Bajo el traje rojo, la barba blanca y la sonrisa paciente, hay una historia de disciplina, caídas y aprendizajes forjados en el ring.
José Santos Hernández, potosino de 40 años, padre de familia y ex luchador profesional conocido como Baby Hunter, lleva cerca de una década dando vida a Santa Claus, un personaje que aseguró, le ha dejado emociones incluso más intensas que las vividas en la lucha libre.
Su acercamiento a la lucha libre no fue planeado ni soñado desde la infancia. Todo comenzó a principios de los años 2000, en un ambiente muy distinto al cuadrilátero: el motociclismo.
Amante de las motocicletas, Santos solía reunirse con amigos bikers para convivir, hasta que uno de ellos, luchador profesional conocido como Break Demon, “el pandillero del ring”, cambió el rumbo de su historia.
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En una de esas reuniones, entre música y festejo, Break Demon anunció que debía retirarse temprano porque al día siguiente tenía función. Las insistencias para que se quedara derivaron en un reto inesperado: presentarse en el gimnasio y probar qué tan “duros” eran.
De un grupo numeroso, solo dos acudieron. José Santos fue uno de ellos.
Aunque no era seguidor de la lucha libre ni la veía como una pasión, aquella primera sesión de entrenamiento despertó su interés. Las maromas, el rigor físico y sobre todo, la disciplina lo atraparon.
Para él, la lucha libre no se parece a otros deportes de contacto: no solo enseña a golpear o defenderse, sino a resistir, caer correctamente y levantarse una y otra vez.
De complexión grande y con experiencia previa en actividades como el boxeo, Santos enfrentó entrenamientos exigentes, de hasta tres horas diarias. Tuvo la oportunidad de formarse con figuras reconocidas del pancracio potosino, incluso compartió ring con El Santo, el ícono máximo de la lucha libre mexicana.
Con el tiempo, José Santos subió al ring bajo el nombre de Baby Hunter, apodo que surgió tras enfrentarse a los hermanos Headhunters.
Vivió funciones estelares, luchas extremas, victorias, derrotas y hasta la pérdida de cabelleras.
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Pisó escenarios importantes como la Arena Coliseo y encabezó carteleras, experiencias que hoy recuerda como grandes satisfacciones.
Sin embargo, también conoció el lado más complejo del deporte: la falta de apoyo, la necesidad de invertir recursos propios y la dificultad de sobresalir en un estado que, pese a ser cuna de grandes figuras, ofrece pocas oportunidades para crecer profesionalmente.
Consciente de sus límites y de la exigencia física que demanda la lucha libre, decidió retirarse. Aun así, el aprendizaje permaneció.
Hoy, su disciplina se refleja en su vida cotidiana y en su faceta como Santa Claus, donde cambia la máscara por la barba y el ring por la ilusión de los niños.
Aunque durante años se preparó físicamente para soportar golpes, llaves y caídas, jamás imaginó que su mayor reto emocional vendría al ver los ojos de un niño iluminarse al escucharlo decir: “Ho, ho, ho”.
Su llegada al mundo de Santa Claus fue casi accidental. Todo comenzó gracias a su esposa, docente de nivel preescolar, quien enfrentaba dificultades para conseguir a alguien que interpretara al personaje navideño en un jardín de niños de la zona rural por Mexquitic de Carmona.
Tras varias negativas y no pocas dudas, Santos aceptó apoyar “solo esa vez”, convencido de que no perdía nada.
La primera presentación llegó de una manera poco convencional: vestido de Santa, arribó en motocicleta, con una bolsa llena de juguetes proporcionados por la escuela.
El ruido del motor anunció su llegada y, en segundos, la emoción infantil se desbordó.
Gritos, risas y miradas llenas de asombro lo recibieron como si estuviera entrando a una función estelar. La sensación confesó, fue similar a caminar rumbo al ring, pero multiplicada.
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“Lo que sentí ahí no se compara. Los niños no fingen. Te abrazan con una sinceridad que te atraviesa”, recordó.
El momento que terminó de marcarlo ocurrió cuando una pequeña se acercó para regalarle sus dulces, aquello que para cualquier niño representa un tesoro.
Fue entonces cuando entendió que estaba recibiendo algo mucho más valioso que cualquier aplauso o abucheo: confianza pura.
Esa noche, ya en casa, hizo lo que él llama “hacer cuentas”, pero no de dinero. Pensó en el valor de ese gesto, en lo que significa para un niño desprenderse de lo único que tiene. Ahí decidió continuar. No como negocio, sino como una forma de servicio.
Con el paso de los años, una escuela llevó a otra, luego varias más. Su esposa, ya como supervisora escolar, amplió el alcance de las visitas y la experiencia fue creciendo.
Paralelamente, Santos se mantuvo cercano al mundo del espectáculo: entrevistas a luchadores, programas de radio por internet y contactos que lo llevaron a profesionalizar su faceta como Santa.
Durante una temporada trabajó junto a un payaso regiomontano, quien aunque con diferencias, le enseñó aspectos clave del oficio: cómo acercarse a los niños, cómo modular emociones, cómo maquillarse y sobre todo, cómo respetar los tiempos y sensibilidades de la infancia. Al final, esa etapa le dejó más aprendizaje que pérdidas.
Hoy, José Santos realiza presentaciones de Santa Claus, duende y otros personajes, principalmente en temporada decembrina, con actividades que inician desde noviembre y que incluso lo han llevado a grabar comerciales y participar en proyectos artísticos.
Mantiene una tarifa accesible y también destina tiempo a eventos comunitarios y causas sociales, algunas de ellas sin costo, como posadas para pacientes oncológicos.
Hay experiencias que lo han marcado profundamente. Adultos que se toman su primera y quizá última, foto con Santa, padres que le piden grabar mensajes para hijos a los que no pueden ver, momentos en los que, aseguró, deja de ser José Santos y debe pensar como Santa: sin juicios, solo con palabras que reconforten.
Esa dualidad también ha influido en su vida personal. Padre de dos niñas de 7 y 10 años, comentó que el personaje le enseñó a escuchar más, a involucrarlas en las actividades cotidianas y a recordar que la infancia necesita atención plena. Sus hijas, incluso, comienzan a acompañarlo como duendes, ensayando diálogos y participando con entusiasmo.
Antes de cada presentación, mantiene rituales que aprendió en la lucha libre: calentamiento físico, concentración y una oración.
“Así como me preparaba para subir al ring, me preparo ahora para encontrarme con los niños”, explicó.
Del cuadrilátero a las escuelas, de las máscaras a la barba blanca, José Santos Hernández encontró en Santa Claus no solo un personaje, sino una nueva misión: preservar la ilusión y recordar que, a veces, levantar sonrisas requiere más fuerza que cualquier lucha.