Piedras Negras, Coahuila

La última vez que Atemkeng John Bezakeng vio a su familia fue hace nueve meses y no sabe nada de ellos desde hace cinco. Huyó de la persecución política en su natal Camerún y ahora está sentado en la iglesia San Judas Tadeo, en Piedras Negras, en la frontera con Eagle Pass, Texas, a unos metros de lo que él cree, será su libertad y protección.

El camerunés lleva un rosario en la mano y reza con la solemnidad de un seminarista. Sus plegarias son para que su familia se encuentre bien. “Paso la mayoría de mi tiempo rezando”, dice Atemkeng de camino al albergue Betania, donde ha dormido las dos últimas semanas en espera de que el gobierno de Estados Unidos lo llame para exponer su solicitud de asilo político.

Mientras muchos de los titulares noticiosos sobre Camerún hablan de que está cerca una guerra civil, Atemkeng asegura que ya se vive una entre la región francófona, que es mayoría y es gobierno, contra la región anglófona de la que él es parte. “Están matando a la gente”, recalca.

El hombre de 32 años relata que era uno de los maestros líderes del sindicato, gremio que criticó la opresión de los francófonos. Ahora es un objetivo del gobierno. “Como maestro, como líder del sindicato teníamos que proteger a la minoría anglófona, la identidad, el sistema educacional. Cuando hicimos posible esa conciencia empezamos a ser arrestados, torturados, asesinados”, cuenta a casi un kilómetro del río Bravo.

Fue arrestado tres veces. Cuando lo liberaron la segunda ocasión, apenas alcanzó a ver a su esposa antes de ser detenido por última vez. Lo iban a llevar a Yaundé, capital de Camerún, pero sabía que allí sería fusilado, sin ningún juicio y por ello escapó y comenzó a esconderse en diferentes localidades, portando sólo su billetera y una identificación; durante cuatro meses se ocultó en su propio país.

Quería regresar por su familia —compuesta por su esposa de 26 años, una hija adoptada de 13 y dos hijas más de cuatro y dos años—, pero no pudo. Su casa, en la localidad de Menji, fue quemada, y hoy en portales de noticias se habla de Menji como un pueblo fantasma. Entonces Atemkeng comenzó su ruta como migrante desplazado con el único sueño de conseguir asilo en Estados Unidos.

Según el Instituto Nacional de Migración (INM), de enero a agosto de 2018, van mil 539 migrantes de África que han sido asegurados. En 2017 fueron 2 mil 178, mientras que en 2016, 3 mil 910. En lo que va de este año, hasta agosto, 222 africanos obtuvieron una tarjeta de residencia temporal y 40, un permiso por razones humanitarias.

Albergues saturados

En casa Betania, un albergue para migrantes en el centro de Piedras Negras, se hallan migrantes hondureños y salvadoreños. A unos 600 metros está también la Casa del Migrante Frontera Digna, donde se miran en las banquetas a veinteañeros de Honduras, Panamá y El Salvador.

Los albergues en Piedras Negras están saturados desde hace tres meses, cuando empezó a llegar una oleada atípica de migrantes que huyen de sus países y buscan asilo en EU. Además de los centroamericanos, comenzaron a llegar de Cuba, República Dominicana, Haití, Venezuela, Argentina, Brasil, Rusia y africanos de Camerún, el Congo, Kenia, Angola y Nigeria, principalmente.

“Antes llegaban uno, dos por semana que buscaban pedir asilo y ahora vemos que son decenas, cientos buscando asilo”, dice Saúl García, el administrador de Frontera Digna.

Si bien la oleada de migrantes africanos en México se acentuó en 2016, según el INM, a Coahuila empezaron a expandirse a partir de este año.

“Vienen muchos con familias completas. Platican que llegaron a Coahuila porque les dicen que es una frontera más segura”, cuenta el padre José Guadalupe Valdés, conocido como padre Pepe, asesor de Frontera Digna y director del comedor de Betania.En esta frontera, quienes buscan silo se registran en una lista de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés). Con apoyo del gobierno municipal y la iglesia, la CBP los llama casi diario a una entrevista. Hay días que piden tres, otras veces 15 migrantes. No se sabe.

El padre Pepe ha contabilizado más de 170 africanos que enviaron a Eagle Pass en busca de asilo en las últimas semanas. “Los envían con un juez de Estados Unidos y él decide el estatus migratorio. Si decide que realmente hay peligro de vida para ellos, les suelen dar el asilo, pero también pueden ser deportados”, explica.

El viacrucis de la huida

La ruta de Atemkeng para llegar a Piedras Negras es un rosario de destinos. Después de salir corriendo de Camerún llegó a un refugio a Nigeria, país vecino. Sin embargo, cuenta que en el refugio la gente empezó a ser deportada. Descubrió que su vida tampoco estaba a salvo y huyó a Benín.

En Nigeria fue la última vez que Atemkeng habló con su familia. Cuando recuerda esa conversación, el africano se echa a llorar. “Es doloroso”, dice cuando toma aire y se lleva la mano al rostro.

“Tengo que buscar un lugar seguro”, les dijo por teléfono y su familia le deseó que lo lograra, que le fuera bien. Ahora no sabe dónde están. Su mamá los acompaña y sólo se imagina que se están moviendo, escapando como otros miles. Tampoco sabe cómo está su hermano y dos hermanas.

Después viajó hasta Senegal y allí consiguió volar hasta Ecuador, donde los africanos no necesitan una visa. Siguió por Colombia y después por Centroamérica: Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala.

En Tapachula, Chiapas, permaneció 10 días hasta que obtuvo un permiso por el gobierno mexicano para transitar libremente por el país durante 15 días. Desde Chiapas hasta el norte, tardó dos días en autobús. “Sólo estaba siguiendo a amigos. No sabía a dónde iba”, recuerda.

Llegó a Nuevo Laredo, Tamaulipas, pero el oficial de migración le recomendó que se fuera a Acuña, Coahuila, porque en Tamaulipas no estaban recibiendo peticiones de asilo. En Acuña le dijeron que la mejor opción era Piedras Negras. Y aquí está.

A Atemkeng le dijeron que su cita para entrevista está programada la próxima semana. Él, con rosario en mano, espera ansioso por ese día.

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