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Pese a una derrota que a esas horas lucía abrumadora, los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador soltaron y hasta pasearon al tigre, ése que el tabasqueño amagó con no amarrar en caso de un fraude. Lo pasearon no en actitud retadora, sino en tono de fiesta.
Se trata de una estructura parecida a los dragones chinos; un tigre de manta sostenido por varas de madera, en cuyas entrañas sólo hay voluntarios que se menean al ritmo de la música.
A unas cuadras del Hotel Hilton, donde López Obrador daba su primer discurso después de conocer los resultados del conteo rápido del INE que le daban la victoria, centenares acudieron a gritar, a reír, a cantar lo que hace 12 años no se había podido. Todo servía para hacer ruido, para hacer estruendoso un rugido: "¡AMLO! ¡AMLO!"
Esta noche sólo había una regla, no parar de brincar. Y todos se dejaron llevar por ese pacto no dicho. Los niños pitaban la corneta y las señoras de la tercera edad bailaban. Una de ellas no dejaba de gritar que la victoria de Obrador era “su mejor regalo de cumpleaños”.
“Nada más vimos que este arroz ya se coció y tomamos la llaves de la camioneta, venimos desde Tlalnepantla. Le dijimos a los vecinos y todos apretados corrimos para acá”. Y es que, sin conocerse, todos parecían viejos amigos, camaradas que por mucho tiempo estuvieron distanciados pero tenían atorada la misma sensación en la boca del estomago.
Frente al Hilton se desplegó una bandera gay de 10 metros de largo. No faltó el que llevó su playera de la Selección y hasta la del Cruz Azul. El Cielito lindo se volvió el único lenguaje de las distintas comunidades sociales que esperaban ver al tabasqueño.
Pasadas las 11 de la noche Obrador se pronunció y a cada frase que dictaba la gente le aplaudía, como en el estadio de futbol cuando el marcador es por goliza y la barra disfruta corear cualquier pase con un “olé”. El partido electoral había acabado pero la fiesta en el Centro de la Ciudad de México apenas comenzaba.
La bestia, el tigre, ya estaba suelto por la Alameda. Sí que era bravo, pero sabía que aún faltaba mucha alegría por devorar esta noche. Tenía como último objetivo conquistar a su presa más dulce y también la más difícil, el Zócalo.
Después del discurso de López Obrador en el Hilton, la gente aún tenía hambre de ese sentimiento que jamás había probado.
La velada se trasladó a Madero. Eran muchos para tan angosta calle.
El tigre llegaba a su ansiada cueva, a la plancha capitalina. Y las cervezas, el baile, las risas podrían continuar toda lo noche.
En nadie parece caber la duda o el miedo.
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