San José.— “Me quemó el cuerpo, pero no el alma”.

Así, contundente, valiente y decidida, la colombiana Natalia Ponce de León, de 39 años, oriunda de Bogotá, repasa el drama que el 27 de marzo de 2014 cambió su vida, al ser víctima de un sorpresivo ataque con un litro de ácido sulfúrico. Jonathan Vega, el agresor, se obsesionó con Natalia y la atacó, pero ahora purga 20 años de prisión por intento de homicidio agravado.

Natalia está al corriente de lo ocurrido a varias mexicanas que este año sufrieron ataques con ácidos en México. “Mi recomendación es no callar”, dice, en una entrevista telefónica con EL UNIVERSAL desde un país que, con Paquistán y Bangladesh, está entre los que registran más ataques similares cada año.

Ella creó una institución —la Fundación Natalia Ponce de León— que es un centro de referencia, debates y análisis sobre un fenómeno cuyo saldo es demoledor. Natalia se sometió a más de 20 intervenciones quirúrgicas. Vega se hizo pasar como exnovio de Natalia y la engañó. En una visita a su madre en un edificio en Bogotá, hizo que ella bajara al primer piso y la atacó de sorpresa. Huyó. Los pedazos de piel caían, mientras Natalia subía a buscar auxilio.

Datos de la fundación mostraron que Colombia registró 151 agresiones con químicos de 2016 a 2018, con 18.13% de víctimas con edades de 15 a 19 años y en porcentajes iguales de hombres y mujeres. El 12.33% de los agresores fue una pareja o expareja, mientras que 67.12% carece de relación familiar con la víctima y 32.88% sí tiene nexo de pariente.

¿Cuál es el impacto de este tipo de agresión?

—Afecta la salud mental, daños físicos muy profundos y afecta la parte económica de una persona. El daño psicológico no es sólo para la víctima. Éste lo sufren la familia, los amigos y los allegados.

¿Cómo ayuda la fundación para enfrentar estas situaciones?

—Damos préstamos, asistencia y acompañamiento a los sobrevivientes. Tenemos contacto con las personas afectadas que quieren recibir este seguimiento. Somos el puente entre éstas y el Estado. Hay una ley de 2016, se llama Natalia Ponce de León, que eleva las penas de 30 a 40 años, dependiendo del daño físico, y que convierte los ataques con ácido en un delito autónomo entre la categoría de lesiones personales.

Luchamos para que se cumplan esa ley y otros [instrumentos jurídicos] tanto en salud como en justicia. El Estado debe dar protección y en salud proveer todo completamente gratis, ininterrumpido e inmediato.

La Fiscalía General de la Nación debe capacitar a fiscales con el protocolo que se trabaja con la fundación, un protocolo de investigación y judicialización de ataques con agentes químicos. Hemos ayudado a 72 sobrevivientes de atentados con químicos para que el Estado no les vulnere sus derechos en salud, justicia e inclusión social y laboral.

En su experiencia, ¿cuál es su consejo para las víctimas?

—Hay que reconocer que violencia no es sólo un golpe. Existe violencia económica, física, verbal y sicológica. Mi recomendación es no callar, no tener miedo y buscar ayuda. El silencio es la peor violencia.

En Colombia la ley no se implementa y por eso siguen ocurriendo estos ataques. Hasta que el Estado y la sociedad no se unan, la impunidad seguirá igual frente a la rabia y la resistencia de una sociedad al ver que las leyes están en papel y no se cumplen.

¿A qué atribuye estos ataques?

—Los ataques con químicos son un tema de machismo patriarcado, en los que el hombre ve a la mujer como un objeto de posesión y al ser rechazado no buscan matar a la mujer, sino destruirla en vida para siempre, causándole un daño muy profundo a todo su entorno familiar, social y personal. Siempre lo he dicho: es una muerte en vida.

Hay que trabajar fuerte en la prevención para evitar que siga pasando esto en el mundo, y esta prevención empieza en casa, que es donde comienzan las violencias, trabajar por la equidad de género.

¿Qué piensa sobre su agresor?

Jonathan Vega, mi agresor, está en la cárcel pagando 20 años por intento de homicidio agravado. La ley no es retroactiva, así que no cubre ningún caso de 2016 para atrás. No es mi exnovio, no lo conozco. Se obsesionó conmigo y me atacó. Me quemó el cuerpo, pero no el alma.

Me convertí en una mujer más fuerte, saqué mis alas y ahora vuelo muy alto, gracias a la perseverancia, el no parar, el no perder la fe y la esperanza, el amor de mi familia y del mundo, y haber perdonado mi alma de tanta rabia, odio y venganza que sentí. Jonathan Vega no fue mi amigo, nunca fue mi novio.

Lo vi dos veces en mi vida cuando era una adolescente de 17 años y me atacó cuando tenía 33. Un stalker que tiene problemas de violencia desde que nació.

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