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Cada vez que puede, Emma Lloreda, de 59 años y de Caracas, se dedica con esmero a sus manualidades caseras y elabora aretes para salir a tratar de venderlos en las calles de El Paraíso, el vecindario caraqueño en el que sobrevive con su familia. Su esposo, José Alfonso Roca, de 66, hace lo mismo.
“Mi marido también lucha por vender lo que se ponga por delante y traer algo a casa”, cuenta.
Emma es sincera. Las ganancias de las esporádicas ventas de aretes “no alcanzan ni para comprar harina pan. La gente solo está gastando en comida”, admite, con angustia.
Su hija mayor, Roxana, de 29 y licenciada en enfermería, emigró hace mes y medio a la Ciudad de México, donde lucha por encontrar trabajo “para ayudar a mantenernos”, explica, en una conversación telefónica con EL UNIVERSAL.
Su otra hija, Natalia, de 23 años, es una diligente periodista que batalla por laborar en Venezuela en un escenario hostil.
“Ay, la vida en Venezuela es muy dura”, agrega la mujer, al repasar las penurias para conseguir alimentos, medicinas y los víveres esenciales de subsistencia cotidiana.
Venezuela sufre un agravado y generalizado desabastecimiento desde al menos 2014, que el cuestionado gobierno venezolano atribuye a la “guerra económica” de Estados Unidos en contra de la revolución bolivariana que se instaló en esa nación en 1999 con el ascenso al poder de Hugo Chávez, fallecido en 2013, y a las sanciones financieras de Washington. Emma tiene muy claro el pasado de su país. “¿El futuro de Venezuela? Es un túnel muy oscuro”, se responde.
Sin decirlo, repasa factores como hiperinflación, devaluación, inseguridad o salarios sin valor.
“Ay: esto es como caer a un pozo muy negro. Veo a los niños del barrio persiguiendo perros y palomas, para comérselos. La gente está desesperada”, describe. ¿Pesimista? ¿Optimista? Emma vive en la realidad diaria y recurre a sus manualidades.
“A las mujeres nos gustan los aretes para que los hombres nos vean bonitas”, narra la venezolana.