Washington.- Estados Unidos ya no puede ignorar el coronavirus. La crisis ya forma parte de la vida diaria de los estadounidenses que vieron cómo su presidente en lugar de mandarles un mensaje tranquilizador que apaciguara las aguas y la comunidad, insuflaba todavía más dudas e incertidumbre sobre las acciones para aplacar una situación que sólo tiene visos de empeorar.

En las antípodas de Donald Trump está el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. La esposa del premier dio positivo al coronavirus. El gobernante, ante los “síntomas leves de gripe” de su cónyuge, decidió ponerse en cuarentena voluntaria. Ella se encuentra bien, informó el gobierno, y él se mantendrá aislado 14 días. Hoy dará un mensaje a la nación.

Trump, en cambio, fracasó la noche del miércoles en su discurso a la nación, una proclama llena de imprecisiones, sin detalles, parecido a un mensaje de campaña —incluyendo retórica aislacionista y con ínfulas de nacionalismo populista.

Las bolsas entraron en pánico. La población, cada vez más afectada por la falta de información veraz y el miedo al descontrol de la pandemia, colapsan los supermercados hasta el punto que muchos han tenido que racionar la venta de bienes como agua, arroz o papel higiénico.

Las propuestas para frenar la crisis, especialmente el veto de viaje desde Europa, no han recibido otra cosa que críticas. La Comisión Europea cuestionó duramente una acción “unilateral” para la que no fueron consultados. Tom Bossert, exasesor en seguridad nacional de Trump, directamente calificó de “inútil” la normativa, aunque Trump dijo que contempla aplicar restricciones de viaje doméstico a y desde zonas con grandes brotes del coronavirus.

La acción ineficaz del gobierno federal contrasta con la acumulación de decisiones de autoridades estatales, locales y privadas de atajar un contagio cada vez más masivo: el Congreso y la Casa Blanca cancelaron las visitas turísticas hasta como mínimo el 1 de abril. El Museo Metropolitano de Nueva York cerrará puertas. Las principales ligas deportivas han pospuesto sus competiciones; las últimas en hacerlo, el beisbol y el baloncesto universitario. Los responsables del parque de atracciones Disneylandia de California anunciaron el cierre de puertas. También se cierran las sedes de Florida y París.

En New Rochelle, zona cero del brote de coronavirus de la costa este a 25 minutos de Manhattan, empezó la repartición de comida por parte de la Guardia Nacional. La ciudad de Nueva York declaró emergencia sanitaria y prohibió cualquier evento con más de 500 personas, cancelando directamente las actuaciones de Broadway. “La crisis podría fácilmente durar seis meses”, dijo el alcalde Bill de Blasio, quien pidió a doctores y enfermeras jubilados que se mantengan en la reserva por si fueran necesarios sus servicios.

El estado de Maryland, en el norte de la capital, declaró el estado de emergencia, decisión que implicó el cierre de colegios por dos semanas. Su gobernador, Larry Hogan, anunció que delegó todas las funciones a su número dos para dedicarse en exclusiva a la crisis. Colegios de Houston y San Francisco anunciaron cierre por tres semanas.

En Ohio la clausura de recintos escolares será por tres semanas, en un estado en el que se estima que más de 100 mil personas ya tienen el Covid-19: una confesión gubernamental que elevó todavía más el miedo de que el brote esté más expandido de lo que las cifras dicen. La culpa del subreporte está en la inaccesibilidad a las pruebas para detectar el virus. En todo EU no se han realizado ni 10 mil pruebas en la crisis, mientras que en países como Corea del Sur se hacen 20 mil evaluaciones diarias. “Los tests son el mayor reto al que nos enfrentamos”, reconoció el senador republicano James Lankford, decepcionado tras salir de una reunión con las autoridades sanitarias. Anthony Fauci, director del instituto nacional de enfermedades infecciones, confesó que ha sido un “fracaso” y que ahora es imposible pensar en un escenario en el que se puedan realizar pruebas fácilmente.

En una sesión de control, congresistas demócratas consiguieron el compromiso de que las pruebas, cuando estén disponibles, sean gratuitas y no un obstáculo en un país con un sistema sanitario caótico y caro. “El fallo de la administración en cuanto a las pruebas es colosal, un fracaso en planificación, liderazgo y ejecución”, criticó el exvicepresidente y precandidato demócrata Joe Biden, en un discurso totalmente contrario al que pronunció Trump horas antes: presidencial y moderado.

El fracaso en esto se debe, según Dan Diamond, periodista de Politico, a que “Trump no presionó para hacer test de forma más agresiva porque hubiera llevado a descubrir más casos del brote, y Trump dejó claro que a menores cifras de coronavirus, mejor para el presidente y su reelección en otoño”.

Un Trump que sigue negando la gravedad del asunto, hasta el punto de rehusarse a realizarse la prueba hasta que presente síntomas, a pesar de haber estado en contacto con portadores del Covid-19 como el jefe de prensa del presidente brasileño. El senador Lindsey Graham, quien estuvo en contacto con el funcionario sudamericano en el mismo evento que el mandatario, decidió encerrarse como medida de prevención.

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