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El nombramiento este jueves de Diego Armando Maradona como técnico de los Dorados de Sinaloa en México fue tan sorpresivo que ni el club que preside el argentino actualmente en Bielorrusia lo sabía.
Un portavoz del Dinamo Brest le dijo a la BBC que se habían enterado por la prensa y que el vínculo que une al legendario futbolista con el club todavía está vigente.
Situación tan confusa como la relación que ha tenido el astro argentino con el país en el que alcanzó su mayor gloria como futbolista.
Por un lado es capaz de llegar montado en un coche militar a una cancha en el este de Europa, pero al mismo tiempo también puede asumir las riendas de un club que deambula por la parte baja de la clasificación en la segunda división del fútbol mexicano.
Entre Culiacán y Brest hay más de 10.200 kilómetros pero Maradona logró este viernes que aparezcan una junto a la otra.
Algo parecido a lo que desató el astro argentino en junio pasado cuando criticó la decisión de la FIFA de otorgarle la sede del Mundial de 2026 a la candidatura presentada en conjunto por Estados Unidos, Canadá y México.
"En Canadá son buenos esquiadores, Estados Unidos ha hecho de todo como los partidos de cuatro tiempos de 25 minutos y México es el que sale ganando porque no lo merece", declaró Maradona.
El argentino se refirió a las siete veces consecutivas que el Tri ha sido eliminado de un mundial, racha que se extiende desde Estados Unidos 1994 hasta Rusia 2018.
Sus comentarios en el programa "De la mano del Diez", que compartió junto al periodista Víctor Hugo Morales, causaron molestia entre los aficionados mexicanos y muchos recordaron esas palabras cuando se enteraron de la llegada de Maradona a los Dorados.
De la gloria al "infierno"
Pero días después, en la previa al partido contra Suecia, el astro argentino se declaró públicamente como un "hincha de México", considerándolo el máximo animador de la primera fase del mundial.
Ese vaivén de opiniones se ha mantenido desde que Maradona visitó por primera vez México hace casi 40 años.
Una muestra es el recuerdo que tiene del día que levantó la Copa del Mundo en el estadio Azteca el 29 de junio de 1986, una semana después de haberse consagrado en el mismo campo con el mejor gol de la historia de los mundiales ante Inglaterra.
"Si hasta los mexicanos se nos volvieron en contra, gritaron los goles de los alemanes. ¿Latinoamericanismo? ¡Latinoamericanismo las pelotas, los latinoamericanos éramos visitantes, ahí, en el Azteca justamente!", reprochó Maradona en el capítulo dedicado a ese mundial en su autobiografía publicada en 1999, "Yo soy el Diego".
Pero antes y después de su libro también aparecen declaraciones de agradecimiento y de elogios a una "gente que lo trata de maravilla".
El último contacto de Maradona con México sobre una cancha ocurrió en los octavos de final del Mundial de Sudáfrica de 2010, cuando la Albiceleste derrotó a el Tri 3-1 en un partido que terminó con los ánimos caldeados.
Su llegada ahora al banquillo de los Dorados de Sinaloa, en el "infierno" de la segunda división -como se le denomina en el fútbol a la categoría de ascenso-, lo único que hace es darle otro giro a una relación ambigua que ha tenido alegría y desencuentros.
Falta por ver cómo terminará esta vez.