Tijuana.— De lo que hace casi tres décadas era una cancha de futbol improvisada por los vecinos de la colonia Las Torres, en Tijuana —enclavada entre cerros y polvo—: no queda nada. Ese espacio que fue construido por la gente quedó dividido cuando el gobierno estadounidense decidió colocar un muro de lámina para separar a la Unión Americana de México.

De aquellos tiempos, en los que nadie sabía nada de barreras solo quedan los recuerdos. De las mujeres que llegaron a poblar la zona y que caminaban un par de metros adentrándose a Estados Unidos sin que hubiera una valla de por medio, de eso tampoco hay rastro, incluso ahora, los vecinos solo están a la espera de que las autoridades coloquen un nuevo muro, uno más grande, prácticamente convertido en una muralla de metal.
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Sin embargo, los residentes de Las Torres han aprendido a vivir con el muro de una manera muy diferente: lo hicieron parte de sus casas. Algunos lo usan como tendedero, para otros divide el patio de sus hogares o incluso es el espacio donde juegan sus hijos, a diferencia de otros sitios, para los residentes de esa colonia, el muro no es más que un pedazo de metal.

Doña Mary, es una de las habitantes que llegó desde hace más tiempo. Recuerda que llegó a la mitad de los ochenta, cuando nada –más que los cerros- dividían los terrenos, cuando las familias subían algunas colinas para bañarse en un cascada que se formaba durante las temporadas de lluvia, sin que hubiera algún oficial de la Patrulla Fronteriza que les dijera algo, nadie les apuntaba con un arma ni los deportaba, “eran otros tiempos”, dice la mujer, que construyó su casa, a un costado del muro.

Pero así como Mary —la mujer de más de 60 años— otros vecinos planean contratar un abogado. El motivo es que con la llegada de Donald Trump a la presidencia también llegó una nueva muralla, una que medirá el triple, hasta nueve pies de altura según informó la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) y con ello, los vecinos que usaron parte de la lámina actual, deberán retirarse o deshacer su obra para dar espacio al nuevo muro.

“A nosotros ninguna autoridad local nos ha dicho nada. Pero déjeme le digo algo, no nos van a mover tan fácilmente, porque eso sí, pagamos predial e impuestos y ahí si nadie se quejó ¿verdad?”, dice doña Mary.
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Su casa es un terreno grande, en el que viven ella, sus más de tres hijos y hasta la familia de su hermana. Entre todos construyeron sus cuartos y hasta un pequeño local de abarrotes, con un patio en medio de todos ellos, en el que crecieron árboles y se pasean los más de cinco perritos que comparten entre todos. Ahí mismo el muro les sirve de pared para limitar su terreno, a veces cuelgan ropa, otras una manguera, para la familia entera, ese pedazo de lámina no es más que una extensión más de su casa, por el que ocasionalmente ven pasar policías güeritos con sus uniformes verdes –de la Patrulla Fronteriza- o hasta algún o algunos migrantes que quieren cruzar hacia el otro lado.

Pero doña Mary no es la única, en esa comunidad y otras como Playas de Tijuana y el Nido de las Águilas también hay quienes conviven así de cerca con la barda. Juanita es otra más de los residentes que durante siete años ha sido testigo en primera fila de la migración en la frontera norte.

Su casa, de unos cinco cuartos- fue construida también por los siete miembros de sus familia: un esposo y cuatro hijas –y ahora sus dos pequeños nietos-.

“Aquí se ve de todo. Pero antes más, como que las cosas se calmaron o pusieron peor, pero migrantes como antes ya no vemos tanto, a lo mejor ya está más peligroso… pero hace como un año hasta haitianos habíamos visto cruzar por acá”, recuerda Juanita mientras lava los trastes, afuera de uno de los cuartos, a unos cinco pasos del muro de lámina que usan como tendedero, del que cuelgan un par de calcetas de niño.
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“A nosotros nadie nos ha dicho que habrá muro nuevo, bueno… nomás uno de la patrulla (fronteriza) que a veces viene a asomarse cuando anda en moto”, dice Kribell, una de las hijas que vive con Juanita, “nos dijo que nos vayamos moviendo porque nos van a quitar de aquí, es bien buena onda… a lo mejor porque parece mexicano”.

En esa pequeña área situada en la zona noroeste de la ciudad al menos unas cincuenta familias viven en estas mismas condiciones: pegadas al muro. Ellos fueron los primeros, pero habrá más, Margarita, otra de las residentes, dice que las construcciones no han parado incluso ahora los materiales son más fuertes porque usan hasta concreto, y mientras no haya nadie que les diga lo contrario las casas en el muro seguirán.

“Es nuestro patrimonio, nadie ha venido a decirnos que nos tenemos que ir, pagamos impuestos y hasta predial, usted cree que así nomás porque sí nos vamos a ir. Este muro fue como el patio de juegos para mis hijos… y desde que hay muro ahora uno se cuida hasta de que un día un migra no nos apunte con un arma nomás para eso sirvió”.

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