La mochila me pesaba horrible, días antes nos enviaron una lista de cosas por correo, hasta me pidieron que comprara semillas y que llevara flores, me dolía la espalda de cargar tantas pendejadas. Llegaríamos a donde acamparíamos como a la 1 a.m. si bien nos iba. Una tipa que caminaba junto a mí llevaba unas pulseras que tintineaban, me distraían no sé de qué, pero me hacían emputar. A veces me enojo de todo, pero más de todo lo que hacen los otros. Los lentes los traía sucios, entre el sudor y la humedad del camino, sentí como si fueran lágrimas, pero no era así, estaba demasiado sobrio para que lo fueran.

La amiga con la que iba a venir me dejó plantado, eso me pasa por caliente, me dijo un día que la invité al cine. “Fer, vente, vamos a hacer una ceremonia y vamos a comer hongos, te vas a sentir increíble, yo te voy a acompañar en el viaje y verás que tu vida va a cambiar”. Esas, esas fueron las putas palabras que le compré y pues aquí estoy, en medio de la nada, cargando una casa de campaña para dos, un sleeping bag gigante, tres cajas de condones de doce y los cigarros que ella fuma. Todo para que no llegara. La esperamos un buen rato, le marqué, pero sonaba como si me hubiera bloqueado. Pinche vieja.

Y aquí estoy, rodeado de gente que sigue a un supuesto profeta. No escuché lo que estaba explicando qué íbamos a hacer en la montaña, tiene toda la cara de whitexican que vive en Las Lomas, que de seguro tiene trabajadoras del hogar llevándole su juguito verde, y aquí viene y se hace el hippie para tirarse a todas las morritas que quieren pretender ser más espirituales. Mientras este güey hablaba de vibrar alto, lo único que a mí me vibraba eran las alas de animales en los oídos. Ya estaba repleto de piquetes y eran las primeras horas.

Por fin, llegamos a donde acamparíamos. No me puedo quejar del lugar: era hermoso. estábamos en medio de la nada y el clima era bastante agradable. El celular ya no tenía señal. Me sentí aliviado, por una parte; claro que me dio ansiedad porque no iba a poder jugar, pero también siento que ya me la estaba mamando cuando me aparecía el resumen de las horas que acumulaba por semana. Eran más de doce o hasta trece horas al día pegado a una pantalla.

Me sentía realmente estúpido, todos iban con alguien, y yo ahí, con cara de susto y los lentes empañados. Siento que me veían con lástima; ya estoy acostumbrado, soy el gordito que saca a bailar a las “feas” en los quince años, así que no importaba que me vieran así, estos pseudo hippies wannabes, yo soy el raro aquí, y me gusta. El profeta que se cambió el nombre de Sebastián a Cuauhtli hablaba y hablaba, mientras se fumaba churros de marihuana, lo corrían a la derecha, yo dije que era asmático. No quería fumar. Lo hice una vez en la prepa y acabé vomitando en el baño la torta de milanesa, ¿para qué hacerlo esta vez? El semi-chaman termino de cantar sus “oooohm” y empezaron a pasar la jícara con los hongos. Ya me chingué. Y eso fue lo último que recuerdo que pensé de manera consciente. Los mastiqué. Creo que tenían miel, lamí la sustancia viscosa que escurría por entre mis dedos, trataba de rumiar lo más rápido posible los hongos. Caminé hacia mi casa de campaña. No la encontré. Me recosté en medio de la nada e intenté buscar la luna: no se veía ni madres, estaba nublado. Intenté buscar estrellas, no se veía ni una, solo pequeños destellos de luz, los lentes estaban opacos, creo que esta vez sí estaba llorando. Dejé que todo lo que traía adentro me explotara. Fue demasiado. Empecé con lágrimas discretas a lo que le siguieron pujiditos, y después lloraba a moco tendido. No recuerdo cuando fue la última vez que lloré de esta manera, me tuve que quitar los lentes. Según yo los puse a un lado, fui un pendejo porque nunca más los encontré en toda la noche; según yo. Pasó el momento del lloriqueo, me levanté como pude y busqué los anteojos por última vez.

No los hallé.

A lo lejos vi una fogata, caminé despacio no me quería caer en ese “estadazo”, de seguro me rompería algo, el codo o la pierna, y eso estaba pensando cuando lo vi: era un hombre con un saco moderno, playera hípster, parecía que tenía un casette en lugar de cabeza, ojos muy grandes, era como un reptil bien parecido, de la cara le salían llamas de fuego, nos quedamos viendo fijamente unos segundos, todo era borroso a mi alrededor, nunca supe si era uno con quien veníamos y se había puesto una máscara o era una persona de verdad. Me indicó que nos fuéramos por un camino desconocido; sacó de la bolsa de su chamarra unos lentes que proyectaban imágenes como un mini cine y ahí vi aquel cumpleaños en donde me disfrazaron de conejito, estaban mi mamá y mis hermanos, en otro flashazo, vi cuando mi papá se subió a su vocho blanco destartalado, y luego cuando nació mi sobrinita, vi a mi mamá enferma, vi que mi papá traía una pelota en la mano de fútbol, vi a mis papás sonriéndome, vi a mis abuelos aplaudiendo en una ceremonia religiosa, no supe si era una boda o una primera comunión, me vi comiendo en esa fiesta pastel, me estaba riendo muchísimo con esta escena. El hípster con fuego en la cara me empezó a hablar, y me dijo muchas cosas de las que no me acordaba, era como si todos mis ancestros se hubieran unido en uno solo, a ratos tenía la voz de mi papá, otras la voz de la tía Guadalupe, otras la voz de mi abuela, me hablaban y contaban cosas. Todas esas escenas y esas voces me hicieron recordar que mi mamá sí me quería y que yo fui el que poco a poco me alejé de ella; no supe por qué un día ya no quise vivir en su casa con mis hermanas, según yo, iba a ser como un estorbo para cuando naciera mi sobrina. El reptil hípster me mostró, que mis hermanas y mi mamá estaban tristes, vi como limpiaban el que era mi cuarto para convertirlo en un cuarto rosa para Mitzy, y que guardaban con cuidado las pocas cosas que había dejado ahí. Sentí algo en el estómago cuando pasó esta escena, pero el hombre con llamas me puso la mano en el hombro, como distrayéndome de esa emoción. Después, me vi de niño jugando a la pelota con mi papá, él gritaba emocionado que le tirara fuertes patadas para anotarle goles, pero pues como no traía los lentes no sabía si le iba a pegar o no a él, así que empujaba el pie con miedo logrando que el balón casi no se moviera nada; mi papá desilusionado dejó de jugar fútbol conmigo. Siendo yo ya más grande, intentó enseñarme cómo arreglar el motor del vocho y pues lo hice una o dos veces, pero no era algo que me llamara la atención, me tenía que ensuciar con la grasa y lavarme las manos con gasolina y eso me producía urticaria. Mi papá dejó de enseñarme mecánica.

El hombre casette por llamarlo así, me proyectó a través de las mini pantallas, sucesos que yo había olvidado desde hace mucho, las llamas que iluminaban su cara hacían que me sintiera en paz, pero sus ojos reflejaban una mirada fría, casi regañándome, abrió la boca y me dijo: “Tus antepasados son tú”. Sonrío y se alejó en el umbral de la mañana. El cielo se iluminó, poco a poco, con los rayos de sol, había rocío en las plantas, el sol fue apareciendo junto con colores hermosos, naranjas y rosas que me hacían sentir en paz. Me di cuenta de que estaba justo afuera de la casa de campaña y que los lentes los traje puestos todo el tiempo. El profeta con barbita me invitó un té, le pregunté si el té era de hongos, me sonrío, no supe si era un sí o un no, me contestó: “yo también vine solo la primera vez”.

La neta no he vuelto a comer hongos, pero sí me pareció chingón ver todo eso de mi familia, se me había olvidado que era parte de ella, y que ser el gordito que saca a bailar a las “feas” está chingón. Ya ni busqué a la que me invitó a comer hongos, ya va a ser Navidad, así que voy a ir a la casa de la abuela a abrazarla y decirle que la quiero, le diré a mi papá que me ayude a comprarme un coche, él va a saber si me quieren transar o no, sacaré a bailar a todas mis tías, y si hay una chava de las “feas”, a la chingada la voy a invitar a salir.

¿Quién es Sus de Hoyos?

Sus de Hoyos Moreno es psicóloga de profesión, terapeuta y escritora. Ha encontrado en el cuento un espacio cómodo para expresarse. Ha publicado en diversas antologías, revistas y fanzines. Imparte talleres de escritura enfocados al cuento a través del Instituto Helénico y otros por cuenta propia. Le entusiasma la colaboración entre escritoras y los nuevos espacios para escribir y publicar.

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