an José.- Parece un rito de pavor en un momento de sobrecogimiento que estremece en un decorado de panteón gris.
En una cita puntual sin miedo, una costumbre que se diluye y pierde entre los nicaragüenses es acudir la noche del Día de Muertos a las necrópolis a quedarse a dormir con sus difuntos en vez de solo ir a orarles y dejarles flores, bebidas, comidas o fotografías.
En una inusual devoción de amor, todavía algunos nicaragüenses—serenos, con sigilo y a la intemperie—deciden quedarse a dormir al lado de las tumbas de sus seres queridos, en un extraño culto con cada vez menos seguidores entre las nuevas generaciones.
Historiadores nicaragüenses narraron que la población visita a sus difuntos el Día de los Muertos y en la víspera. La tradición es llevar flores y hay responsos, que son oficios religiosos en los cementerios por la salvación de los fallecidos. También llegan músicos a interpretar música sacra. Las tumbas se limpian y pintan el día anterior.
La visita transcurre en medio de ventas de comidas típicas. Hay buñuelos, dulce de masa molida de maíz o de yuca bañado con miel negra, y “bien-me-sabe”, una preparación con plátano maduro y mieles. También se venden panes de coco, leche de burra y tamal relleno de maíz molido con dulces y queso.
Un trabajador nicaragüense decora una tumba en un cementerio de Nicaragua, en una costumbre de la víspera del 2 de noviembre para conmemorar el Día de los Muertos. ((Fotografía de La Prensa, de Managua)