San Luis Potosí es una ciudad cargada de historias, muchas de ellas envueltas en misterio y tragedia. Entre sus leyendas urbanas, hay una que sobresale por su crudeza: la del Callejón de las Manitas, un sitio que, durante el siglo XIX, se convirtió en escenario de un castigo ejemplar y macabro que marcó para siempre la memoria de los potosinos.

Foto: Gemini IA.
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Un sacerdote bueno y generoso

El protagonista de esta historia fue el presbítero Antonio Gómez González, originario de la Diócesis de Monterrey. Hombre de fe, dedicado a la enseñanza del latín en el Colegio Guadalupano Josefino, vivía con austeridad y ayudaba a estudiantes pobres y necesitados con los pocos recursos que tenía.

En 1850 decidió emprender un viaje a diferentes poblaciones del Bajío y de Tierra Nueva, donde había prestado un modesto capital a un comerciante en apuros. Al finalizar su recorrido, recuperó el dinero y se preparó para volver a a principios de 1851. No regresó solo: lo acompañaban dos jóvenes, Manuel Salas y Cruz Castañeda, quienes se hacían pasar por sus ayudantes.

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La última noche del padre Gómez González

El 13 de enero de 1851, el sacerdote llegó a . En vez de dirigirse al Colegio Guadalupano Josefino, se trasladó a una pequeña casa en el Barrio de la Alfalfa, en un callejón angosto y oscuro. Esa misma noche, mientras descansaba, fue atacado brutalmente.

El presbítero recibió trece heridas de arma blanca y un golpe contundente en el rostro. Su cuerpo quedó tendido en medio de la sala, aún sangrante, mientras sus acompañantes fingían sorpresa al reportar el crimen en el cercano Hospital Militar. Pero la farsa duró poco. Las pruebas y las contradicciones en sus declaraciones terminaron por revelar la verdad: ellos habían sido los asesinos.

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El juicio y la condena

La noticia del asesinato de un sacerdote conmocionó a todo . El clamor por justicia fue inmediato. En el juicio, Salas y Castañeda confesaron haber planeado el crimen para robar el dinero que el padre traía consigo.

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La sentencia fue clara: ambos serían ejecutados por el garrote vil, un método que asfixiaba y quebraba las vértebras del condenado. Pero la justicia no se conformó con quitarles la vida. Había que dar un ejemplo que quedara grabado en la memoria de los habitantes.

El castigo fue escalofriante: después de ejecutarlos, sus manos derechas serían cortadas y clavadas en la fachada de la casa donde asesinaron al sacerdote. Bajo ellas, un letrero advertía con letras frías y duras: “Por asesino sacrílego”.

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El callejón que se ganó un nombre macabro

El espectáculo de las manos clavadas en la pared no tardó en convertirse en un foco de morbo y miedo. Los vecinos evitaban pasar por aquel sitio al caer la noche, convencidos de que las almas de los asesinos rondaban el lugar en pena.

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Fue entonces cuando el callejón comenzó a ser conocido como el Callejón de las Manitas, un nombre que perduró por décadas y que recordaba constantemente la brutalidad del crimen y la severidad del castigo.

Sin embargo, con el tiempo, el nombre se fue perdiendo. A inicios del siglo XX, la vía cambió su denominación a calle de López y años después desapareció con la ampliación de la actual calle Abasolo. Aun así, el recuerdo de las manos secándose en la pared quedó como uno de los episodios más espeluznantes de la historia potosina.

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Una leyenda que sigue viva

Más de 170 años han pasado desde aquel crimen, pero la historia del Callejón de las Manitas continúa circulando entre los relatos de de San Luis Potosí. Quienes la narran no sólo evocan un crimen atroz, sino también una época en la que la justicia recurría a castigos públicos que buscaban infundir miedo para evitar futuros delitos.

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Aunque el callejón ya no existe, la permanece como una huella imborrable del lado más oscuro de la ciudad. Muchos potosinos aseguran que, al caminar por la zona donde alguna vez se alzó la casa del crimen, todavía se percibe una sensación de pesadumbre, como si las paredes recordaran la sangre derramada y el destino de los dos jóvenes ajusticiados.

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