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MADRID.- El 20 de julio de 1969 marcó un hito en la historia de la humanidad. Por primera vez, un ser humano ponía su huella en la superficie de un cuerpo celeste distinto a la Tierra.
Aunque esta hazaña fue posible gracias a un extenso equipo de ingenieros, diseñadores, técnicos, científicos y pilotos, el éxito de la llegada del hombre a la Luna no se podría explicar sin conocer el contexto socio-político del momento ni los orígenes de la carrera espacial.
Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX varios científicos comenzaron a teorizar respecto al uso de cohetes para viajar fuera de los límites de la tierra, siendo uno de los más prominentes el estadounidense Robert Goddard.
Este ingeniero y físico lanzó con éxito el primer cohete propulsado con combustible líquido en 1926. No obstante, el desarrollo de la tecnología de cohetes recibió un impulso decisivo debido a su potencial como arma de guerra. En Alemania, el joven ingeniero y físico Wernher von Braun, un apasionado de la aeronáutica y de los viajes espaciales, comenzó desde muy joven a fabricar cohetes caseros.
Cuando Hitler ascendió al poder en 1933, von Braun no desperdició la oportunidad de avanzar en su carrera en el campo del diseño de cohetes y se enroló en el ejército alemán. Sus conocimientos fueron fundamentales para el éxito del programa alemán de cohetes. La culminación del trabajo de von Braun y su equipo fue el V-2, el primer cohete balístico con carga explosiva. Con este ingenio Alemania se puso a la cabeza en el desarrollo de la tecnología aeronáutica, muy por delante de los países aliados.
A pesar de que se lanzaron más de 3 mil de estos ingenios sobre Inglaterra, Francia y Bélgica causando más de 9.000 muertos, el V-2 llegó demasiado tarde para inclinar la balanza a favor de Alemania.
Con la derrota alemana y el fin de la guerra en Europa en mayo de 1945, los estadounidenses decidieron que era de vital importancia contar tanto con la tecnología de cohetes como con los hombres que la habían desarrollado. Para ello, priorizaron la captura de todos los cohetes ensamblados que no se habían lanzado, la totalidad las piezas listas para su ensamblaje, las herramientas para la fabricación y construcción de los cohetes así como toda la documentación que encontraron en las instalaciones.
Todo el material fue cuidadosamente trasladado a los Estados Unidos para su estudio.
De forma paralela, el ejército concibió una operación secreta con el nombre en clave de Paperclip, en la que un equipo de militares de élite recibió la orden de buscar y capturar a todos los responsables del programa de cohetes alemán responsables, incluyendo científicos, ingenieros y técnicos del programa de cohetes, con el fin de trasladarlos a los Estados Unidos junto con sus familias.
Muchos, incluyendo el propio von Braun y los miembros de su equipo, fueron localizados y trasladados a los Estados Unidos. Otros cayeron en manos soviéticas.
LA GUERRA FRÍA
A pesar de ser aliados, las diferencias entre los Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a ponerse de manifiesto apenas terminó la Segunda Guerra Mundial. Ambas naciones luchaban por convertirse en la potencia hegemónica en el nuevo mundo que emergía de una de las guerras más devastadoras que había conocido la humanidad.
Este factor fue determinante en el interés estadounidense por adquirir la tecnología alemana, aún pasando por alto las implicaciones morales que suponía contar con unos hombres cuyo trabajo había traído consigo tanto sufrimiento al mundo. En su condición de "empleados especiales", los científicos alemanes mostraron a los estadounidenses la tecnología y supervisaron las primeras pruebas con los cohetes V-2 capturados. En los años posteriores, el impulso en el desarrollo de los cohetes se debió, de nuevo, a su vertiente como arma militar.
Con la Guerra Fría en su apogeo las miradas de ambas naciones se fijaron en el espacio. Se trataba de un campo en el que se jugaba el prestigio y el dominio tecnológico en una nueva frontera. A mediados de los años 50, las dos superpotencias hicieron públicos su deseo de conquistar el espacio, inaugurando la denominada carrera espacial.
Fue la URSS la que se adelantó cuando el 4 de octubre de 1957 lanzó con éxito el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik I. Esta gesta encendió todas las alarmas en los Estados Unidos, que hasta ese momento había apoyado tímidamente el desarrollo de tecnología aeroespacial. Wernher von Braun languidecía en su puesto del ejército y cuando tuvo conocimiento del lanzamiento del satélite soviético vio la oportunidad perfecta para conseguir los fondos que necesitaba para alcanzar su sueño: el desarrollo de cohetes para llevar al hombre al espacio.
Von Braun mantuvo entrevistas y reuniones con la dirigencia política de Washington advirtiendo del peligro que suponía para el mundo libre que la URSS estuviese a la cabeza de la carrera espacial. Con este mensaje, el científico alemán logró su objetivo.
Los fondos comenzaron a llegar y los estadounidenses lograron lanzar pocos meses después el satélite Explorer I utilizando como plataforma uno de los cohetes desarrollados por von Braun. Finalmente, el 1 de octubre de 1958 nació la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio) una organización gubernamental que canalizaría todos los esfuerzos para adquirir conocimientos científicos y tecnológicos en el campo aeroespacial y llevar al hombre al espacio.
EL PROYECTO MERCURY
El lanzamiento de satélites para orbitar la tierra fue tan solo el primer paso en la carrera espacial. El siguiente objetivo fue poner un ser humano en órbita. Tanto la URSS como los Estados Unidos deseaban ser los primeros en alcanzar este hito. La NASA creó el proyecto Mercury, con el objetivo principal de poner un ser humano en órbita y lograr que volviese a la tierra sano y salvo. Si los estadounidenses lograban ser los primeros en lograr el objetivo, adelantarían a los soviéticos y recuperarían el prestigio tecnológico.
No obstante, fue de nuevo la URSS la que tomó la iniciativa cuando el 12 de abril de 1951 el cosmonauta Yuri Gagarin logró dar una vuelta a la órbita terrestre a bordo de la nave Vostok I.
La NASA respondió enviando a su primer astronauta al espacio, Alan Shepard, quien realizó un vuelo suborbital el 5 de mayo de 1961. Poco después, John Glenn dio tres vueltas completas a la órbita de la tierra el 20 de febrero de 1962. Cuando concluyó el proyecto Mercury los estadounidenses seguían por detrás de los soviéticos. No obstante, seis hombres habían viajado al espacio y los científicos de la NASA habían adquirido conocimientos respecto al comportamiento del ser humano en el espacio, además de avanzar en el desarrollo de cohetes más eficientes y de mayor potencia.
EL IMPULSO DE JFK
Para los científicos de la NASA el siguiente paso natural de la exploración espacial era la llegada del hombre a la luna. Este objetivo se discutió en las primeras fases de la carrera espacial, siendo el proyecto Mercury tan sólo la primera etapa para obtener el ambicioso objetivo. El proyecto Gemini, que comenzó a principios de 1962, era la segunda etapa en un objetivo que pretendía tomar de manera definitiva la iniciativa en la carrera espacial.
Pero para ello era necesario dotar de fondos a la NASA. Y fue el presidente John F. Kennedy quien, en un incisivo discurso en el congreso el 25 de mayo de 1961, plasmó esta idea pidiendo a los políticos y a toda la sociedad estadounidense que pusiesen todos los recursos necesarios para alcanzar el objetivo de llegar a la luna. Kennedy abogó por alcanzar el objetivo de la llegada del hombre a la luna para antes del final de la década de los años sesenta. Aunque Kennedy no lo pudo ver, las bases para que la epopeya del Apolo 11 fuese posible ya se habían asentado.