Lo que para muchos es una simple hoja seca de maíz, para Julieta Aradillas Torres se convirtió en el camino hacia la independencia económica, la creatividad y un oficio que, con paciencia y constancia, la llevó a ser reconocida más allá de su natal Ciudad del Maíz, San Luis Potosí.
Hace 13 años, Julieta decidió dejar atrás la seguridad de un empleo en el gobierno para apostar por lo que en ese entonces parecía un simple pasatiempo: la elaboración de muñecas y figuras con hoja de maíz.
Con dos hijos pequeños y la necesidad de trabajar desde casa, encontró en las manualidades no sólo una ocupación, sino la manera de sostener a su familia.
“Al principio lo tomé como hobby, pero pronto me di cuenta de que podía generar un ingreso. Una persona me encargaba muñecas cada semana, pero me las pagaban tan baratas que apenas y sobrevivía. Fue entonces cuando decidí arriesgarme y salir yo misma a vender”, recordó.
Con una caja repleta de pequeñas muñecas de hoja de maíz, caminó por las calles del Centro Histórico de San Luis Potosí ofreciendo su trabajo de tienda en tienda. Poco a poco, logró abrirse paso hasta llegar a la Feria Nacional Potosina (Fenapo), donde lleva 13 años presentando sus creaciones.
El primer éxito llegó con figuras pequeñas: angelitos, plumas decoradas y muñecas.
Con el tiempo, su trabajo evolucionó hacia las catrinas elaboradas en papel maché y cartonería, piezas que pueden alcanzar hasta tres metros de altura y cuya elaboración tarda semanas enteras.
“Mis hijos se sumaron al proyecto. Yo sigo trabajando la hoja de maíz, pero ellos se encargan de las catrinas. Es bonito porque esto ya no es sólo mi historia, sino la de toda la familia”, compartió con orgullo.
La paciencia es la clave, explicó. La hoja debe pasar por un proceso de blanqueado y secado antes de transformarse en figura.
“No se trata de arrancar la hoja de la mazorca y ya. Hay que cuidarla para que no se manche, ni se endurezca demasiado. Algunas veces la usamos al natural y otras la pintamos en colores vivos. Cada pieza es única, no hay dos iguales”.
Entre las experiencias que marcaron su camino está la de un cliente de Monterrey que, sin conocerla, apartó una catrina de tres metros y al día siguiente le compró toda su mercancía.
“Llegó con varias personas, me pidió que le mostrara todo lo que traía y fue una venta impresionante. Gracias a esa oportunidad se sumaron más clientes”, recordó emocionada.
No todas las vivencias han sido gratas. En los primeros años, una mujer le compraba muñecas en 35 pesos y las revendía en 200. “Me cansaba, me desvelaba y al final no me quedaba nada. Hasta que alguien me abrió los ojos: 'estás regalando tu trabajo'. Fue duro, pero esa lección me hizo valorar lo que hago y aprender a poner precio justo a mi esfuerzo”.
Hoy, Julieta y su familia viven principalmente de esta actividad. Entre agosto y diciembre, trabajan mucho para surtir nacimientos y catrinas que viajan a diferentes puntos del país. Su taller está en su propio domicilio, desde donde atiende pedidos al mayoreo y al menudeo.
Aunque aseguró que todo el año se venden bien sus piezas, reconoce que la catrina es su “estrella”. “Es un símbolo muy mexicano que atrae a chicos y grandes. La gente se sorprende al verlas, porque cada una tiene un estilo propio”.
También, explicó que lo precios van desde los 50 pesos hasta los 500 o más dependiendo el tamaño.
En cada feria, Julieta no sólo ofrece artesanías: comparte también la historia de resiliencia de una mujer que supo reinventarse, que no se conformó con sobrevivir y que convirtió la hoja más humilde en arte que da identidad y orgullo.
“Siempre me gustaron las manualidades, pero nunca imaginé que se convertirían en mi forma de vida. Lo que comenzó como un escape, terminó siendo mi mayor fortaleza”, concluyó.