Valentina Vidal (Buenos Aires, 1970) publica Fuerza magnética, su primera novela editada por Tusquets. Vidal aborda en ésta temas como la mercantilización de la salud, la miseria y la traición, pero también la amistad como lazo inastillable en una relación marcada por el cariño y la compasión. Una novela que cautiva desde el principio por su ritmo y lenguaje, y que aturde por las ineludibles semejanzas con la sociedad actual.
Fuerza magnética es una novela sobre el derrumbe de los sistemas privados, la mentira, pero también sobre el valor de la amistad y la honestidad de pocos. ¿Cómo surge este universo opresivo?
VV: La idea la tenía porque a mí me gusta mucho escribir sobre las relaciones interpersonales y, sobre todo, de los filamentos que se van construyendo en las relaciones laborales en un lugar en el que vas compartiendo muchos años y que va pasando a diferentes etapas de la vida. Se genera todo un mundo ahí porque después te vas y seguís con tu vida personal, familia y amigos, pero ahí se conforma una micro-sociedad que tiene otro tipo de crecimientos y procesos. Qué bueno que decís lo del valor de la amistad porque es, finalmente, lo que atraviesa a toda la novela: cómo va creciendo y sobreviviendo esa amistad única que tienen las dos voces que van por toda la novela. Surge, también, porque trabajé mucho tiempo en una clínica privada y tenía todo ese conocimiento y muchas cosas de las que quería escribir. Por supuesto, es ficción y uno como escritor va tomando un poco de allí y de aquí para imaginar, inventar y crear una historia.
Me gustaría recalcar la siguiente frase: “Un sistema cerrado confunde”. En esta novela veo, además, una notable tensión producida por un escenario que presiona…
VV: Sí, eso fue pensado en dos maneras: una fue el cuerpo de Alina, como cuerpo enfermo; y el otro era el cuerpo más grande que es esa clínica, que oprime, de la que es muy difícil salir. Esa tensión fue trabajada y pensada. De hecho, leía mucho en ese momento El castillo de Kafka para impregnarme de esa cuestión opresiva.
Dentro de esta clínica hay una explotación del hiperrealismo. Pequeñas formas de violencia que pasan desapercibidas como el acoso, el hostigamiento, la mentira, que a la larga construyen un argumento sólido y desalentador…
VV: Sí, lo que pasa es que ese acoso, ese hostigamiento, son cuestiones muy reales que pueden suceder, que nos suceden a todos, pero, al menos, en mi experiencia, les suceden mucho más regularmente a las mujeres. Son un objeto de acoso y de hostigamiento permanente, sobre todo en los ámbitos laborales de hace algunos años. Ahora ha mejorado un montón por lo menos acá en Argentina y hemos crecido muchísimo con respecto a los derechos de las mujeres, pero no es una lucha que esté terminada ni mucho menos. Pero sí, en los ámbitos laborales, por lo menos, en el tiempo en el que yo saqué esas notas mentales y todos los fragmentos para crear esta ficción, eran mucho más impunes. Por ahí quizás esa sensación del hiperrealismo.
Veo esta clínica como un símbolo de la sociedad actual, sobre un sistema que ya no puede sostenerse a sí mismo. Algo que empieza a romperse no por fuera, sino desde adentro. ¿Pensaste esta novela como un reflejo de la sociedad actual?
VV: Es curioso porque cuando yo la escribí iba tomando, como te decía antes, unas cosas vividas en casi quince años atrás y, cuando la novela sale, muchas personas la relacionaron con momentos que estaban sucediendo en la vida actual. Entonces, realmente no fue algo a propósito, pero sí creo que en cada comunidad, que pueden ser relaciones laborales, una casa o una pareja, se van replicando sociedades, y eso mismo ocurre cuando ponés un montón de seres humanos en un lugar encerrado: casi siempre hay autodestrucción y problemas. Creo que ese es el reflejo de la sociedad que estamos viviendo en este momento a nivel mundial. También veo que todo está un poco roto, pero de alguna manera siempre está la belleza y la humanidad de este mundo. La pandemia nos ha dejado un poco lastimados, pero siempre hay algo bueno para sacar; si no, nos estaríamos matando el uno al otro.
En un país como el tuyo en donde actualmente sobresalen temas como la violencia, la maternidad o la locura, decides escapar de esas líneas y vas hacia otros bordes menos visibles, pero necesarios…
VV: No fue algo pensado, fue algo que realmente me nació escribir; fue una novela que necesitaba escribir porque hay muchas cosas que tenía que pasar a palabras escritas y no fue algo a propósito. De cualquier manera, creo que hay temas que son inherentes y suceden en la vida de todos, y que de alguna manera están en la novela, pero no como trama central. A mí lo que me interesaba era escribir sobre las relaciones humanas, sobre cómo alguien con poder puede transformarse en una persona que traiciona, cómo un poderoso puede traspasar las barreras de la decencia humana, cómo pierde la calidad de trato hacia otros.
Decía Joan Didion: “La vida cambia deprisa, la vida cambia en un instante…” y para Alina y Jimena sucede igual, de golpe, porque sin tanto preámbulo se invierten sus papeles. Ambas ven la decadencia de sí mismas y de un sistema corrupto, ¿te interesaba esta multiplicidad de perspectivas?
VV: Siempre me interesó mucho la multiplicidad de las miradas cuando algo pasa. Primero, la vida puede cambiar de un momento a otro, cuando uno va cumpliendo años se da cuenta. Cuando uno ya está más asentado en una madurez, pensás que tenés todo el tiempo del mundo y te das cuenta de que la vida puede cambiar de un momento a otro y, por supuesto, es individual la manera en que cada uno vive las cosas. Yo podría decir que a los veinte mi vida iba a ser de determinada manera y cuando fui cumpliendo años me di cuenta de que no. Eso era algo que quería que estuviera en el libro. Quería naturalizar el tema de la enfermedad, inclusive hay una decisión sobre la enfermedad que padece Alina, que no es nombrada porque, de alguna manera, es una palabra que asusta, pero está implícita y se sabe de qué se está hablando. Era una manera que yo encontré de naturalizar esa enfermedad a la que debiéramos perderle un poco de miedo y, ahí ver, no solo desde la mirada de Alina, sino desde la de su amiga y los otros, el mundo y la pequeña sociedad que se conforma dentro de ese trabajo enfermo, porque es una situación de corrupción y miserias. Sí, había una búsqueda sobre la multiplicidad de las miradas.
¿Escribes desde la edad temprana, Valentina?
VV: Empecé a escribir en realidad ya grande. Después, mirando para atrás no me daba cuenta, pero escribía desde siempre. Qué se yo, mi papá encontró cosas que escribía de chica y no me daba cuenta en realidad. Siempre leí, siempre escribía en cuadernos, agendas, pero que me lo tomé en serio no hace tanto tiempo. Tal vez a los treinta años podría decir que comencé a escribir con una noción de cómo me quería tomar la escritura. Fue cuando tuve que tomar decisiones del tiempo que tenía para repartir, porque trabajaba todo el día y además tocaba el bajo en una banda. Tuve que decidir a qué me quería dedicar. Ahí fue que dejé la música, me anoté en talleres y traté de aprender para tomarme la escritura de una manera muchísimo más seria.
¿Qué libro te hubiera gustado escribir?
VV: Los detectives salvajes de Bolaño. Cuando me hacen esa pregunta siempre tengo esa respuesta. Es un libro al que vuelvo, una escritura que adoro.
Por último, ¿trabajas actualmente en algo nuevo?
VV: Tengo terminada una novela que se llama Volátil y que ahora está en un proceso de corrección super profunda, pero, si todo anda bien, y no se cae el país, saldrá para el año que viene. Así que muy contenta.