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"Mi familia quiere que busque esposa apenas vuelva a India", me dijo con resignación y buen ánimo Karan Gupta un día en Estados Unidos, donde lo conocí cuando hacía su maestría en administración de empresas (MBA) en 2016.
Tres años después, en marzo de 2019, Karan esperaba en el escenario a Vidhi Balasaria, su futura mujer, mientras ella se abría paso en medio de los 450 asistentes a la boda, celebrada en Jaipur, en el norte de India.
Los 12 kilos de su vestido, más otros cuantos de sus joyas —gargantillas con diamantes, aretes de oro, pulseras de cristal rojo que adornaban sus brazos pintados con elaborados diseños de henna y anillos con piedras preciosas—, le dificultaban el paso.
Cuando por fin estuvo frente a Karan, lo miró con un cierto alivio. Él le pellizcó las mejillas, le susurró algo al oído y ambos soltaron una carcajada.
Por un instante los invitados olvidábamos que este era un matrimonio arreglado.
En India siguen siendo comunes los matrimonios arreglados; es decir, aquellos en los que los padres escogen la pareja para sus hijos.
Mantenerse y reproducirse dentro de la misma casta y religión son las razones por las que aún prevalecen este tipo de uniones. Son frecuentes los casos en los que los novios se conocen el mismo día de la boda.
Pero cada vez son más los jóvenes que piden un tiempo de cortejo, menos intervención de la familia, un rol más activo de las mujeres para elegir a sus parejas y no tener en cuenta las castas o posiciones sociales, sino el amor.
Karan y Vidhi se vieron cinco veces antes de comprometerse. Todo pasó muy rápido desde que él regresó a su ciudad, Bombay, luego de terminar su posgrado. A sus 26 años, no tenía prisa de volver a casa.
Cuando llegó a India, Karan le pidió a su familia tiempo para reencontrarse con sus amigos y empaparse del negocio familiar, una exitosa empresa de logística en la que él trabajaría.
300 hojas de vida matrimoniales
Le dieron el espacio mientras los padres armaban y ponían a circular la hoja de vida matrimonial con la cual el menor de la familia iba a marcar el paso hacia la etapa de conquista, cuyo desenlace sería, inevitablemente, el matrimonio.
La hoja de vida matrimonial es una carta de presentación que suelen hacer los padres en India con los datos biográficos de los hijos: lugar y hora de nacimiento; casta; pasatiempos; el nombre y educación de los abuelos, papás, hermanos, cuñados y tíos; los negocios de la familia; y hasta el carácter de los candidatos.
El aspecto físico también es importante, por lo que no puede faltar una foto reciente, estatura, contextura y tono de piel.
La de Karan mencionaba su colegio en India, sus estudios de administración de empresas en Nottingham, Reino Unido, y su maestría en la Universidad de Babson, en Boston.
"Delgado, inteligente y de tez clara", señalaba el documento, "sus pasatiempos son bucear, viajar y leer."
Su padre, Vijay Kumar Gupta, la envió a una de las muchas agencias profesionales de matrimonio de India que, cruzando la información de miles de personas a lo largo y ancho del país, encuentran compatibilidades usando bases de datos que Tinder envidiaría.
Entre padre e hijo revisaron más de 300 hojas de vida de aspirantes a llevarse el corazón de este galán.
Las familias en India de todos los niveles sociales creen en los matrimonios arreglados por su efectividad.
De hecho, según el análisis del censo hecho por el economista Suraj Jacob y la antropóloga Sreeparna Chattopadhyay en 2016, el2,4% de los matrimonios termina en divorcio en India, un porcentaje mucho menor que el de países en donde las parejas se escogen por motivos románticos.
Pero esto no significa que sean uniones felices. De hecho, puede que no todas las mujeres informen sobre el divorcio debido al estigma asociado a este estado civil en India, especialmente en las regiones más conservadoras del país.
Karan tuvo 22 citas. Fue a tomarse un té con las candidatas de Bombay, a otras las conoció por Skype y en una ocasión viajó a Bangalore, a casi 1.000 kilómetros, a conocer a una joven. Pero las cosas no prosperaron. Hasta que llegó Vidhi, la número 23.
En junio de 2018 empezaron a chatear y dos semanas después Karan viajó a Calcuta, la ciudad de Vidhi, para conocerla en persona. Un buen café llevó a otra cita, una que otra conversación telefónica y un par de encuentros más. "Fue la primera mujer que consideré para el matrimonio", aseguró.
Vidhi practicaba el hinduismo; pertenecía a la casta Agarwal, la misma de los Gupta; era de un nivel socioeconómico similar; y compartían valores de crianza.
Su hoja de vida también era ganadora.
Fue a la Universidad en Savannah, Estados Unidos, luego volvió a India a trabajar para un importante diseñador de modas y ahora dirige su propia marca de ropa sostenible.
Sus pasiones: cantar, viajar y escribir un blog sobre moda.
Pero lo que cerró el trato fue el horóscopo.
Esta práctica, que consiste en cruzar las cartas astrales de dos candidatos a matrimonio, es ampliamente utilizada en el país.
Un astrólogo hizo la prueba teniendo en cuenta aspectos como progenie, longevidad, compatibilidad emocional, física y sexual de los dos.
Si se obtiene un puntaje de más de 20 sobre 36 se considera compatible. Más de 28, asegura un matrimonio feliz.
Vidhi y Karan sacaron 34 puntos. Era una unión celestial.
"Las mejores intenciones"
Pronto la familia Balasaria empezó a preguntar por el joven que pretendía a Vidhi. Al fin y al cabo es la mujer quien se va de casa a vivir con la familia del hombre.
Karan entonces los invitó a un almuerzo en Bombay, en donde el papá de Vidhi aprovechó para preguntarle a Karan sobre su trabajo, aspiraciones y, claro, intenciones.
Él le aseguró que tenía las mejores.
"Hay personas que con solo unas horas de conocerse, ya saben que son compatibles. No fue mi caso", dijo Karan.
Se atraían, se divertían, tenían ganas de iniciar una vida juntos y contaban con el visto bueno de las familias y el cosmos.
Pero era, tal vez, la decisión más trascendental.
Un día, con un arrojo poco usual en las mujeres indias, Vidhi lo llamó y le dijo que lo escogía a él para compartir el resto de su vida.
Él todavía no estaba seguro, pero prometió darle una respuesta pronto.
Unos días después, ella finalmente recibió la llamada:
"Me quiero casar contigo", dijo Karan.
"¿¡Estás seguro!?", preguntó Vidhi.
"Completamente", afirmó.
Tuvieron seis meses para preparar la boda y conocerse mejor.
No sabían si eran el uno para el otro. Lo que sí sabían era que había vocación nupcial.
"No conozco el amor, pero tengo todas las ganas de conocerlo con Vidhi", dijo Karan.
La fiesta se celebraba a unos cuantos metros de un barrio de casas de lata, en un fastuoso hotel de Jaipur lleno de jardines y palacetes en los que se perdían los invitados.
Es que la conocida como "la ciudad rosada", la capital del estado norteño de Rajastán, es un resumen de la India: contrastes que se pierden en la cotidianidad, el caos de los pitos de los automóviles y tuk tuk,y las calles llenas de gente vendiendo enseres y comida.
La inclemente temperatura del día cedió finalmente ante la brisa agradable de la tercera noche de ceremonias, comida, baile, vibrantes colores y rituales.
A las tres de la mañana, hora propicia para la unión de acuerdo con la carta astral de los futuros cónyuges, la luna se asomó, como buen presagio, alumbrando a los dos novatos que salieron de la mano al mundo aferrados a la esperanza del amor.