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Con sus calles de cantera rosa, sus iglesias coloniales y un Centro Histórico sorprendente, San Luis Potosí es una ciudad llena de historia y tradición.
Entre su arquitectura de época y callejones que parecen detener el tiempo, las y los habitantes han tenido a lo largo de los años leyendas que forman parte de su cultura local. Una de las más conocidas es la del edificio Ipiña, ubicado en pleno corazón de la ciudad y que resguarda el misterio de la leyenda de “La Maltos”, una historia que, según los relatos, sigue viva entre sus muros.
Cuenta esta antigua leyenda potosina que, en el mismo lugar donde hoy se encuentra el edificio Ipiña, en tiempos de la Nueva España se ubicaban las mazmorras y la sede del Santo Oficio de la Inquisición en la región.
En aquellos años, el tribunal de la Inquisición fue extraoficialmente controlado por una mujer conocida como “La Maltos”, quien no sólo poseía una gran influencia política y económica, sino que se dice que también practicaba la hechicería y la magia negra.
Se dice que su poder era tal, que solía denunciar y torturar hasta la muerte a aquellos que consideraba enemigos, convirtiéndose en juez y verdugo de muchas personas.
La historia relata que “La Maltos” era temida por su brutalidad y su sed de poder, hasta que un día, en su afán por consolidar su dominio, acusó y sentenció a dos miembros de una de las familias más influyentes de la Nueva España.
Este acto de traición generó un gran escándalo que llegó hasta oídos del virrey, quien, presionado por la élite colonial, ordenó su arresto y un grupo de soldados irrumpió en su residencia, capturándola y llevándola a juicio, donde fue sentenciada a la pena capital.
Se cuenta que, el día de su ejecución, en la plaza que hoy conocemos como Plaza Fundadores, “La Maltos” fue llevada al patíbulo ante una multitud. En sus últimos momentos, se le concedió un último deseo. La hechicera pidió regresar a su celda para pintar en una pared un recuerdo que la inmortalizara.
Los guardias, sin imaginar lo que estaba por ocurrir, la escoltaron hasta su habitación, donde “La Maltos” dibujó un imponente carruaje tirado por dos caballos negros.
Una vez concluida su obra, pronunció un conjuro que, ante la mirada incrédula de los guardias, hizo que el carruaje cobrara vida y sin dar tiempo a reaccionar, la mujer abordó la carroza infernal, y al grito de una carcajada, galopó a través de las paredes, desapareciendo para siempre y desde entonces, jamás se volvió a ver a “La Maltos”.
Sin embargo, la leyenda persiste, ya que vecinos del edificio Ipiña aseguran que, en las noches más silenciosas, se escucha el eco de cascos de caballos y una risa lejana y burlona que hiela la sangre.
Así, el Edificio Ipiña continúa siendo no sólo un testigo del pasado, sino también un guardián de la historia que el tiempo no ha podido borrar.