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En la Calzada de Guadalupe, frente a la imponente estructura de cantera rosa conocida como la Caja del Agua, se erige desde hace algunos años una escultura que rinde homenaje a una figura ya casi olvidada: el aguador.
La obra fue instalada en 2009 y es creación del escultor potosino Mario Cuevas.
El Aguador, recuerda ese oficio, hoy extinto, que fue cotidiano en el San Luis Potosí del siglo XIX y principios del XX; hombres que recorrían las calles con cántaros o vasijas de barro para vender agua a quienes no tenían acceso directo al líquido en sus casas o para uso propio, algunos lo llaman también tortugos por las vasijas pesadas que cargaban y se parecían a un caparazón de tortuga.
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El escultor buscó plasmar no sólo al personaje físico, con sus cántaros, sino su esfuerzo, su humildad, y su rol social como lo es suplir una necesidad básica cuando no existían redes suficientes de distribución en cada hogar.

La escultura muestra a un señor cargando un cántaro en la espalda, su morral y su sombrero, con su vestimenta de pantalón y huaraches.
Aunque El Aguador no brinda agua, brinda memoria. Frente al monumento hidráulico que era pieza clave en el sistema de abastecimiento urbano, la estatua actúa como puente entre generaciones y un recordatorio del pasado, de lo que fue cotidiano y hoy ya no lo es.

San Luis Potosí, ciudad de callejones y edificios coloniales, convive con monumentos vivos como este, que no solo embellecen el espacio urbano, sino que invitan a reflexionar sobre los cambios en la vida urbana, la tecnología, y los modos de acceso al agua.
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