San José
Al final de la madrugada del sábado 30 de junio de 2007en una casa de un barrio de Bogotá, Viviana Hernández Soto comenzó a ser maquillada por una hermana. De pronto, y sin que nadie le invitara, Jaime Hernando Parra, excompañero sentimental de Viviana, entró la vivienda y se acercó a las dos mujeres.
Parra miró a Viviana, se dirigió a la hermana y le soltó una advertencia sobre el futuro de la mujer que se acicalaba para irse a trabajar: “¡Tan bonita que está y cómo va a quedar!”.
Ninguna prestó mayor atención a un comentario que sospechosamente dejó entrever los planes de Parra y que, sólo unos minutos después, en una calle de la capital colombiana, se hizo realidad y cambió para siempre la vida de Viviana, quien tenía 23 años y hacía unos siete meses se había separado de Parra.
Desesperado por reconquistarla, Parra la acosó sin éxito durante un mes y contrató a una mujer que, a cambio de dinero, lanzó ácido sulfúrico con soda cáustica al rostro y al cuerpo de Viviana aquella misma mañana cerca de las 06:30 horas en una estación bogotana de autobuses, en un hecho que estremeció a Colombia.
Originaria de Neiva, capital del surcentral departamento (estado) colombiano de Huila, contadora pública de profesión y trabajadora de una compañía de Bogotá, Viviana fue llevada a dos centros de salud y empezó a transitar ese día fatal por un calvario sin fin, con apoyo de los tres hijos que procreó con el hombre que planeó el ataque.
Postrada en una cama de hospital en Bogotá tras sufrir la agresión en el rostro, el pecho y una mano y perder el ojo izquierdo, con severos dolores y todavía cubierta de vendas por la violenta arremetida en su contra, Viviana recibió una llamada de Parra a su teléfono celular en el segundo hospital.
“Unos ocho días después, (Parra) me llamó, porque yo lo único que podía hacer era contestar el teléfono, y me dijo: ‘Ahora sí, como un monstruo, nadie la va a voltear a mirar. Ahora sí tiene que vivir conmigo’. Obviamente me alteré. Yo estaba muy mal”, cuenta.
El siguiente es el relato que Viviana, ahora de 36 años, comparte con EL UNIVERSAL sobre su dramática experiencia:
“Todo ocurrió acá en Bogotá. Salía para mi trabajo y me esperaron en la parada del autobús para arrojarme el ácido. Iba con mi hijo Jean Paul Parra Hernández, que en esa época tenía 4 años y ahora 17.
Durante el mes previo a mi agresión de parte del papá de mis hijos, Jaime Hernando Parra, hubo amenazas con llamadas telefónicas y una persecución y siempre estaba al pendiente, acechándome. Me había separado de él hacía como siete meses y él se había ido, pero reapareció en ese mes antes de la agresión. Estuvo buscándome, amenazándome, diciéndome que tenía que volver con él y que si no iba a ser para él no iba a ser para nadie.
Y justo ese día que ocurrieron los hechos, él llegó a la casa y mi hermana me estaba maquillando. Él me miró y le dice a mi hermana: ‘¡Tan bonita que está y cómo va a quedar!’. Nosotras nunca la prestamos atención a sus palabras hasta que después le entendimos el sentido.
Viviana Hernández compartió a EL UNIVERSAL esta foto en la que aparece con las cicatrices que le dejó el ataque con ácido en 2007. Foto:CORTESÍA
Salí de la casa hacia mi trabajo con Jean Paul. Él (Parra) cruzó la calle y se colocó en la acera del frente de la estación de autobuses y cuando me vio de lejos me señaló.
Él se hizo al frente de la calle y yo pasé con mi hijo. Él me señaló. La mujer estaba por detrás de mí y se giró y me arrojó el ácido a la cara. En ese momento quedé aturdida porque el dolor es impresionante. Mi hijo comenzó a gritar a mi lado. Me decía ‘mamita, mamita’. Yo tenía un bolso de tela al que también le cayó ácido, se rompió y todas las cosas caían.
‘Mamita, mamita, se te caen las cosas’, me decía mi hijo.
Yo gritaba pidiendo ayuda. Me subieron a un taxi y me llevaron a un hospital que estaba relativamente cerca. En ese hospital no sabían qué hacer y lo único que hicieron fue cortarme la ropa, quitármela porque la tenía muy quemada, y colocarme algo para el dolor.
Yo le pedía al médico dos cosas. ‘Llame a mi mamá y llame a la policía, porque la persona que me agredió es el papá de mi hijo’.
Él (Parra) llegó al hospital por el niño y llegó la policía. En ese momento a mí me sedaron y entonces yo confundía la realidad. Pensaba que era un sueño que me estaba pasando eso y cuando me dormía yo pensaba que estaba bien. Empecé a confundir la realidad con el sueño.
Cuando llegó el policía yo le dije: ‘Deténgalo porque él (Parra) fue el que me hizo esto, le dije que por favor lo detuviera’, porque yo lo había visto (a Parra) señalándome (frente a la parada de autobuses) y que ya en repetidas ocasiones me había estado amenazando en esos días. Le dije al policía que yo sabía que él había sido el agresor.
El policía me dijo muy descaradamente que me preocupara por recuperarme, porque bien mal que estaba, que el señor estaba afuera (de la sala del hospital) muy preocupado por mi hijo y por mí y que entonces me preocupara por mí y que bien mal que sí estaba. Y que cuando me recuperara pues mirara a ver cómo hacía la denuncia pertinente, pero que en ese momento él no me iba a recibir ninguna denuncia, porque no tenía las pruebas en el momento.
Mi quemadura fue más o menos a las 6:30 de la mañana del sábado 30 de junio de 2007.
Una de las cualidades del ácido es que la piel lo absorbe y rompe al caer. No quema y pasa, sino que se va profundizando y por eso es tan destructivo. Por eso las quemaduras con ácido hacen tanto daño, porque el ácido no corre como el agua caliente o el aceite, sino que la piel lo absorbe como una crema humectante y va quemando hacia adentro, hacia adentro.
En mi caso duró quemando 20 días. Tuve que esperar hasta la tarde del día del ataque para que del hospital donde nunca supieron qué hacer me trasladaran al hospital Simón Bolívar, en Bogotá. Incluso en ese momento en el Simón Bolívar, que es un hospital especializado en quemados, no sabían tratar bien las quemaduras con ácido, no sabían hacer un barrido, quitar las capas de piel hasta donde llegara el ácido para que no siguiera carcomiendo, sino que lo acostaban a uno en una camilla, lo vendaban con una vaselina y esperaban hasta que el ácido queme o como hasta dónde va a comer.
En las pacientes de antes lo primero que se comía el ácido son los cartílagos, como las orejas, la nariz o las pieles tan débiles como los párpados. Por eso, las afectaciones y las deformidades son tan grandes, porque el ácido puede durar hasta un mes comiendo y quemando hacia el fondo. Y se van haciendo esas quemaduras tan profundas como nosotros en años anteriores.
La colombiana Natalia Ponce de León, víctima de agresión con químicos en 2014, tiene una fundación que lleva su nombre. Foto: TOMADA DE HTTPS://FUNDACIONNATALIAPONCEDELEON.ORG/LAVIDARENACE
En estos momentos, cuando llevan a una paciente con quemaduras con algún agente químico, lo primero que hacen los médicos es llevarla a cirugía y quitarle las capas de la piel por debajo de donde el ácido va para que no siga carcomiendo y quitar todos los restos de ácido. Eso es ahora. Esta técnica la vienen aplicando desde 2014.
Yo no podía ver, porque a mí me vendaron toda la cara por las afectaciones en la vista y perdí el ojo izquierdo. Estaba pendiente de injertos en los cuatro párpados. No podía ver por la inflamación. Unos ocho días después, (Parra) me llamó, porque yo lo único que podía hacer era contestar el teléfono, y me dijo: ‘Ahora sí como un monstruo, nadie la va a voltear a mirar. Ahora sí tiene que vivir conmigo’.
Obviamente me alteré. Yo estaba muy mal. Llamé a los médicos y ellos hicieron una carta para que el hospital restringiera mis visitas a sólo las personas autorizadas.
Me daba miedo que (Parra) llegara al hospital a hacerme algo más. Tuve que sacar a mis hijos de la ciudad, porque me daba miedo que me quitara a alguno.
Carla Valentina tenía 3 y ahora 16. Para ella fue el trauma más grande, el que más me duele, porque no me duele contar mi situación, pero sí me duele la situación de mis hijos. Ahí es donde me quiebro. Mi hija duró tres meses para reconocerme. Cuando salí del hospital, ella gritaba y pedía auxilio. Y decía que yo no era su mamá. No soportaba que yo me le arrimara, porque yo salí con vendas.
Cuando yo salí del hospital, mi hijo Jean Paul le decía: ‘Valentina, entienda, a mi mamá una señora mala le tiró un líquido en la cara y ella lo que tiene es una curita. Eso es una curita’.
O sea, mi hijo de 4 años explicándole a su hermanita de 3 lo que le había pasado a su mamá. La niña duró más de tres meses en los que me tocó sacarla de la casa, llevarla a vivir con una tía mía y vivir con mi hijo menor, Isaac, que tenía cuatro meses y ya tiene 13, para ir a visitarla (a mi hija), para que me reconociera por otras cosas, más no ya por mi identidad, por mi físico, sino por la mamá que ella había conocido.
Estuve dos meses en el hospital y salí con vendas. Me tocaban las citas médicas, las limpiezas, las curaciones porque ya tenía los injertos. Duré unos tres meses más en curaciones para poderme quitar las vendas.
Y mientras tanto, nunca, nunca se supo nada de la mujer. Nadie tampoco la atrapó. Nunca se tuvo la identidad de ella.
A él nunca lo investigaron. Uno, porque en ese momento eran lesiones personales y entonces no había cómo hacer una investigación, porque eran lesiones personales y no tipificaba algo importante ni era en ese entonces un peligro para la sociedad. No se le veía (al ataque con ácidos) como delito.
Y dos, porque a los seis años a él (Parra) le dio cáncer y murió en septiembre de 2013. Nunca hubo ni siquiera investigación y eso prescribió por falta de pruebas. Y seis años después a él le dio cáncer y murió. Fue una cosa tras la otra. Justicia divina, porque la terrenal nunca llegó”.