Hombre de pocas sonrisas y opiniones extremas para problemas estructurales en Brasil, el ex militar Jair Bolsonaro será el próximo presidente de Brasil. Un político con un discurso radical y controvertido que ilusiona a parte de la población y asusta a la otra.
“Tenemos dos opciones: el cambio y la prosperidad, o la monotonía de los que arruinaron, asaltaron y llevaron a Brasil al caos y a la violencia”, señaló Bolsonaro a través de sus redes sociales, que usó durante más de mes y medio de campaña para evitar participar en debates televisivos y restringir sus ruedas de prensa.
Este hombre de 63 años, nacido en Sao Paulo y padre de diputados que sostienen las mismas ideas de extrema derecha para resolver cuestiones como la desigualdad, la criminalidad o la corrupción, se impuso en la segunda vuelta electoral celebrada ayer.
Afiliado a un partido minúsculo que logró ser el segundo más votado en el primer turno electoral, el Partido Social Liberal (PSL), este hombre que mide más de 1.85 metros de altura es considerado como un Mito entre sus seguidores por ser un regenerador de una clase política sin credibilidad por la corrupción.
Sin embargo, sus exabruptos y salidas de tonos misóginos, así como su revisionismo histórico (niega que la colonia portuguesa promoviera la esclavitud en Brasil y rechaza que hubiera una dictadura militar tras el golpe de 1964), le han valido al diputado etiquetas como la de “fascista” o “racista”, que atemorizan a parte de la sociedad que ve en él un retorno a valores de la dictadura.
Hace apenas dos meses tenía dificultades para tener interlocutores de peso, y los políticos de los partidos tradicionales temían tomarse la foto con este ex capitán que exalta torturadores de la dictadura militar (1964-1985), ante la percepción —equivocada— de que no pasaría de 20 por ciento en las encuestas.
Por el contrario, en una campaña en la que por primera vez no hubo donaciones empresariales para candidatos y, por lo tanto, los gastos fueron más moderados, Bolsonaro afianzó, por medio de redes sociales, su imagen de hombre incorruptible, de orden y tradición, con un discurso centrado en atacar al ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva y al Partido de los Trabajadores (PT).
El atentado que sufrió el 6 de septiembre pasado, y que casi le costó la vida, disparó su candidatura entre las clases medias y bajas que aún no conocían a este hombre que tiene hoy el apoyo de la mayoría del país, el de los grandes productores agrícolas, así como el de los evangélicos.
Su proyecto político es una verdadera incógnita, pues se ha desdicho en varias cuestiones como la salida de Brasil del Acuerdo de París, solventar problemas estructurales por la vía rápida, autorizar a civiles la portación de armas para combatir el crimen, privatizar activos estratégicos estatales para reducir el déficit y reactivar la economía.
“Ya tenemos media cinta presidencial en la mano”, dijo Bolsonaro hace unas semanas, cuando las encuestas le daban 18 puntos de ventaja.
En los últimos días, mientras su intención de voto caía de cara al segundo turno electoral, admitió; sin embargo, que la elección “no estaba ganada”. Anoché lo logró.