra poeta genialísima. De narradoras, mis contemporáneas las admiro a todas, me es difícil decírtelo porque es una lista muy larga, pero soy muy feliz de sentir que mis contemporáneas están haciendo una literatura que trascenderá a la Historia, y que serán parte del canon. Me parece muy emocionante pensar que las mujeres con las que coincido en tiempo y espacio serán sus libros, los grandes libros de la Literatura Universal, que estos libros como Pedro Páramo pasarán a la Historia. Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, por ejemplo, es un libro que estoy segura que ya es parte del canon mexicano y del canon latinoamericano. Es un libro que transformó muchas cosas, es un libro inmenso en todos los sentidos. Me pongo de rodillas frente a estas mujeres tan jóvenes que están haciendo estas catedrales de la palabra, estas nuevas obras maestras. Distancia de rescate de Samanta Schweblin me parece otro de sus libros que inaugura no solo el género de terror ecológico y terror de cómo los pesticidas nos están transformando en monstruos o el proceso sangriento de querer más a costa de la salud de la gente sin importar si los niños mueren o no, o si se enferman de cáncer o de la piel o de lo que sea. Me parece que ella lo aborda con una delicia. Mariana Enríquez me parece una genia absoluta, sus libros de cuentos son perfectos, de cada cuento se puede hacer una tesis sobre la desigualdad social, la inequidad, la violencia contra los niños o las mujeres, sobre cómo vivimos en América Latina sobreviviendo constantemente a miles de terrores: la dictadura, la muerte, las desapariciones, la delincuencia… Mónica Ojeda, mi compatriota y gran amiga, es otro ser superior tocado por la gracia de la palabra. A mí gusta mucho Andrea Jeftanovic, una chica chilena que escribe sin pelos en la lengua, que escribe y bucea en la perversidad con gracia y brillantez. Descubrí, lamentablemente hace poco, a Gabriela Cabezón Cámara otra argentina que también me deslumbró muchísimo, me encanto lo que ella hace, la pequeña historia que representa toda la historia de un país y un continente.

P: Si tendrías que elegir a uno de tus cuentos como tu favorito, ¿cuál elegirías?

R: Esto es muy difícil, hay algunos a los que les tengo diferente cariño por muchas razones, pero por lo que ha pasado con ellos. A “Subasta” yo le tengo mucho cariño porque han pasado muchas cosas gracias a él. “Subasta” ha sido la puerta de entrada, para mí, a muchas posibilidades que quizá yo no hubiese tenido o “Nam” que fue el cuento con el que gané un premio en la revista Ñ en Madrid, y que fue quien me abrió la posibilidad de conocer a Páginas de Espuma. Hay otros que quizá no se les mencione tanto y que yo les tengo mucho amor, que quizá la historia es menos efectista o menos redonda o que tiene menos picos, incluso que ha contado con menos talento. Todos los cuentos que están en ese libro tienen una parte de mí, una obsesión mía, un deseo de ser querida… todos esos personajes comparten conmigo el deseo de ser querida desde muy pequeña. No, no puedo (Ríe), Los quiero mucho a todos.

P: Para finalizar, María Fernanda, ¿vendrá pronto algún libro de extrema crudeza como lo fue Pelea de gallos o piensas escribir algo distinto?

R: Yo creo que una es lo que es, una no puede escapar de todo, menos de lo que se es y yo soy alguien que ve la crudeza del mundo, alguien que no le da la espalda al dolor, a las historias que causan dolor. Yo, además, soy activista del feminismo. Todo el tiempo estoy conociendo las historias de torturas, asesinatos, violaciones, desapariciones de mujeres y niñas en todo el planeta. Es muy difícil que cuando tienes los ojos abiertos vuelvas a echarte cera en los ojos o en los oídos como para decir no quiero ver o no quiero escuchar. Yo tengo un compromiso con la realidad y la realidad es terrible, especialmente espantosa. Entonces, el próximo libro que viene ahora que he llamado “Visceral”, que es una palabra que se usó mucho para definir “Pelea de gallos”, es interesante usarla como título de un libro. Tiene historias que exploran la perversidad pero que también tienen esa pequeña luz del amor, la amistad, el deseo de salvarse que tienen mis personajes. Y creo que van a ser más bien adolescentes, quisiera explorar más profundamente el tema sobrenatural que exploré en “Luto” y “Pasión”, que son mis cuentos bíblicos. Lo bíblico es sobrenatural. Me interesa explorarlo mucho más y la religión que en mi vida fue muy importante. Y bueno, vamos a ver qué sale… ya te iré contando.

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