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En la noche de este Viernes Santo, miles de personas se congregaron en las calles del centro histórico de la capital de San Luis Potosí para presenciar uno de los actos de la fe católica más elaborados de la ciudad: la Procesión del Silencio, marcha fúnebre que representa los últimos pasajes de la vida de Cristo, mediante el simbolismo de las 14 estaciones del Viacrucis y los cinco Misterios Dolorosos, esta vez en su edición número 71.
En punto de las 8:00 de la noche, en el templo de Nuestra Señora del Carmen se dio inicio a este fenómeno religioso con el característico sonido de trompetas y tambores, los cuales llaman a la atención absoluta y a marcar los pasos de los más de 2 mil cofrades que caminarían con el peso de su fe, en un recorrido que duraría aproximadamente cuatro horas.
Tanto la Plaza del Carmen como las escalinatas del Teatro de la Paz se encontraban abarrotadas de gente expectante de observar el paso firme de las y los participantes de la Procesión. Se hizo el silencio y lo único que se escuchaba era el retumbar de los tambores en los corazones de las y los fieles, quienes, mediante esta representación, se transportarían a la historia de la muerte de Jesús y al dolor indescriptible que por este hecho sufrió la Virgen María.
Por segundos, minutos, horas, se dieron paso las 32 cofradías sobre las calles potosinas. Una a una, iban mostrando las imágenes del Viacrucis en una marcha que pareciera no tener ni principio ni fin, ya que el tiempo transcurre de diferente manera dentro de la Procesión: parece que sólo existe el presente al sentir el dolor de los penitentes, al ver a los cofrades con sus vestuarios similares, al repetir la historia de la muerte de Cristo por innumerable vez.
Fueron pequeñas niñas, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y hasta adultos mayores quienes procesionaron como nazarenos, damas, cofrades o costaleros, cada uno con diferente intención. Algunos sólo por fe, otros por el compromiso con su parroquia, por el amor a la Procesión o por alguna manda que le hicieron a Jesús o a la Virgen.
Éstos últimos suelen decir que el recorrido se hace más pesado cuando se tiene una promesa: les pesa todo, les duele el cuerpo o sienten que el tiempo es eterno. Sin embargo, siempre llegan al final del recorrido, con la fe intacta y con la esperanza de que sus peticiones se cumplan.
Finalmente, imponente y majestuosa, es la imagen de la Virgen de la Soledad la que culmina con la Procesión del Silencio. Entre decenas de velas, la Virgen se erige sufriendo por la muerte de su único hijo. Al verla, las y los espectadores se maravillan por su belleza y dolor. Al ser cargada por sus devotos costaleros, es llevada nuevamente hasta el interior del templo de Nuestra Señora del Carmen, terminando así esta imponente representación de la muerte de Cristo.