Desde las montañas de la región media potosina en la comunidad de Santa María Acapulco y otros pueblos cercanos en el municipio de Santa Catarina, San Luis Potosí, surge el pueblo Xi’iuy, cuyo nombre significa “hombre antiguo”.
Este grupo son integrantes de la familia lingüística otopame y parte de la gran Nación Chichimeca, estos guardianes del tiempo preservan una cultura ancestral a través de una organización social, cultural y espiritual que honra sus raíces. Su estructura patriarcal gira en torno a la familia como pilar fundamental.
Viven en jacales construidos con materiales autóctonos: paredes de vara, piedra o junco aglutinados con lodo, techados a dos aguas de palma. No se trata sólo de arquitectura tradicional, es un símbolo perenne de resistencia y adaptación.
Mantienen un gobierno indígena autónomo liderado por el gobernador tradicional, quien encarna la sabiduría ancestral y guía tanto la vida civil como la espiritual, asegurando la armonía con la naturaleza y lo sagrado.
Su gastronomía es una celebración de identidad: tamales de chamal, atole de masa y chochas de palma que son flores silvestres comestibles y que alimentan cuerpo y memoria.
En el plano artesanal, destacan como hábiles trabajadores de la palma silvestre, creando petates, chiquihuites y venteadores. Cada pieza lleva impreso el paisaje, el ritmo del campo y la vitalidad de una cultura viva.
El mitote, danza ritual guiada por el jefe chamán "chikil kaju", es una comunión sagrada con los dioses y la naturaleza.
En el centro del rito, la flauta de mirlitón hecha con carrizo, hoja de maíz, cera negra y boquilla de pluma, emite sonidos a través de una membrana de tela de araña y marca los pasos que trazan figuras simbólicas como el león, la mariposa y la zorra.
Durante la ceremonia se ofrece el "bolime", un tamal de gran tamaño como ofrenda a fuerzas primordiales como el trueno, el sol, la luna, el venado sagrado y el espíritu del agua. Cada sonido y movimiento invoca una cosmovisión donde todo es sagrado.
Por otro lado, la danza conocida como Kaña jí, representa gráficamente el devenir del pueblo Xi’iuy. La cuadrilla, compuesta por un rey, una reina y 12 danzantes dispuestos en dos filas ya que es el símbolo de la semana solar, interpreta pasos inspirados en astros y animales como el conejo, el toro y la víbora, danzando al son de violines, guitarras y sonajas.
Ataviados de blanco y con coronas cuyas formas y colores evocan el arcoíris, la fertilidad y los cuatro rumbos, su coreografía se celebra en fechas emblemáticas como el Día de la Santa Cruz y el de la Virgen de Guadalupe.
En esos momentos, la cruz sobre la pirámide refuerza una espiritualidad mestiza que late con fuerza. El Kaña jí no sólo recuerda la conquista; es un acto de resistencia cultural y un vínculo cósmico vivo entre la tierra y el cielo.
Conocer a los Xi’iuy es encontrarse con la dignidad de un pueblo que se niega al olvido. Su sabiduría, plasmada en práctica, voz y danza, es un tesoro vivo de San Luis Potosí. Y este 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas, es una oportunidad para reconocer no sólo las luchas, sino también la riqueza cultural, lingüística y espiritual de comunidades como los Xi’iuy.