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Ser sometido a un juicio político es lo peor que le puede pasar a un presidente estadounidense, a menos que se llame Donald Trump.
No hay duda de que convertirse en el tercer mandatario en la historia de Estados Unidos en ser acusado en el Congreso lo lastimará personalmente.
El magnate de las bienes raíces y exestrella de telerrealidad se obsesiona por su imagen más que cualquier otro líder que haya pasado por la Casa Blanca. Su nombre es literalmente una marca que se vende por millones de dólares en todo el mundo.
Pero por otro lado, el republicano adora una buena pelea. Y un proceso de destitución es el equivalente a los Juegos Olímpicos de los enfrentamientos en Washington.
"Este momento es [perfecto] para una persona como él", dice Rich Hanley, académico de comunicaciones en la Universidad de Quinnipiac.
Se espera que los demócratas de la Cámara de Representantes voten para destituir a Trump, probablemente el martes, por abuso de poder y obstrucción del Congreso. Después, y como bien sabe el presidente, su Partido Republicano que controla el Senado, votará para absolverlo.
Lo más seguro es que el resultado sea tan predecible como uno de esos absurdos combate de lucha libre que a Trump siempre le han gustado.
Lo que lo hace un escenario perfecto para este hombre del espectáculo.
En primer lugar puede demonizar a sus oponentes, lanzando palabras como "traición", "ladrón", "loco" y "enfermo". Luego podría convertir todo el asunto en un anuncio de campaña para su reelección en 2020.
Trump, inmune al escándalo
Desde Andrew Johnson, quien fue acusado en 1868, ningún presidente ha disfrutado exactamente la notoriedad.
Richard Nixon renunció antes de ser acusado, mientras que Bill Clinton luchó con vehemencia para evitar ser condenado por el Senado en 1999.
El expresidente Richard Nixon (AP)
Pero Trump, un veterano de los escándalos, está listo para ser puesto a prueba.
Después de todo, ya ha salido a flote de acusaciones de agresión sexual y otras conductas indebidas de una veintena de mujeres a lo largo de los años.
Resistió una investigación de dos años realizada por un fiscal especial que intentó determinar si había obtenido ayuda electoral de los agentes rusos de manera intencional o no.
Ha descartado las acusaciones de usar su oficina para beneficiar a su imperio inmobiliario, incluyendo alojar al personal de la Fuerza Aérea en su campo de golf escocés y al vicepresidente Mike Pence en su resort irlandés.
A diario insulta groseramente a sus oponentes, suelta palabrotas en público y dice tantas mentiras y exageraciones que los verificadores de datos apenas pueden seguirle el ritmo.
Y la lista sigue. Como el mismo dijo en 2016: "Podría pararme en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería ningún votante".
Su propio drama
El juicio político de Clinton que surgió de su aventura con una pasante de la Casa Blanca fue especialmente desagradable: un programa de terror televisado que manchó por siempre la reputación del popular demócrata.
Pero esos días parecen casi inocentes en comparación con un proceso centrado en Trump, sobrealimentado por Twitter, una cobertura de televisión politizada y un presidente ansioso por protagonizar, producir y dirigir su propio drama.
Lejos de achicarse, Trump realiza mítines para movilizar a su base, denunciando una "caza de brujas" en su contra. Tuitea su indignación docenas de veces al día, a veces más de 100 veces.
"Nixon y Clinton se mantuvieron en gran medida al margen. Trump se ha metido en el medio en repetidas ocasiones", dijo Allan Lichtman, distinguido profesor de Historia en la American University.
Es una táctica de alto riesgo y alta ganancia que calza con el enfoque de Trump hacia Washington. Tras desobedecer toda norma, Trump ahora está haciendo lo mismo para la destitución, dijo Lichtman, dejando a su partido sin otra opción que defenderlo hasta el final.
"La verdadera razón por la que los republicanos tienen que defender a Donald Trump es que lo único que les queda es Donald Trump".
Por lo que Washington puede estar en caos, pero Trump aún resiste. La última encuesta, de Quinnipiac, lo posiciona con 43% de aprobación.
Incluso si ese es el peor puntaje para un presidente en esta etapa de una administración en muchas décadas, es la mejor cifra personal de Trump.
El juicio político "es algo muy triste para nuestro país", dijo la semana pasada. "Pero parece ser muy bueno para mí políticamente".