Washington

Año II D.T. Si los primeros 12 meses de mandato de Donald Trump fueron sorpresa, 2018 ha sido el año de la confirmación de una forma de hacer política disruptiva y heterodoxa. Un mandato de golpe continuo, sin descanso ni tregua, omnipresente y destructor, que ha consolidado una forma de hacer política basada en obsesiones, la ruptura de las reglas establecidas, la detonación del status quo, la creación de la crisis permanente.

Tras un primer año de adaptación al cargo, Trump ha pasado su personalidad indomable a la rutina de la política de Estados Unidos. Lo que hace unos meses era sorpresa es ahora simplemente costumbre.

Este 2018 no ha tenido ningún triunfo doméstico relevante más allá de la confirmación —llena de polémica— de un nuevo juez para el Supremo: Brett Kavanaugh. Ningún éxito relevante en el terreno legislativo. A pesar de eso, dijo que daba a su mandato “un sobresaliente, ¿es suficiente? ¿Puedo ir más allá?”. Estas declaraciones, realizadas hace menos de un mes en entrevista con Fox News, eran una calificación de toda su presidencia, pero básicamente eran una manera de sentenciar que está más que satisfecho con su desempeño en la Casa Blanca y que cada día que pasa se siente más cómodo en su silla del Despacho Oval.

Eso se traduce en más disrupción, más cuestionamiento del orden mundial, más rompimiento de la tradición estadounidense. Sigue sin tener reparos en poner en jaque las alianzas tradicionales de EU, e incluso este año se enojó con el G7 celebrado en Canadá, dejando una imagen icónica en la que todos los líderes mundiales lo rodeaban tratando de hacerle entrar en razón, como un niño mimado que no acepta la realidad y que se encierra en su “America First” (Estados Unidos Primero), que en realidad lo lleva a un “America Alone” (Estados Unidos solo).

“El mundo nos va a respetar de nuevo”, prometió Trump a sus seguidores, pero este 2018 se ha demostrado que no va por el buen camino. Las potencias mundiales cada vez se están distanciando más de Washington y Trump no tiene reparos en cambiar de dirección y acercarse a regímenes como Corea del Norte, Rusia o Arabia Saudita, viraje que ha consolidado este 2018.

Cumbres y negocios

Este año dejó dos cumbres históricas: el encuentro con el norcoreano Kim Jong-un, en Singapur, y con el ruso Vladimir Putin, en Finlandia. Dos reuniones que para Trump fueron un éxito, pero que a los ojos del resto de la comunidad internacional demostraron la alienación estadounidense.

Otro punto de inflexión fue la negativa de condenar a Arabia Saudita por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Trump no ha cambiado un ápice su postura de no creer en sus agencias de inteligencia y con el caso Khashoggi se ha mantenido firme: va por delante el interés comercial que las pruebas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) o la defensa de los derechos humanos.

Ya no queda duda de que Trump ve la presidencia como un gestor empresarial que sólo basa sus ideas en el elemento transaccional unilateral, sin tener en cuenta valores intangibles. El presidente de EU necesitaba acabar con el pacto nuclear con Irán, una de sus principales promesas electorales, y desoyó a todos sus aliados: se salió del acuerdo y volvió a la presión de las sanciones.

Su intensidad no ha dado un respiro. Desde el 1 de enero hasta el 1 de diciembre de este año tuiteó 3 mil 225 veces, un ritmo escalofriante que tiene a las redes sociales en vilo, porque cada vez que agarra el teléfono puede provocar una crisis enorme o despedir a alguien de su gabinete.

Fue el caso de Jeff Sessions, el fiscal general con el que tenía una guerra a pesar de que el ex senador fue el primer seguidor leal que tuvo, cuando su candidatura a la presidencia era considerada una broma. Con la salida de Sessions y la entrada del halcón John Bolton como asesor en Seguridad Nacional, su gabinete cada vez se asemeja más a lo que él desea: algo hecho a medida dispuesto a poner en jaque todo lo conocido.

Un entorno batallador que llevó hasta el barro contra la prensa. Incapaz de abandonar su frase de fake news, lo llevó a un escalón superior al retirar credenciales a un periodista de la cadena CNN.

Método político

 

Las principales peleas han sido en el terreno económico. Creó una guerra comercial con China todavía sin resolver, e impuso aranceles por doquier para presionar a socios comerciales; especialmente significativos los dirigidos al acero y aluminio, de los que no se salvó México.

Y eso que, tras una negociación de más de 14 meses y que estuvo a punto de fracasar en muchos momentos, se consiguió el acuerdo para un nuevo tratado de libre comercio, el T-MEC. No se puede cantar victoria: todavía falta una ratificación en el Congreso que se prevé costosa.

El caso del conflicto con China es el ejemplo claro de cómo Trump se ha manejado en 2018: él crea una crisis donde no la hay para después aprovecharla en su beneficio. Es, por ejemplo, lo que hizo con la separación de migrantes en la frontera, crisis humanitaria autoinflingida que le sirvió para potenciar su imagen de dureza contra la inmigración y su figura defensora de la ley y el orden.

Si Trump no ha cambiado su forma de hacer política y sólo la ha potenciado tampoco ha variado un ápice su peor de las pesadillas: la persecución del Rusiagate, que también se ha incrementado. Robert Mueller, el fiscal especial para el caso, sigue cerrando el cerco contra el presidente.

Ahora, frente a él, tiene un nuevo reto. A partir de enero, por primera vez Trump no tendrá el poder absoluto de todas las ramas de gobierno del país. La recuperación de la Cámara de Representantes por parte de los demócratas en las elecciones de medio mandato de noviembre ha arañado al presidente y la herida puede escocer más de lo esperado con un bloqueo todavía mayor a su agenda legislativa, lo que lo puede llevar a desencadenarse todavía más y golpear a diestro y siniestro.

Especialmente virulento se puede volver cuando, si como se espera, se le niegan otra vez los fondos para su deseado sueño de muro en la frontera con México.

La confrontación que va a salir va a ser el caldo de cultivo perfecto para lo que realmente espera ya Trump —y Estados Unidos al completo—: el inicio casi de inmediato de las fases previas de las elecciones presidenciales de 2020.

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