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El precio catastrófico en términos de pérdidas humanas y daños para la economía y la estabilidad política internacional, que el propio Congreso de Estados Unidos reconoce, disuadió a la Casa Blanca e Irán de continuar la escalada bélica que pudo detonar una guerra generalizada en Medio Oriente esta semana.
“La acción militar de Estados Unidos puede no ser el instrumento apropiado para lograr un cambio sistémico dentro del régimen iraní y puede, de hecho, entorpecer las perspectivas políticas de los iraníes simpatizantes de un cambio de régimen”, subraya un análisis del Servicio de Investigación del Congreso (CRS) estadounidense actualizado el lunes, al destacar que el asesinato la semana pasada en Bagdad del mayor general Qassem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds, “parece haber unificado a la población iraní detrás del régimen, al menos temporalmente”.
El documento titulado El conflicto EU-Irán y sus implicaciones para la política estadounidense, al que tuvo acceso EL UNIVERSAL, destaca que ataques previos de Teherán en Medio Oriente después del despliegue adicional de unidades del Pentágono en la región, como el que tuvo lugar en los últimos días, sugieren que la medida “no necesariamente tendría éxito en disuadir a Irán de usar la fuerza militar”.
En su evaluación de los diversos escenarios de un posible choque bélico y sus repercusiones, establece que invadir a Irán si bien aparentemente está descartado por sus elevados riesgos y costos, se cuenta entre las opciones a disposición del presidente Donald Trump. Sin embargo, afirma: “No hay indicios de que exista apoyo sustancial dentro de Irán a una invasión de Estados Unidos para cambiar el régimen”, pese a que se ha registrado un “significativo” rechazo al gobierno de Teherán en los últimos 10 años, incluyendo las protestas en noviembre pasado por el fin del subsidio a los combustibles.
Iraníes se manifestaron ayer por las víctimas del derribo del avión ucraniano. Foto: ABEDIN TAHERKENAREH. EFE
Los analistas del Capitolio detallan que aparte de los más de 65 mil efectivos estadounidenses desplegados alrededor de la antigua Persia en los socios del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin y Omán), además de Afganistán e Irak —que a raíz de la crisis por el asesinato en Bagdad de Soleimani, jefe de la Fuerza Quds del Cuerpo Islámico de la Guardia Revolucionaria (IRGC), solicitó a Estados Unidos el retiro de sus tropas— la Casa Blanca ha estudiado aumentar hasta 100 mil el número de sus elementos en el Pérsico.
Aunque, acotan, la cifra aún estaría muy por debajo de la que expertos como la firma privada de inteligencia Stratfor han considerado necesaria —1.6 millones de soldados— para ocupar Irán, un país con 80 millones de habitantes y una superficie, la 17 más grande del mundo, agreste, rodeada de montañas, pantanos y desiertos equivalente al territorio de Francia, Alemania, Países Bajos, Bélgica, España y Portugal (la cifra máxima de tropas estadounidenses en Irak ascendió a 180 mil).
Las fuerzas armadas iraníes, aunque inferiores en número y poder de fuego a las de EU y sus aliados, suman asimismo 525 mil efectivos —350 mil regulares y 125 mil de la IRGC— que como han demostrado en Siria y en Irak esta semana, al bombardear dos bases del Pentágono, tienen un extenso arsenal de misiles balísticos de medio y largo alcance de fabricación propia, además de haber desarrollado tácticas de guerra asimétrica en las que el mismo Soleimani se especializó.
Cartas en la baraja
Incluso así, el CRS indica que Trump también tiene en su baraja las cartas de lanzar operaciones contra las milicias aliadas de Teherán en Irak —como las Fuerzas de Movilización Popular, que rodearon la embajada de Estados Unidos en Bagdad en diciembre al estallar la crisis—, el Hezbolá en Líbano y la guerrilla houthi de Yemen que enfrenta la ocupación saudita.
Memorial por las víctimas del avión ucraniano, en Kiev. Foto: EFREM LUKATSKY. AP
Otra opción, expone, es realizar “acciones de represalia” contra blancos selectos iraníes como instalaciones petroleras, plantas nucleares, puertos y bases militares mediante ataques aéreos, balísticos, cibernéticos y electrónicos, igual que un bloqueo naval y/o aéreo, que bajo las leyes internacionales representaría un “acto de guerra”.
En otras estimaciones, apunta que, según la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono, “Irán está avanzando en su tecnología de drones y en la precisión de los misiles que proporciona a sus aliados regionales”, lo que se evidenció en el sorpresivo ataque a dos importantes plantas petroleras de Arabia Saudita en 2019 que paralizaron temporalmente su producción, reivindicado por los houthis.
Agrega que “algunos observadores cuestionan la utilidad del poder militar contra Irán, debido a consideraciones estratégicas globales”, puesto que los reportes oficiales de Washing- ton en la materia asientan desde 2017 que “China y Rusia representan los desafíos estratégicos claves para Estados Unidos hoy y hacia el futuro”.
Participantes durante una protesta contra la guerra, ayer en Londres. Foto: HENRY NICHOLLS. REUTERS
De acuerdo con estudios efectuados por instituciones académicas y organismos privados como Eurasia Group y The Atlantic Council, una invasión de Irán provocaría más de un millón de muertes entre las tropas de ambos bandos y la población civil iraní, además de generar un desastre económico que por años alentaría la insurgencia contra los ocupantes y una ola de millones de refugiados, que afectaría a los países vecinos y a Europa.
Al respecto, especialistas sostienen que el costo directo e indirecto llegaría a miles de millones de dólares para la Casa Blanca, tomando en cuenta que Washington ha gastado en los conflictos librados tras los atentados terroristas de 2001, sobre todo en Irak y Afganistán, más de 6.4 billones de dólares, según la Universidad de Brown.
La dimensión regional e internacional de un estallido bélico también opera a favor de Irán, porque la República Islámica tiene la capacidad para cerrar el Estrecho de Ormuz, la puerta de entrada al Pérsico de apenas 33 kilómetros de ancho por la que circula un tercio del suministro petrolero global por vía marítima (21.7 millones de barriles diarios).
Además de Arabia Saudita, cuya vulnerabilidad quedó exhibida con el ataque de drones en 2019, otros tres de los principales exportadores de crudo y gas natural, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar, se ubican en las costas del Pérsico al alcance de los misiles y de la Armada iraní, que desde 2002, concluyeron los simulacros de la Marina estadounidense, es capaz de hundir a uno de sus portaaviones y causarle cientos de bajas.
Hacia el Mediterráneo, el “Eje de la Resistencia”, construido pacientemente en los últimos 40 años, que Soleimani afianzó al salvar con Rusia y el Hezbolá al régimen sirio de la rebelión apoyada por Estados Unidos y sus aliados, incrementaría aún más el costo político de una guerra. Desde su último enfrentamiento abierto con Israel en 2006, la milicia chiíta del Hezbolá en Líbano ha acumulado más de 120 mil cohetes que le permitirían bombardear territorio hebreo por cerca de tres meses, mientras que en Gaza también se sumaría a la lucha la milicia Jihad Islámica.
Asistente a una manifestación, ayer en Londres, contra la guerra. Foto: HENRY NICHOLLS. REUTERS
Todo ello, sin mencionar uno de los factores más importantes que deben haber pesado en la decisión de Trump para no responder el miércoles a los misiles iraníes, pese a las presión de Israel y Arabia Saudita para destruir a su rival: los comicios de noviembre de este año, en los que buscará mantenerse en la Casa Blanca.
Si bien Trump se ha distinguido por su carácter impredecible, el mandatario estadounidense tampoco puede eludir las lecciones de la historia, y estas recalcan que una operación militar rápida y exitosa, sin bajas, puede aumentar su popularidad.
Pero una guerra dura y prolongada, en múltiples frentes y reminiscente de Vietnam, sería el camino fácil hacia su derrota en las urnas.