En agosto del año pasado, un estudio titulado So lonely I could die (Tan solo que podría morir) sacaba una sentencia demoledora: la soledad y el aislamiento social pueden representar un riesgo para la salud pública mayor que la obesidad y equiparable a fumar 15 cigarrillos al día.
Los niveles de soledad entre la población de países occidentales, también de Estados Unidos, se han incrementado exponencialmente en las últimas décadas. Un estudio de la universidad de Chicago de hace un año señalaba que la tasa de adultos mayores de 62 años en EU que sienten algún grado de soledad es de 48%.
Un estudio anterior, de 2010, apuntaba por entonces que 35% de los mayores de 45 años están solos. O, lo que es lo mismo: 42.6 millones de estadounidenses sufrían por entonces de soledad crónica.
“La tendencia sugiere que los estadounidenses están cada vez menos conectados socialmente y experimentando más soledad”, apuntaba por entonces Julianne Holt-Lundstad, eminencia en la materia.
Su colega de investigación, el psicólogo Timothy Smith, de la Brigham Young University, confirma a EL UNIVERSAL que la tasa de soledad se ha incrementado y cada vez hay más gente viviendo sola, en los niveles “más altos de la historia”.
Todavía no hay datos que expliquen las razones absolutas. La geriatra mexicana Carla Perissinotto, estudiosa de la soledad en la Universidad de California en San Francisco, confiesa a este diario que “es difícil decir realmente qué es lo que causa estos sentimientos de soledad, porque el concepto de la soledad es subjetivo”.
Sin embargo, hay elementos que son inequívocos. “Hay muchos factores”, explica Smith, al enumerar algunas de las razones que podrían explicar el incremento de la sensación de soledad: un aumento de las tasas de divorcios y disoluciones familiares; un cambio en el carácter de la población, más “cautelosa y protectora” que antaño; el descenso de las interacciones sociales, especialmente en áreas urbanas.
Jennifer Caudle, de Rowan University, añade que la carga laboral y el estilo de trabajo también pueden contribuir.
Perissinotto dice que, en adultos mayores, elementos que inciden en una mayor sensación de soledad son la jubilación, la pérdida del esposo o cosas simples como verse inhabilitado para poder manejar.
Sin embargo, todas las miradas están puestas en la tecnología y las redes sociales. Otro de los grandes expertos en soledad de EU, John Cacioppo, de la universidad de Chicago, apuntaba en varios reportes y entrevistas que esos dos elementos pueden tener una gran parte de la culpa.
La adopción de herramientas digitales y el uso de redes sociales se ha disparado en los últimos años: 69% de los estadounidenses usaba alguna red social en 2016, en comparación con el poco más de 5% que lo hacían en 2005. Un reciente análisis sobre la juventud de EU señala que desde 2007, año de aparición del primer iPhone, el porcentaje de adolescentes que decían sentirse solos o dejados de lado se disparó, y sigue en crecimiento.
“Las redes sociales tienen efectos contradictorios: para alguna gente, incrementa sus contactos sociales, pero reduce los contactos cara a cara y aumenta la autoevaluación negativa, entre otros”, apunta Smith.
“Como cualquier herramienta, puede ser utilizada bien o mal. Puede ser utilizada para incrementar el contacto social, como conectar con amigos y familia que viven lejos, o para reducir las interacciones cara a cara y la autoestima cuando la gente hace comparativas negativas con otros”, resume el experto.
Inmediatamente después de la aparición del estudio So lonely I could die, Vivek Murthy, quien ocupó el cargo de cirujano general durante el gobierno de Barack Obama y considerado la máxima autoridad en materia de salud, alertaba de la “epidemia de soledad” que azotaba a Estados Unidos.
Para Smith, hablar de una epidemia de soledad todavía es muy arriesgado, pero “está previsto que se llegue a un nivel de epidemia si las tasas actuales se mantienen”. Para Perissinotto, por el contrario, ya hay que usar este término. “Es algo que cruza fronteras, que realmente podría ser una pandemia. Es importante usarlo porque la soledad tiene efectos muy grandes en la salud, y más de lo que nos imaginamos”, advierte.
“No basta ignorar el problema, porque afecta a demasiada gente, y con lo que afecta a la salud, resulta en gastos económicos grandes”, remata.
Perissinotto recuerda que uno de sus estudios resolvió que hay evidencias robustas que demuestran que sentirse solo resulta en un riesgo “más alto de muerte”. Apunta además que otras investigaciones sobre la materia confirman que aquellos que dicen estar aislados son más propensos a desarrollar demencia y otras patologías como diabetes y problemas cardiovasculares.
La solución: aplicar medidas que fortalezcan las redes sociales y, especialmente, familiares.
“Muchos periodistas enfatizan el ángulo de mejorar amistades, pero la historia real de nuestra investigación es que la sociedad necesita reforzar las relaciones familiares”, precisa Smith, recordando que la familia es “la fuente duradera de apoyo” y asegurando que eso ayuda a “vidas más largas y felices”.
El experto de la Brigham Young University da una recomendación para evitar caer en pensamientos de soledad y comportamientos de aislamiento: programar al menos una noche a la semana para dedicarla a la familia, y hacer sacrificios de reparación y perdón “con el objetivo de evitar la soledad y la desconfianza”.
Para Perissinotto, sin embargo, todavía faltan estudios para saber qué intervenciones funcionan. “Como doctora, necesito saber si hay opciones, ya sea fortalecer la relaciones que existen, aumentar o crear nuevas amistades, formar parte de un grupo social… para otra gente trabajar de voluntaria, o participar en un grupo de apoyo”, señala.
“A final de cuentas”, reconoce, “nos falta bastante en el mundo de investigaciones para saber realmente cómo podemos combatir la epidemia, pero por lo menos empezamos hablando abiertamente del tema sin vergüenza”.