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Washington.— Las primarias demócratas para elegir su candidato presidencial entran en una nueva fase: una pelea entre dos candidatos polarizantes y fuertes en sus bases. Si de algo sirvió el Supermartes fue para esclarecer el panorama: sólo parecen viables el exvicepresidente Joe Biden, representantes del ala moderada, y el senador Bernie Sanders, líder del progresismo.
Se augura una batalla feroz entre el “establishment” y el cierre de filas de la maquinaria del partido en torno a Biden y la “revolución” popular de Sanders. Un escenario que, hace una semana, era impensable: al salir de los caucus de Nevada todo apuntaba a que Sanders no iba a tener rival, que sólo un milagro podría evitarlo.
Un milagro que se produjo en la figura de Biden, hábil y experimentado político que había fracasado estrepitosamente en las primeras contiendas y que, sorpresivamente, salió revitalizado por una apuesta más típica de Las Vegas que del estado sureño de Carolina del Sur, donde empezó la resurrección.
Sonaban de fondo rumores de “el chico remontada”, la etiqueta que le impusieron a un inesperado Bill Clinton hasta que ganó la nominación —y la presidencia— en 1992. “Nos dijeron que cuando llegáramos al Supermartes, habría terminado. Bueno, puede que haya terminado para el otro tipo”, dijo un Biden eufórico desde California.
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La noche fue una bendición para el exvicepresidente, sustentada por el torrente de apoyos de alto calibre que le llovieron en las últimas 48 horas, principalmente de exrivales en la carrera presidencial como Pete Buttigieg, Amy Klobuchar y Beto O’Rourke, fundamentales para mandar un mensaje de unidad del partido con un objetivo común: frenar la ineviabilidad de Sanders.
Biden dominó la narrativa, ganando la mayoría de los 14 estados en juego: Virginia, Carolina del Norte, Alabama, Oklahoma, Tennessee, Arkansas, Minnesota, Massachusetts. Especialmente significativos los dos primeros, por la cantidad de delegados que repartieron; y el último, estado donde no había hecho campaña y que arrebató a la senadora Elizabeth Warren, que lo representa en el Congreso. “No tengan ninguna duda: esta campaña enviará a Donald Trump a empacar”, prometió el exvicepresidente, más enérgico y feliz que nunca.
La polarización demócrata no es solo ideológica, pareció también geográfica. Si bien Biden se hizo con todos los estados de la zona este, su principal rival, Sanders, tuvo que esperar que avanzaran las horas y el cierre de colegios electorales en el oeste para apuntarse triunfos (Utah, Colorado, la preciadísima California, considerada joya de la corona por la cantidad de delegados que asigna, 415). La única excepción fue Vermont, que ganó con facilidad desde el principio.
“Necesitamos nuevas políticas”
“Les digo con absoluta confianza: vamos a ganar la nominación demócrata y vamos a derrotar al presidente más peligroso en la historia de este país”, dijo el senador, que no se guardó nada en su ataque a su rival: “No se puede ganar a Trump con las mismas políticas de siempre, necesitamos nuevas políticas que traigan a la clase obrera a nuestro movimiento político, a la gente joven, y que en noviembre van a salir a votar en masa como nunca antes en la historia de EU”.
Al cierre de esta edición, el recuento final de delegados que se iba a llevar cada candidato no estaba completo, y había un empate técnico en la segunda joya de la noche: Texas. Lo que sí quedó claro es que la estrategia del partido con Biden funcionó y que el concepto de “momentum”, el empuje temporal de un candidato, tiene un efecto brutal en el electorado.
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Si algo le funcionó al exvicepresidente fueron las decisiones de último momento de los votantes indecisos, que vieron cómo su victoria en Carolina del Sur era garantía de éxito (especialmente entre los afroamericanos), y que los apoyos de exrivales le daben el aura de elegido. En el lado opuesto de Biden está el multimillonario exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, quien ayer tuvo su debut en las jornadas de primarias y caucus.
Su desembolso de dólares, más de 234 millones sólo en estados que celebraban primarias, obtuvo un rédito raquítico: una victoria pírrica en Samoa y muchos menos delegados de los esperados. “No tiene la noche por la que pagó”, se burló Brian Williams, periodista de NBC. Tanto así que hoy su campaña “reevaluará” su futuro. “Veremos si hay alguna razón para continuar”, confesó un asesor a un periodista de NBC. Una de las opciones más viables es que abandone y ponga toda su chequera a disposición de Biden, el renacido que pasó de favorito a destronado, y vuelta a ser favorito, en tan solo un mes y medio.
Del lado republicano, el presidente Donald Trump, quien busca la reelección en noviembre, se impuso sin sorpresas.