A sólo unos minutos del Centro Histórico de la capital potosina, el Barrio de Santiago guarda entre sus calles empedradas una de las costumbres más entrañables de la ciudad: asistir a misa dominical en el Templo de Santiago Apóstol y al salir, quedarse a disfrutar de los antojitos y la compañía familiar.

Ubicado en el cuadrante sur del centro potosino, entre las calles 16 de septiembre y Avenida de la Paz, este emblemático barrio forma parte del trazo original desde el año 1592.

Su corazón es el templo barroco dedicado a Santiago Apóstol, construido hacia 1804 uno de los más antiguos de la ciudad, según el archivo histórico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

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Con su fachada sobria y su interior cargado de simbolismo, la iglesia convoca domingo a domingo a decenas de familias que asisten a misa, muchas de ellas desde hace generaciones.

Foto: Jazmín Ramírez
Foto: Jazmín Ramírez

“Aquí me bautizaron, me casé, y ahora traigo a mis nietos”, cuenta doña Elvira Hernández, vecina del barrio desde hace más de 60 años.

Pero la vida no termina al salir del templo. Afuera, el atrio se convierte en un pequeño tianguis improvisado: hay dulces, tamales, elotes, atole, dependiendo la temporada.

Foto: Jazmín Ramírez
Foto: Jazmín Ramírez

Es común ver a las familias sentadas en las jardineras, conversando, dejando que el domingo fluya con tranquilidad.

La tradición no es nueva. Desde tiempos virreinales, los barrios de San Luis Potosí organizaban su vida comunitaria en torno a los templos. Santiago, junto con San Miguelito y Tlaxcala, es uno de los barrios originarios que aún conserva esta práctica viva.

El 25 de julio es el día de Santiago Apóstol y el barrio se llena aún más de personas y se realizan procesiones, danzas, misas especiales, música y vendimias llenan las calles. Es una muestra de cómo la fe, la cultura y la convivencia siguen entrelazadas.

Foto: Jazmín Ramírez
Foto: Jazmín Ramírez

Así, mientras las grandes plazas comerciales ofrecen modernidad y entretenimiento, el Barrio de Santiago ofrece algo distinto: la calidez de lo cotidiano, la historia palpitante y una tradición que no ha dejado de latir en muchos años.

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