Fernando Ha-ddad escuchó en tercera fila el histórico discurso con el que Lula se despidió horas antes de entrar a prisión, en abril. Ni los mayores elogios, ni los agradecimientos más sentidos fueron para él, pero desde ayer el ex alcalde de Sao Paulo enfrenta el reto más delicado: sustituir al líder.
Casi al filo del plazo dado por la justicia electoral, Lula (2003-2010) dio luz verde para que quien fuera su ministro de Educación en los años dorados de sus gobiernos asuma una misión que muchos ven casi imposible. El mesurado Haddad, de 55 años, no es Lula, y ahí están las encuestas para recordárselo. Pese a haber mejorado, sólo 8% votaría por él si las elecciones fueran hoy. Le quedan cuatro semanas para convencerlos.
No es la primera vez que este descendiente de libaneses arranca mal una elección. Su perfil no era el más cotizado cuando se planteó competir por la alcaldía de Sao Paulo en 2012, y ganó.
Pero aquellos eran otros tiempos: los del inicio del gobierno de Dilma Rousseff (2011-2016), aún bajo los destellos de aquel Brasil que se comía el mundo de la mano de Lula y que parecía no tener techo. Pero lo tuvo y el propio Ha-ddad sufrió el golpe en su despacho del corazón financiero de Sao Paulo, del que tuvo que salir cabizbajo en 2016 tras la humillante derrota en las municipales ante el empresario liberal Joao Doria.
Muy criticado tras las manifestaciones de 2013 por el alza de los transportes, cayó en la primera vuelta, dejando otro doloroso revés para el PT pocos meses después de la destitución de Rousseff.
Licenciado en Derecho, con maestría en Economía y doctorado en Filosofía, Haddad, casado con una dentista y padre de dos hijos, llegó al Ministerio de Educación en 2005; su trayectoria lo colocó en el corazón de la maquinaria del PT, pero sin salir nunca de la sombra de su mentor. “Haddad sólo hablaba cuando le preguntaban algo”, contó un antiguo aliado de Lula a la Gazeta do Povo.
Algunos le reprochan un estilo distante, injustamente a su ver. “Tengo en general un comportamiento tranquilo... Las personas confunden eso con frialdad”, confesó en 2017. Algunos lo llaman “Haddad, el tranquilo”. Hoy, lucha contrarreloj para granjearse la voluntad de un pueblo brasileño desconfiado de los políticos. Y para demostrar que es mucho más que... el “Plan B”.