Sabinas.— La tragedia parece vivir en las familias de la región carbonífera de Coahuila. Muchas, que hoy viven la desesperación de no poder rescatar a los 10 mineros atrapados en un pozo de la comunidad de La Agujita, municipio de Sabinas, no es la primera vez que lidian con esta pena.
Angélica Montelongo perdió a su primo en la mina Pasta de Conchos, donde murieron 65 mineros. Ahora, su hermano Jaime Montelongo, de 61 años, está atrapado.
Hilda Alvarado perdió a su hermano en una explosión en una mina hace 20 años. Ahora, su esposo, Mario Alberto Cabriales, padre de sus dos hijos, se encuentra atrapado junto con nueve compañeros.
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Desde Pasta de Conchos, en 2006, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) contabiliza al menos 60 accidentes en los que han muerto más de 120 mineros en la región carbonífera, según una relación entregada vía solicitud de información.
Pero documentos históricos refieren más de 120 accidentes fatales en la historia de esta región, que parece vivir un ciclo constante de luto y tragedia.
Uno de los accidentes con más mineros fallecidos en esta zona data del 31 de enero de 1901, en la mina El Hondo, donde murieron 141 trabajadores. En 1907 hubo una nueva tragedia que enlutó a 108 familias. El 31 de marzo de 1969, en las minas de Barroterán 2 y 3 murieron 153 mineros. El más reciente, Pasta de Conchos, donde fallecieron 65 mineros, y el pozo 3 de Binsa, en el ejido Sabinas, donde murieron 14 hombres en 2011.
“Todo el tiempo veíamos esos accidentes y decíamos ojalá nunca pasemos por eso. Ahora que estamos aquí se pregunta uno si va a pasar por ese dolor de perder a un ser querido”, expresa Angélica Montelongo, hermana del minero atrapado, Jaime Montelongo.
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Hilda Alvarado llora de pensar que su esposo Mario Alberto esté sufriendo debajo de la mina: “Siempre le dije que si le llegaba a pasar algo lo que quería era que no sufriera. Eso me duele, porque si están vivos están sufriendo”, menciona.
El padre de Angélica fue minero y siempre dijo a su familia que Dios se lo iba a llevar cuando quisiera llevárselo.
Con esa mentalidad, Jaime Montelongo también se lanzó a los pocitos de carbón. Empezó a trabajar en ello desde los 14 años, relata su hermana, quien ha estado en el campamento con las familias desde el miércoles pasado, cuando ocurrió el accidente. Ha llevado comida para las familias y espera todo el día por alguna información.
“Siempre decía que le iba a tocar cuando le fuera a tocar”, recuerda Angélica sobre Jaime, el único de los hermanos que siguió los pasos de su padre.
“Aquí sabemos que cualquier día salimos con los pies por delante”, dice don Antonio Cabriales, minero retirado y padre del minero atrapado Mario Alberto Cabriales.
Una temporada se fue a una fábrica, pero no le gustó. “Ya no quiero ir”, dijo y se fue a buscar trabajo en los pocitos. “Lo que les gusta hacer, lo van a hacer, aunque les digan que es peligroso”, dice la esposa, Hilda Alvarado.
Lo mismo cuenta la familia de Jaime Montelongo. Él ya se había pensionado, pero un año después decidió volver a trabajar. Sabía que era peligroso y había filtraciones de agua. Decía que renunciaría en unos días. Ahora sus hijos, también mineros, ayudan en las labores para rescatar a su padre y a los otros.
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