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En la Huasteca y el Altiplano potosino, la Navidad no solo se vive con villancicos y posadas: para las comunidades indígenas Tenek, Náhuatl y Xi’iuy, esta temporada representa un momento de agradecimiento, encuentro familiar y renovación espiritual.
Sus celebraciones combinan elementos católicos con rituales que han sido transmitidos de generación en generación.
Según historiadores, en la comunidad Tenek, la celebración inicia días antes del 24 de diciembre. Familias enteras se reúnen para preparar el altar comunitario, donde conviven figuras del nacimiento con flores silvestres, jícaras decoradas y velas hechas por artesanas locales.
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Las posadas también se realizan, pero adquieren un sentido propio: participan músicos tradicionales con tambor y violín, y al final de la procesión se comparte el zacahuil o alguna otra comida tradicional.
La piñata, aunque adoptada de la tradición mestiza, se adorna con papel hecho a mano y semillas.
En comunidades náhuatl, la “Misa de Gallo” es uno de los momentos más importantes. Antes de acudir al templo, las familias prenden sahumerios de copal en sus casas, un acto que simboliza purificación y protección.
Después de la misa, las calles se llenan de vida con las danzas tradicionales. Niños y jóvenes participan como pastorelas vivientes, personificando ángeles, diablos, animales y pastores, pero con trajes adaptados a la identidad local: sombreros tejidos, pañuelos bordados y máscaras hechas por artesanos. Más que una representación religiosa, es un acto comunitario que involucra a todos.
En el Altiplano potosino, la comunidad Xi’iuy vive la Navidad con un profundo sentido ritual.
Para ellos, el 24 de diciembre no solo marca el nacimiento del Niño Dios, sino el inicio de un ciclo de armonía con la naturaleza.
Antes de la cena, las familias ofrecen maíz, agua y semillas.
La comida es un elemento esencial en todas las comunidades. Mientras que en la Huasteca predominan los tamales de hoja de plátano y el zacahuil, en el Altiplano la cena suele incluir atole de maíz morado, gorditas hechas en hornos de piedra y piezas de guajolote criollo preparado con chile cascabel.
Aunque cada pueblo tiene su propia manera de celebrar, un elemento común une estas tradiciones: la Navidad es un espacio para fortalecer la identidad comunitaria.
Según la Coordinación Estatal de Asuntos Indígenas, estas celebraciones han resistido pese a los cambios sociales y la migración, y forman parte del patrimonio cultural vivo de San Luis Potosí.
Cabe destacar que las celebraciones pueden cambiar o que cada familia las adopta a sus necesidades o costumbres.
Mientras en las ciudades la temporada decembrina se mueve entre centros comerciales y luces LED, en las comunidades indígenas la Navidad mantiene su esencia: un momento para agradecer, convivir y reafirmar la conexión con la tierra y la familia.
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