Ricardo Anaya trastabilla de puesto en puesto, se abraza de las personas y una que otra se mira como diciendo, ¿quién es? Escogió un mal día y lugar para mezclarse con la gente: Domingo de Resurrección en la iglesia de San Juan de los Lagos, en Jalisco. Todo aquí es sinónimo de familia y religiosidad, “mire el recuerdito”, “lleve la crucecita”; para la mayoría éste es un peregrinaje apolítico, y se nota.

La Plaza de las Armas es el eje de un éxodo de creyentes, no de votantes.

Todos miran hacia la iglesia de la Virgen de San Juan de los Lagos. Una veintena a ritmo de batucada, acompaña al candidato de PAN-PRD-MC que decidió visitar a los comerciantes en su primer acercamiento con no militantes.

Anaya prueba cajeta, y quienes le acompañan le preguntan —le gritan— insistentemente: “¿Está rica?”. “Lo está”, responde y le vitorean. Traen su propia fiesta —“ya llegó, ya está aquí, el que va a sacar al PRI”—, son jóvenes de camisetas blancas con el logotipo del PAN a la altura del corazón que llegaron en camiones y autos particulares para “hacer el ambiente”.

Lo logran en un perímetro tan corto que no pareciera que, en unos minutos, un candidato a la Presidencia va a dar un discurso en el centro de la plaza, en donde ya lo esperan los seguidores de mayor edad.

También son pocos, no más de 25, si no fuera por las camisetas y playeras con logotipos que les han obsequiado, se perderían entre los que buscan la foto con un caballo de plástico o quienes compran nieve para engañar a los 30 grados.

Algunos optan por comprar pollo rostizado y tacos que comen rápido en lo que el candidato acaba su recorrido por los puestos. Mientras el sol arrecia y un mariachi toca para pocos en un templete que recibirá al candidato.

Más tarde, en Celaya, se deja ver el músculo de los partidos. Falló el sonido y hubo un sol impetuoso.

Anaya Cortés pide que en días difíciles se piense en los hijos. Aquí le brindan aplausos al suyo, Mateo, que cumplió 8 años, mientras su padre busca llegar a la Presidencia.

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