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En lo alto de un mástil traído del bosque, entre cánticos, danzas y rezos, los voladores de Tamaletom emprenden un vuelo sagrado. Esta ceremonia, que sobrevive con fuerza entre los teenek de la Huasteca potosina, no es sólo un acto visualmente impresionante: es un ritual cósmico que une a la comunidad con el Sol, la Tierra y las fuerzas que rigen el universo.
La Bixom t’iiw, o danza de los gavilanes, tiene raíces prehispánicas profundas. Es un ritual que se realiza durante los solsticios, equinoccios, fiestas patronales, celebraciones agrícolas y en fechas como el Día de Muertos.
Más que una danza, es una plegaria elevada al cielo con plumas, copal y coraje, donde los participantes se convierten en aves sagradas que buscan al Kiichaa, el Gran Señor del Sol.

¿Dónde se conserva esta tradición milenaria?
La comunidad de Tamaletom, en el municipio de Tancanhuitz, San Luis Potosí, es el único lugar de la Huasteca potosina donde la tradición del volador permanece viva. En su Centro Ceremonial, los rituales son mantenidos por sabedores, danzantes, músicos, médicas tradicionales, artesanas y cocineras que preservan la herencia espiritual de los teenek.
La danza no es un espectáculo, es una ofrenda que se transmite con respeto y disciplina, tejida con la historia de un pueblo.
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¿Cómo es el ritual y qué simboliza el vuelo?
El corazón del ritual es el palo "volador", un tronco seleccionado con ofrendas, rezos y música. Su traslado desde el bosque hasta la plaza, en la que se llevará a cabo el ritual, es una jornada colectiva en la que participan decenas de personas.
Una vez erguido, el palo representa el eje del mundo, el eje cósmico que conecta el inframundo, la superficie terrestre y el cielo.
Durante el vuelo, el jefe de los danzantes, conocido como el k’ohal, sube al mástil y gira hacia los cuatro puntos cardinales. Luego, los voladores, con alas de águila y plumas rituales, descienden girando con los brazos extendidos, como si acompañaran al Sol en su camino hacia el ocaso.
Este descenso simboliza el viaje solar diario y el sacrificio cósmico. Se dice que morir en el vuelo, lejos de ser tragedia, es considerado una elevación espiritual: el danzante se convierte en águila real, destinado al reino solar del poniente.

¿Qué preparación requiere esta ceremonia?
Los voladores atraviesan un riguroso proceso de purificación antes del ritual. Esto incluye ayuno, abstinencia sexual, rezos, restricciones alimenticias y vigilancia comunitaria. Durante nueve noches, se celebran ceremonias nocturnas con música, copal, ofrendas y danzas dirigidas a deidades como la Diosa de la Tierra, el Dios del Maíz o Dhipaak, el Dios del Mar o Muxi y entidades cristianas, integradas en la cosmovisión teenek.
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La espiritualidad del ritual se expresa incluso en los números: se utilizan 17, 34 o 290 pizcas de copal, según la intención de la ofrenda. Estas cifras no son arbitrarias, sino parte de una aritmética sagrada vinculada a los vientos, los rumbos del mundo y la protección contra energías negativas.

¿Cuál es el simbolismo detrás del movimiento giratorio?
Las cuerdas en espiral que permiten el descenso de los voladores no sólo sostienen cuerpos: representan el movimiento eterno del universo. El patrón que forman recuerda al símbolo azteca del día Ollin, asociado con el movimiento, los terremotos y la transformación solar. Girar no es sólo un acto físico, es un reflejo del dinamismo cósmico.
Cada elemento está cargado de significado: las alas evocan aves solares, las túnicas rojas remiten al fuego y al Sol naciente, el mástil es un árbol cósmico que une mundos y el vuelo es una danza de vida, muerte y renovación.
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¿Cómo finaliza el ritual?
Después del vuelo, los danzantes aterrizan corriendo alrededor del palo, concluyendo su travesía solar. El mástil permanece erguido durante nueve días, marcando el tiempo sagrado. Su derribo ceremonial simboliza el cierre del canal entre el cielo y la tierra.
Posteriormente, se realiza una última ceremonia en una cueva, donde los voladores son “limpiados”, se les devuelve el alma y se rompe el vínculo con el mundo divino.
Así, los participantes regresan a la vida cotidiana como hombres transformados, aunque si alguno muere en el ritual, su alma se reconoce como espíritu solar. El cierre en la cueva representa un retorno al origen, una restauración del equilibrio universal.

¿Cómo se vincula esta danza con otras tradiciones mesoamericanas?
La danza del volador de Tamaletom forma parte de un complejo ceremonial que recorre Mesoamérica. Comparte elementos con danzas como la de los Quetzales, los Negritos, los Pájaros Carpinteros o la Xocotl Uetzi mexica.
En todas hay un eje común: un palo que conecta mundos, un movimiento que representa al Sol, un número sagrado que rige los rumbos del cosmos y aves que vuelan como mensajeras entre humanos y deidades.
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¿Por qué es importante preservar esta tradición?
En un mundo acelerado, el ritual de los voladores de Tamaletom ofrece una enseñanza profunda: todo está conectado. El vuelo no es sólo un acto de valentía física, sino un puente entre naturaleza y espiritualidad, un eco de sabidurías ancestrales que aún laten en el corazón de la Huasteca.
Esta tradición, reconocida en 2017 como patrimonio cultural de los potosinos, no solo representa identidad: es una forma de entender el universo, de agradecer a la tierra, de mirar al cielo y de recordarnos que el ser humano también puede volar, si se atreve a danzar con el Sol.
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