BASTOÑA, Bélgica.- El soldado Arthur Jacobson se parapetó detrás de un tanque que avanzaba lentamente por las colinas boscosas de las Ardenas en Bélgica mientras sentía el zumbido de las balas.

Desde allí vio morir a su mejor amigo, abatido por un francotirador. “No pueden darme, gritó”, relata Jacobson. “Fueron sus últimas palabras”.

El recuerdo de su peor día en la Batalla de las Ardenas todavía abruma a este hombre 95 años, tres cuartos de siglo después, durante su primera visita al sitio donde se libraron los combates desde la guerra.

Las inmaculadas filas de lápidas blancas sobre los restos de soldados estadounidenses enterrados aquí lo retrotraen a los días en que los estadounidenses se jugaron sus vidas por una causa del otro lado del océano.

La batalla con temperaturas heladas en el frío invierno de 1944 fue despiadada.

Lo que Jacobson no sabía es que era parte de un esfuerzo por contener la última gran ofensiva de Adolf Hitler, quien esperaba inclinar la balanza a favor de Alemania obligando a Estados Unidos y a Gran Bretaña a negociar una paz y permitiendo a los alemanes enfocarse en el rápido avance de sus tropas por territorio ruso.

VINIMOS A CAMBIAR LAS COSAS

La Batalla de las Ardenas “es probablemente la más memorable en la historia militar de Estados Unidos”, según el centro histórico del ejército estadounidense.

Jacobson lo comprendió mucho después.

“No nos habían dicho nada”, relató. “Solo que los alemanes estaban atacando por Bélgica y que teníamos que hacer algo al respecto”.

De la nada, en el amanecer del 16 de diciembre de 1944 unos 200 mil soldados alemanes contraatacaron por Bélgica y Luxemburgo, asestando duros golpes a soldados estadounidenses fatigados por la guerra, que defendían un terreno ajeno para ellos, muy familiar para los alemanes.

Los norteamericanos, no obstante, de algún modo frenaron la ofensiva e hicieron retroceder a los alemanes. Fue el principio del fin para los alemanes. La guerra terminó cinco meses después.

La batalla se hizo famosa no tanto por las tácticas de los jefes militares sino más bien por el valiente desempeño de pequeñas unidades con problemas de comunicación, que pelearon hombro a hombro para impedir el rápido éxito que tanto necesitaba Hitler. Los estadounidenses se las ingeniaron para demorar el avance inicial de los alemanes.

Todo el fin de semana un puñado de veteranos de combate como Jacobson serán homenajeados por la gente de la zona por su valor. Realeza, dignatarios y algunos jefes de gobierno se darán cita en Bastoña (Bélgica) y en Hamm (Luxemburgo) el lunes para conmemorar la batalla.

NO NECESITO CORBATA

La batalla duró un mes y se cree que hubo miles de muertos. Los estadounidenses sufrieron 10.000 muertes y hubo 70.000 heridos, mientras que Alemania sufrió unas 100.000 bajas, incluidos 12 mil muertos.

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Entre los caídos estuvo Albert W. Duffer, quien estaba a cargo de una bazuka junto con Jacobson. Recibió un balazo en el cuello de un francotirador. El martes pasado Jacobson visitó la tumba de Duffer por primera vez en 75 años en el Cementerio Estadounidense Henri Chapelle, donde están enterrados 7.987 soldados norteamericano.

La Batalla de las Ardenas fue uno de los episodios de la guerra más imprevisibles. Después del desembarco del Día D y de una agotadora campaña en Normandía, las tropas aliadas que se esparcían por distintos países de Europa pensaban que lo peor ya había pasado.

París había sido liberada, el general George Patton se dirigía al este, hacia Alemania, y Hitler tenía que cuidarse de los soldados de Stalin, que avanzaban por el Frente Oriental.

“Se pensaba que Alemania estaba de rodillas y que no podía amar una fuerza grande”, dijo Mathieu Billa, director del Museo de Guerra de Bastoña.

Hitler, sin embargo, pensó que todavía podía revertir la situación y decidió recuperar el puerto de Amberes, al norte de Bélgica, avanzando por las Ardenas, una región escasamente poblada.

Los militares aliados escucharon rumores de que se podía estar preparando algo, pero en la víspera de los primeros ataques alemanes nadie preveía nada.

En los días siguientes se decía que los estadounidenses se replegaban y que los alemanes estaban ejecutando prisioneros, como los 80 soldados asesinados en Malmedy después de rendirse.

Cuando Jacobson llegó a las Ardenas, la temperatura de noche era de -20 grados Celsius (-4 Farenheit).

En Estados Unidos mucha gente no prestaba atención a lo que estaba pasando. “Mi familia me mandó una corbata”, dijo Jacobson. “Les escribí explicándoles ‘no necesito una corbata`”.

¡NI LOCOS!

La osada empresa alemana no prosperó. No pudieron capturar Amberes, se quedaron sin municiones, con la moral baja y, lo que fue crucial, sin combustible. Hasta el clima lo tuvieron en contra. El cielo se despejó y los aliados pudieron bombardear al enemigo.

En ningún sitio se hizo tan evidente el cambio de rumbo de la guerra como en Bastoña, en las Ardenas, donde soldados estadounidenses quedaron rodeados y con poca comida y municiones.

Cuando el brigadier general estadounidense Anthony C. McAuliffe fue conminado a rendirse o a ser totalmente aniquilado el 22 de diciembre, respondió con la famosa frase: “Ni locos”.

Cuatro días después, las fuerzas de Patton rompieron el cerco y a los alemanes se les vino la estantería abajo.

Jacobson, quien vive en Port St. Lucie, Florida, llegó a Alemania. Pero el 2 de marzo cayó un mortero cerca suyo y sufrió serias heridas en una pierna. De todos modos, tuvo suerte. Tres de sus compañeros murieron.

Después de pasar ocho meses en el frente de batalla, viendo horrores, el hospital representó una especie de liberación que alejó los dolores.

“Me despertaba a la noche en el hospital. Soñaba con que teníamos que partir a la noche”, relató. “Llovían las órdenes. Y de repente me despertaba, miraba a mi alrededor, me daba cuenta de dónde estaba, y me volvía a dormir”.

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