Apenas una semana después del peor atentado terrorista en Nueva Zelanda, que cobró la vida de 50 fieles musulmanes en la ciudad de Christchurch, un mundo estremecido acepta la cruda realidad de los extremistas de derecha, aunque el racismo y el supremacismo blanco se encuentran en las raíces de la colonización occidental en el Pacífico sudoriental.
El largo periodo de desarrollo económico disfrutado por Australia y Nueva Zelanda desde fines del siglo XIX—hoy ambos países se cuentan entre los primeros respecto a los indicadores sociales y calidad de vida—virtualmente ocultó las extensas masacres y violaciones a los derechos humanos cometidas por los colonos británicos y los subsecuentes gobiernos locales contra los pueblos nativos.
Es bien sabido en la historia que Australia se incorporó a la corona británica como una colonia penal, pero no existe un reconocimiento oficial en Canberra, la capital federal de la vasta isla oceánica, de que los niños aborígenes fueron arrancados de sus familias para ser colocados en “hogares” y después ser obligados a trabajar hasta los años 80.
Sus salarios y ahorros eran mantenidos en “fondos” por el gobierno y luego robados.
El aumento de la inmigración asiática llevó a John Howard—primer ministro entre 1996 y 2007—a promover su programa One Australia (“Una Australia”), a restringir el acceso a los recursos sociales y desplegar el ejército en las comunidades aborígenes del Territorio Norte con fines electorales, en una política que causó hambruna y fue considerada racista por Naciones Unidas.
Las cosas no cambiaron después de Howard, por cierto un entusiasta socio de George W. Bush en la invasión de Irak en 2003, utilizando las mismas mentiras sobre las “armas de exterminio masivo” en manos de Bagdad.
Al contrario, destaca el portal australiano New Matilda, las administraciones “de izquierda” de los laboristas Kevin Rudd y Julia Gillard calificaron a los solicitantes de asilo como “migrantes ilegales” y culparon a los aborígenes de su pobreza, mientras que el premier liberal Tony Abbott llegó al poder con la consigna electoral “alto a los barcos”.
El ministro de inmigración de Abbott y actual líder australiano, Scott Morrison, fue el arquitecto de los campos de detención indefinida de la isla Manus (Papúa Nueva Guinea) y de Nauru, donde cientos de personas interceptadas en el mar han sido internadas.
Por ello, no es de sorprender que el senador Fraser Anning, blanco del huevazo de un joven manifestante el sábado pasado, declarara tras el atentado en Christchurch que la inmigración de “fanáticos musulmanes” es la responsable de la matanza.
Solución final
En su discurso inaugural en la Cámara alta en 2018, Anning convocó a una “solución final” para la inmigración.
Fue miembro de One Nation ("Una Nación"), partido extremista dirigido por Pauline Hanson, quien aseguró hace dos décadas que Australia era inundada por asiáticos y ha declarado, en su regreso al Parlamento, que el país ahora está siendo “inundado por musulmanes”.
Sin importar que el Islam no es una de las cinco principales religiones de Australia, Rupert Murdoch, el poderoso dueño de un imperio mediático que incluye a Fox News, tuiteó en 2015 luego del mortífero ataque a la revista Charlie Hebdo en París que “quizá la mayoría de los musulmanes es pacífica, pero hasta que reconozcan y destruyan su creciente cáncer yijadista deben ser hechos responsables”.
La situación es diferente en Nueva Zelanda, conocida informalmente como Aotearoa o “Tierra de la larga nube blanca” en maorí, donde la existencia y resistencia de una amplia población nativa que sobrevivió a la primera etapa del dominio colonial—la entrada de enfermedades y de armas de fuego contribuyó a su declive en 40%—influyó notablemente en el surgimiento de una sociedad más plural.
Sin embargo, las Guerras de Nueva Zelanda en las décadas de 1860 y 1870 se tradujeron en la pérdida y confiscación de tierras maoríes.
Durante el siglo XX se desarrolló un movimiento de protesta maorí, que criticó al eurocentrismo e impulsó el reconocimiento cabal de la cultura nativa, así como del Tratado de Waitangi, suscrito en 1840.
En 1975, el Tribunal de Waitangi se creó para investigar las violaciones al Tratado y en 1985 se le dotó de autoridad para indagar agravios históricos.
La comisión de derechos humanos del país ha señalado que existen evidencias claras de que la discriminación estructural de los maoríes, pasifika y otras minorías es clara y contínua.
En este contexto, Christchurch—la mayor ciudad del la Isla Sur, con casi 400,000 habitantes—ganó prominencia en los últimos 40 años como un semillero de grupos derechistas atraídos por su tradición de la “Gran Bretaña del Pacífico Sur”, según sociólogos locales.
El terremoto de 2011 que mató a 185 personas de 20 países en Christchurch fue el marco de la mayor “marcha del nacionalismo blanco” en la historia neozelandesa un año más tarde, al igual que de la aparición de un movimiento militante explícito que explotó la globalización de la llamada “derecha alternativa” y de grupos neonazis como Atomwaffen Division.
No hay duda de que dichos grupos han encontrado inspiración política en el presidente Donald Trump de Estados Unidos, quien ha exhibido repetidamente su simpatía por la “gente muy fina” que desató disturbios en Charlottesville, Virginia, durante el mitin "Unite the Right" (“Une a la Derecha”) de 2017, además de tratar de prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos.
Trump ha llamado a los migrantes mexicanos “vendedores de drogas”, “criminales” y “violadores”, y provocó una crisis constitucional debido a su absurda obstinación con el muro fronterizo.
En 2016, Estados Unidos y sus estados clientes Ucrania y Palau fueron los tres únicos países que votaron en contra de una resolución del Comité de Derechos Humanos de la ONU que condenó glorificar al nazismo y otras prácticas que contribuyen a alentar el racismo y la xenofobia.
Otro sustento ideológico significativo puede hallarse en activistas como el escritor francés Renaud Camus, autor de la teoría “El gran reemplazo” que el terrorista australiano Brenton Tarrant empleó como título de su “manifiesto”, cargado en la red antes de atacar dos mezquitas en Christchurch.
Camus, convicto en 2015 por incitar al odio y la violencia contra los musulmanes, afirma que las poblaciones nativas de Occidente son reemplazadas con migrantes por las cúpulas políticas y empresariales, que despojan a las naciones europeas de su “herencia cultural”.
Convenientemente, ignora el inmenso daño causado por siglos de imperialismo y colonialismo a los países en desarrollo africanos, asiáticos y latinoamericanos que ahora son acusados de exportar “inmigrantes ilegales”.
Editado por Sofía Danis
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