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El Paso, Texas
En un desafío a las políticas migratorias del presidente estadounidense, Donald Trump, miles de migrantes y sus familias participan en eventos en los que se abrazan por unos minutos en la frontera de Estados Unidos con México e insisten en que las muestras de afecto son más fuertes que un muro.
“Fueron tres minutos en los que deseaba impregnarme de su aroma, quería dejarle saber cuánto lo amaba, que seguía pensando en él, quería decirle que algún día íbamos a estar juntos, pero no pude, dentro de mí no sabía si eso iba a poder ser realidad algún día”, cuenta Gabriela Castañeda a EL UNIVERSAL, al momento de abrazar a su esposo Adrián Hernández, después de cuatro años de no haberlo visto porque fue deportado a Ciudad Juárez, Chihuahua, por ser indocumentado.
Gracias al evento Abrazos, no Muros, el pasado 13 de octubre pudieron reunirse 250 familias separadas en los límites entre El Paso, Texas, Sunland Park, Nuevo México y Ciudad Juárez, Chihuahua.
“Es la sexta vez que nos permiten —las autoridades de Inmigración y Control de Aduanas (ICE)— abrir esta puerta para que familias se reúnan por unos cuantos minutos”, comenta Gabriela, quien es la coordinadora de registro en el grupo Border Network for Human Rights (BNHR), que hace posible el encuentro.
“Este evento es un acto de amor y de protesta. Estamos en desacuerdo con las deportaciones y la separación de familias y seguimos luchando por una reforma migratoria que legalice a los millones de indocumentados que vivimos en este país”, dice.
“Mi esposo trabajaba en la construcción, su único problema con la ley es que lo habían deportado varias veces y siempre había logrado reingresar. Por eso estuvo varias veces en la cárcel, una vez estuvo seis años y la segunda cuatro, hasta que le dijeron que si reingresaba lo meterían 10 años”, cuenta Gabriela.
“Actualmente yo no puedo salir [de EU] y aunque nos queremos mucho, no sé si él va a poder aguantar hasta que yo logre tener mi residencia legal (...). Mis hijos cruzan cada fin de semana a Ciudad Juárez a verlo, pues son ciudadanos estadounidenses. No sé si cuando yo pueda salir mi esposo seguirá esperándome”, añade.
Las veces que Adrián estuvo encarcelado Gabriela tuvo que buscar la forma de salir adelante: “Yo no encontraba trabajo en ningún lado, aquí en El Paso es muy difícil conseguir empleo para una mujer sin documentos. Mis hijos pasaron frío y hambre, pero lo que más les afectó fue la ausencia de su padre”.
Gabriela recuerda no había día en que su hija, entonces de cuatro años, no le preguntara por su papá. Ella le decía que se había ido a California para trabajar y poder comprarle todos los juguetes que siempre había querido. La niña se contentaba con esa historia por un rato, pero un día le dijo “mami, dile a mi papá que venga, que ya no quiero los juguetes”, lo cual le partió el corazón a Gabriela.
En 2007, Adrián fue detenido por un sheriff por conducir 5 millas encima de la velocidad establecida y terminó deportado.
En 2013, una vecina de la familia le llamó a migración y les hizo saber que el mexicano estaba otra vez indocumentado en el país. Agentes de ICE fueron a buscarlo a su casa y Adrián tuvo que entregarse.
“Mi hija ya tenía 11 años y estaba presente cuando sucedió eso, nos abrazamos por última vez y empezamos a llorar, no queríamos soltarlo, pero tuvimos que hacerlo y se lo llevaron”, narra Gabriela.
Eventos como Abrazos, no Muros han ayudado a miles de personas a reencontrarse y, por lo menos, abrazarse un momento.
“La separación familiar es una historia que se repite miles de veces en Estados Unidos, es la causa de familias rotas y de sufrimiento. No somos criminales, somos gente que ama y por ese amor dejamos nuestro país, amigos y el corazón en nuestras comunidades para poder ir en búsqueda de mejores oportunidades”, finaliza Gabriela.