Nos encontramos en Bielefeld, una pequeña ciudad alemana situada al este del bosque de Teutoburgo. Es la primavera del año 1963. Ocho espías de Alemania Oriental se juntan en una taberna. Aunque los ocho proceden de ciudades diferentes —trabajan espiando en ocho ciudades alemanas diferentes—, todos han adoptado el mismo nombre de trabajo: Otto. Para que la charla no levante sospechas entre los otros parroquianos de aquel tugurio deciden no emplear ningún nombre propio. Se referirán por tú y yo. Esto lo acordaron previamente a la reunión. Es la primavera del año 1963, 17 de mayo. El objetivo del encuentro es coordinar la llegada —secreta— de Primer Secretario de la URSS, Nikita Jrushchov, a Hannover. El Otto que opera en Hannover ha conseguido que una industria fabrique —en secreto— armamento para la URSS. ¿Qué tipo de armamento puede requerir su presencia? Hannover es famosa por la maestría y refinamiento en la construcción de cajitas de música. Nunca una sociedad había llegado a un nivel tal de perfección técnica en ese instrumento de copias. Pequeñas, ligeras y con capacidad de reproducir las melodías más complejas.
Pero lo que interesaba a la URSS era que el artesano colaborador había conseguido que en cada una de las paletas de latón se alojara una pequeña cantidad de veneno. De esta forma, al hacer sonar la melodía, el veneno se extendiera por el aire. La música y el veneno se esparcían como las esporas de un hongo. Ese veneno actuaba cuatro horas después de oír la música. El artesano colaborador aseguraba que el veneno era indetectable. El Otto de Múnich preguntó: «¿Conocemos qué canción se ha seleccionado?». Otto de Bremen respondió: «La canción elegida son los últimos compases de El lago de los cisnes». Todos aprobaron tal decisión. Otto de Dresde señaló «¿Tenemos ya un prototipo para enseñar al camarada Jrushchov?». Otto de Frankfurt asintió.
Nikita Jrushchov llegó a Hannover el inverno de 1963. No hay registros oficiales de esta visita. Todo fue según lo planeado. Jrushchov, acompañado por los ocho Ottos, fue recibido por el artesano colaborador. Por motivos de seguridad, Jrushchov fue caracterizado con un peluquín rubio con su correspondiente bigote rubio. Y con abrigo de colores apagados. Y zapatos sin excesivo brillo. Los cuatros días que duró su estancia en Hannover recibió el nombre de Hans. Los espías se habían esmerado para que todo el armamento musical estuviera listo para la fecha de llegada del Primer Secretario. En una de las naves del complejo, el artesano colaborador hizo una prueba de la letalidad de su caja de música. Para la prueba se empleó un caballo salvaje del bosque de Teutoburgo. El caballo murió a las cinco horas. Se realizó una segunda prueba, pedida expresamente por el camarada Jrushchov, con un gorrión que atrapó el Otto de Bremen en la azotea de la nave. El pájaro murió media hora después de oír el final de El lago de los cisnes.
Febrero de 1964. Un tren con un cargamento de seiscientas cajitas de música fue interceptado en la frontera de la RFA. La explicación que dio el Otto de Berlín, encargado de acompañar el cargamento, fue: «Señor comisario, uno de esos soviéticos está enamorado de la perfección de nuestras cajitas de música. Ha encargado estas seiscientas para poder regalarlas por todo el mundo soviet. El nombre de nuestra Alemania se conocerá por todo el mundo soviet». No le pareció extraño al comisario de fronteras. El comisario preguntó: «¿Y qué melodía han elegido?». Otto de Berlín le dijo que lo desconocía. Él solo cumplía órdenes por parte del gobierno de la RFA de acompañar al cargamento «para asegurar la fiabilidad de nuestra amada Alemania». El comisario abrió uno de los arcones y sacó una de las cajitas «Usted había dicho que guardaba quinientas noventa y nueve cajitas… ¿no es así?» Otto le sonrió. «Así es, disfrute de esta pequeña joya».
Esa misma noche el comisario se reunió en el salón con su esposa, Hedda, y con sus dos hijos, Arno y Edel, para escuchar qué melodía escondía la cajita de música. Fuera empezaba a nevar. Todos estaban muy cerca del artefacto para oír cada una de las notas. Al accionar la manivela pudieron oír los últimos compases de El lago de los cisnes. Arno miró a su madre «Mamá, ¿qué pasa en esta música?» y Hedda le contestó «No lo sé, pero suena triste».
Dos días después llegó el tren al almacén donde se iban a guardar las cajitas. El Otto de Berlín, al que se le habían prometido poder volver a su casa, murió en el camino debido a que el traqueteo del tren se había atrevido a tocar algunos compases de El lago de los cisnes. El gas había inundado el canto del cisne. Nikita Jrushchov, con motivo de la llegada de las cajitas de Hannover, celebró una fiesta en donde el ballet nacional interpretó El lago de los cisnes. Hay una grabación mítica de esta interpretación. En el Finale se oye como Jrushchov comienza a toser.
Quinientas noventa y nueve cajitas de música fueron repartidas a todos los “alborotadores” de la URSS con una tarjeta que decía: «Disfrute, camarada, de la bella música de una de las piezas más bellas que ha dado nuestro insigne compositor. Disfrute, camarada, de estas notas que huelen tanto a tristeza como la superación de la tristeza. Porque la revolución es bella y pausada como saborear lentamente esta melodía. Disfrute, camarada, se lo ha ganado».
Semblanza de Javier Yániz
Javier Yániz (Pamplona, España, 1999). Graduado en Filología Hispánica, máster en Lingüística Teórica y Aplicada. Se encuentra realizando una tesis doctoral en lingüística multimodal en procesos de mediación. Ha intervenido espacios diversos con obras como Energía Eólica (2020), Cuarteto sin músicos “Fracking” (2021), La Anunciación (2023) o Sin título (2024). Es el actual comisario el ciclo Cómo hacer cosas con... en el Museo de la Universidad de Navarra. Ha coordinado la antología de poesía Introducción a la geometría (2020) y publicado en revistas literarias como Casapaís, Luminaria o Río Arga.