Originario de México y conocido científicamente como Crescentia alata, el cuatecomate —llamado también tima en lengua tének, morro, jícaro o tecomate— es una especie profundamente enraizada en la cultura y la medicina tradicional del país.
En San Luis Potosí, especialmente en las zonas huastecas, esta planta ha sido valorada durante siglos por su resistencia, belleza y, sobre todo, por sus notables propiedades curativas.
Su presencia se extiende por buena parte del territorio nacional, desde Baja California hasta Yucatán, prosperando en climas cálidos y subhúmedos, en selvas bajas, sabanas y bosques tropicales. A pesar de ser una especie silvestre, suele cultivarse en huertos familiares y como árbol ornamental o de sombra.
El cuatecomate ocupa un lugar destacado dentro de la herbolaria mexicana gracias a sus beneficios para las vías respiratorias. De acuerdo con datos de la Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana de la UNAM y la CONABIO, la pulpa de su fruto se emplea para preparar jarabes que alivian la tos, el asma, la bronquitis y otras afecciones pulmonares.
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En las comunidades potosinas, el remedio tradicional consiste en hervir la pulpa junto con plantas como el gordolobo, el eucalipto, el saúco y la bugambilia. El resultado es una infusión expectorante y fortificante, recomendada para quienes padecen catarros, flemas o dolor de pecho.
Además, se considera un alivio eficaz contra la fiebre, purgante y antiinflamatoria, lo que la convierte en un apoyo natural para combatir los síntomas de enfermedades respiratorias severas como la tuberculosis o la rinofaringitis.
Más allá de su acción sobre los pulmones, el cuatecomate tiene un amplio repertorio de usos medicinales. La infusión de sus hojas se utiliza como astringente para tratar la diarrea y fortalecer el cabello, mientras que la raíz hervida es popular como auxiliar en el tratamiento de la diabetes.
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En el ámbito externo, su pulpa cocida o machacada se aplica como cataplasma sobre golpes, quemaduras y heridas, ayudando a desinflamar y acelerar la cicatrización. Cuando se mezcla con miel de abeja, se usa para aliviar lesiones internas y externas.
Históricamente, esta planta también ha sido empleada en tratamientos ginecológicos y digestivos. Textos de los siglos XVI al XIX, como los de Francisco Hernández y Vicente Cervantes, ya registraban su uso como antidiarreico y tónico natural.
En la tradición tének de la Huasteca potosina, el cuatecomate forma parte del conocimiento transmitido de generación en generación. Su uso no sólo se asocia con la salud, sino también con la vida cotidiana: el fruto seco y vaciado sirve como recipiente o jícara, mientras que su cáscara tallada se transforma en artesanía o instrumento musical.
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Este vínculo entre la utilidad práctica y la medicina natural refleja una profunda conexión entre las comunidades y su entorno, una relación que combina respeto, conocimiento y equilibrio ecológico.
Aunque la medicina popular respalda ampliamente las propiedades del cuatecomate, los estudios científicos sobre sus componentes químicos aún son escasos. Se sabe que su pulpa contiene aceites grasos, resina ácida, ácido tánico y pectina, sustancias que podrían explicar sus efectos antimicrobianos y antiinflamatorios.
Sin embargo, los especialistas en botánica y farmacología coinciden en que falta investigación experimental para determinar con precisión las dosis seguras y los alcances terapéuticos de esta planta.
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Por lo anterior, te sugerimos consultar a tu médico antes de emplear plantas medicinales como esta para tu tratamiento.