Donald Trump quiere convertir la festividad del Día de la Independencia de Estados Unidos, el famoso 4 de Julio, en una oda a él mismo y una reivindicación del poderío militar del país, un giro radical de la razón de existir de esta conmemoración.
“Guárdense el día”, tuiteó hace unos meses, impaciente por conmemorar los 243 años de independencia, con una festividad en la que rompiendo todas las tradiciones dará un discurso frente a uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, el memorial a Abraham Lincoln, justo antes de los fuegos artificiales. “Será un espectáculo para la historia”, prometió ayer el mandatario de Estados Unidos.
Lo que más entusiasmaba a Trump es la posibilidad de tener un desfile del ejército por las calles de Washington, un autorregalo propio de países con gran tradición en este tipo de celebraciones o dictadores que tienen que mostrar su poderío al resto del mundo.
Su fijación por una demostración del poder militar se hizo evidente cuando quedó enormemente impactado por el desfile que presenció el Día de la Bastilla de 2017, pero es algo que llevaba dentro anteriormente. Trump no tendrá desfile, negado hace unos meses por el alto costo y los desperfectos que podría causar al frágil asfalto de las calles de la capital, pero no se quedará con las ganas de ver aparatos de guerra: trajo varios tipos de tanques y carros de combate, y verá sobrevolar aviones militares que obligarán a cerrar el espacio aéreo de la ciudad por varias horas.
Trump quiere ser el gran protagonista del 4 de julio, que ha bautizado como el Saludo a Estados Unidos, e incluso anunció hace un tiempo que el programa incluirá un discurso del “presidente favorito”, él mismo. Un discurso que está politizando de antemano, distribuyendo entradas VIP (es un evento público y gratuito) a donantes republicanos, lo que para muchos —especialmente demócratas— es una prueba del interés del presidente de convertir la fiesta de todos los estadounidenses en un evento de campaña. La delegada en el Congreso de la ciudad, Eleanor Holmes Norton, expresó su enojo por la aparente politización de un evento que, dijo, espera no se convierta en un “acto electoral”.
El Servicio de Parques Nacionales, que tiene bajo su tutela el espacio del Mall en Washington donde están los memoriales a expresidentes y veteranos de guerra y sede central de los festejos, desviará 2.5 millones de dólares destinados a la protección y mejora de parques naturales a pagar la factura del espectáculo trumpiano, según reportó The Washington Post.
No hay presupuesto estimado conocido de lo que costará todo, sólo la promesa de Trump. Dijo que será “muy poco en comparación a su valor”. En Washington ven eso con escepticismo: no han podido calcular cuánto tendrán que poner de su bolsillo para pagar el despliegue extraordinario de policía, no sólo para la protección de los asistentes, sino para apaciguar las protestas. Incluso ya está en la capital el globo del Bebé Trump. La alcaldesa, Muriel Bowser, recordó que la administración de EU todavía debe 7.3 millones de dólares a la ciudad del día del acto de toma de protesta, en enero de 2017.
El despliegue patriótico y bélico llegará a las calles de Washington con los ánimos de los estadounidenses a niveles mínimos. Según la última encuesta de Gallup, el orgullo de ser estadounidense continúa su declive y se sitúa en su punto más bajo de la historia: sólo 70% se considera “orgulloso o muy orgulloso” del país, cinco puntos menos que hace dos años y 15 por debajo de 2013.
El cielo puede convertirse en el peor enemigo de Trump. La previsión del tiempo es que puede haber tormenta en Washington, lo que aguaría la fiesta al mandatario.