“Te voy a ayudar con tu miedo a la oscuridad”, le dijo el hermano lasallista Alejandro “G” a Sofía, una estudiante que estaba en el voluntariado de El SaltoDurango, sin imaginar que después abusaría sistemáticamente de ella al igual que de otras cinco jóvenes de la generación 22 del voluntariado en 2016.

De las seis mujeres, hasta ahora Sofía es la única que ha denunciado en la Vicefiscalía de LerdoDurango -donde se abrió la carpeta de investigación 6746/18- por el delito de violación en grado de tentativa y a raíz de eso las otras cinco chicas están decididas a dar a conocer su historia de hostigamiento que padecieron.

Sus versiones, dadas a EL UNIVERSAL en exclusiva, coinciden en la forma cómo opera el hermano lasallista para engañarlas, usarlas, sobrepasarse con ellas y describen a Alejandro como un hombre manipulador que se aprovecha de su poder.

Gabriel Alba Villalobos, provincial del distrito México Norte de los lasallistas, aseguró que se han atendido todos los temas que tienen que ver con presuntos abusos y que por ahora no hay todavía ninguna acusación y nada documentado formalmente.

“Le he pedido a las personas involucradas en todo este asunto, que documenten y que atendamos el asunto como corresponde. Que la parte legal atienda lo que tenga que atender”, afirmó.

El provincial del distrito Norte dijo que el hermano Alejandro está en espera de que haya algo formal y aseveró que como lasallistas están abiertos, igual que la postura de la iglesia.

Autoridades de la Vicefiscalía no quisieron dar información sobre el caso. Actualmente la carpeta de investigación está terminando de integrarse y la familia espera porque se expida en próximos días la orden de detención del hermano.

El primer caso

 

Sofía tiene 21 años y no concibe que el hermano Alejandro esté como si nada, mientras ella toma antidepresivos, pastillas para dormir y ansiolíticos a raíz del abuso que sufrió durante la primera parte de su voluntariado de julio a diciembre de 2016.

Sofía y su familia tienen historial con la comunidad lasallista. Ella estudiaba la preparatoria en el Instituto Francés de la Laguna (ITL), El Francés, como se le llama al colegio en Gómez Palacio, Durango. Sus papás llegaron a ser parte de la mesa directiva.

De acuerdo al ITL: “El hermano es un hombre que, siguiendo la llamada del Señor, se consagra totalmente a él con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, para dedicar toda su vida y todas sus fuerzas a la misión de educar a los niños y jóvenes. Es, por lo tanto, un religioso educador”.

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Sofía, de 21 años, toma antidepresivos, pastillas para dormir y ansiolíticos debido al abuso que sufrió durante su voluntariado, de julio a diciembre de 2016.

El voluntariado consiste en estar casi un año en El Salto, en la sierra de Durango, donde hay muchas comunidades de difícil acceso hasta donde los jóvenes llevan apoyo y catequesis, con la guía de los hermanos lasallistas. Al terminar la preparatoria, Sofía se inscribió para participar en las misiones.

Sofía recuerda que al poco tiempo de entrar le habían picado chinches en todo el cuerpo en una misión a una comunidad. “Me salieron ampollas, no podía dejar de rascarme. El hermano me dijo que me iba a poner Vick para que se me quitara la comezón y me dijo vamos a ‘casa de niñas’(donde dormían las estudiantes voluntarias)”, relata Sofía.

El hermano empezó a untarle el ungüento y a la vez le tocaba el cuerpo lo que incomodó a Sofía y trató de detenerlo. “No pasa nada”, le reviró Alejandro.

Sofía le había confiado tiempo atrás al hermano que le temía a la oscuridad y con la promesa que le ayudaría a superar su fobia la empezó a citar a las once de la noche en el centro comunitario, un edificio de tres pisos de los lasallistas.

En el segundo piso había varios cuartos. Estaba muy oscuro. Sofía temblaba de miedo. “Me dijo que caminara sola por el pasillo, pero de verdad yo le tengo mucho miedo a la oscuridad. Me ponía muy nerviosa. Al final del pasillo me dijo que necesitaba que me quitara la blusa. Se me hizo raro, no es normal pensar que un hermano lasallista, una persona que ha venido a tu casa, te quiera hacer daño. Estaba oscuro, no pasa nada, pensé”.

El hermano Alejandro le pidió que se recostara en un colchón y después le avisó que se acostaría encima de ella. “Me tengo que soltar”, le dijo el hermano, un hombre alto y robusto. Se acostó encima de ella y la apretó. “Tienes que soltarte”, le ordenó. Todo aquello, según el hermano Alejandro, era una “terapia” para ayudarle a Sofía a vencer su miedo a la oscuridad.

Todo era aprovechado por el hermano Alejandro; si Sofía le contestaba en el día varias veces de una forma que no le gustaba, era el número de prendas que se tenía que quitar cuando tuvieran su “terapia”.

“Había un conflicto en mi cabeza. Me sentía mal por lo que me estaba haciendo. Si le decía que ‘no’ se molestaba mucho conmigo, me gritaba. Que no fuera payasa, que él nunca me iba a hacer daño. ‘Chingada madre Sofía, quiero que entiendas que no lo hago porque quiero hacerte daño, es para ayudarte’, me decía”, cuenta Sofía.

En otra ocasión, en una comunidad, el hermano se quedó a dormir con los jóvenes voluntarios en un cuarto. Alejandro empezó a tocar a Sofía, primero la espalda, luego las nalgas debajo de la ropa interior. “Me tocó el pecho y pasó su mano enfrente de mis partes íntimas”, dice Sofía mientras cierra los ojos y es visible su nerviosismo. Cuando cuenta la experiencia apenas puede soltarlo, pausa sus palabras y tiembla como si lo viviera nuevamente. Aquella vez se congeló, no supo cómo reaccionar.

En sus “terapias” en el centro comunitario, una vez le cubrió los ojos con un paliacate y pidió que se describiera en tres minutos para ayudarla en su autoestima. “Cada que te pares, te vas a quitar una prenda y vuelves a empezar”, le indicó. Sofía se fue quitando las prendas hasta que quedó en ropa interior. “Quítate lo que quieras”, le ordenó.

Sofía no quería. “No estés con chingaderas, me voy a ir y no te voy a ayudar en nada, no estoy jugando”, le gritó Alejandro. Sofía se asustó y accedió a quitarse el sostén.

“Me hacía caminar por los colchones, me decía ‘haz de cuenta que estás modelando’. Me gritaba mil cosas”, recuerda Sofía, quien aún duda si le tomó fotos con su celular.

Cuando acabó el voluntariado, Sofía pensó que todo se había acabado. Pero el hermano Alejandro empezó a buscarla e insistirle que le hablara. “Me mandaba mensaje y me decía que quería hablar conmigo, pero no le contestaba; me preguntaba si me podía marcar y yo le dije ‘hermano, yo ya no tengo nada que hablar con usted, usted ya no está a cargo de mí”.

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Indiferencia del colegio

 

Alejandro llegó al punto de hablarle a la mamá de Sofía para llegar a ella, lo cual la armó de valor para contarle lo que había pasado por medio de una carta. No pudo decírselo en persona y todavía le cuesta hablar del tema, pero no quiere que alguien más viva lo que ella padeció y se desenmascare al lasallista.

Sus papás hablaron con el director del Instituto Francés de la Laguna, el hermano Carlos Martínez, quien a su vez habló con el Visitador del Distrito México Norte, José Gabriel Alba Villalobos y le pidieron a Sofía que relatara una carta, la cual tardó 15 días en escribirla porque no podía narrarlo.

Después, el director del IFL aseguró a la familia -apenas en julio pasado-, que cambiarían al hermano Alejandro a Monterrey, que recibiría terapia, que se le había confrontado y había aceptado lo que hizo. La familia quedó conforme, pero el hermano Alejandro seguía como si nada y lo presumía en redes sociales.

La familia se entrevistó con el hermano visitador a quien le pidieron la destitución de Alejandro de sus hábitos de hermano y les pagaran el tratamiento psicológico y psiquiátrico de su hija, pero toparon con pared.

“Usted no es una autoridad moral ni legal para decirnos qué tenemos que hacer. Ustedes no pueden decidir quién puede o no ser hermano. ¿Sólo porque dicen ustedes lo vamos a destituir?”, les respondió el hermano José Gabriel Alba y para calmarlos les prometió que hablaría con el “consejo de crisis”.

Tiempo después, a través del director del IFL, el visitador les mandó decir que no harían nada y que únicamente una autoridad legal les diría qué hacer. “Es el único caso. Procedan como crean conveniente”, fue el mensaje.

Así, el 8 de octubre de este año, Sofía y su familia denunciaron al hermano Alejandro por el delito de violación en grado de tentativa y están espera de que se emita alguna orden contra el religioso.

Los otros casos

 

Otras cinco muchachas, todas ellas de la generación 22 del voluntariado, coinciden en la forma como operaba el lasallista para engañarlas, aprovecharse y abusar de ellas. Una enfermedad o una lesión eran aprovechadas por el hermano para acercarse a las voluntarias; masajearlas, manosearlas, orillarlas a que se desvistieran.

“Perla” -nombre ficticio porque pidió el anonimato-, cuenta que ella en una ocasión se lastimó el pie jugando futbol y el hermano Alejandro la quiso “ayudar”. El hermano le empezó a sobar el pie y después le pidió que se pusiera un short. “Es el músculo, tengo que sobarte más arriba”, le dijo y empezó a masajearle arriba de la rodilla. “Hermano, la lesión es en el pie”, trató Perla de detenerlo, pero él le indicó que le tenía que sobar más y le pidió se quedara en calzones. Perla se sintió incómoda y presionada. “Te voy a sobar la pompi”, le dijo el hermano pero ella se negó. “Ahí no me duele”, lo detuvo.

“Me saqué mucho de onda”, dice ahora Perla. “Usó su autoridad, que es religioso. Nunca se interesaba con los niños”, recuerda.

Un día estaba triste y llorando porque su abuela había fallecido y llegó el hermano. “Tú te crees fuerte, pero no eres, te quieres hacer la fuerte, no crees en ti, por eso te dan esos bajones. Tienes una autoestima muy baja. Yo te puedo ayudar”, le dijo. Le explicó que sería una terapia donde al inicio se preguntaría “para qué”. “Pero te vas a sentir bien”, aseguró. También le dictó la misma regla: “todo lo que hagamos o digamos no puede salir de aquí. Si veo que estás rompiendo la regla me vas a dar permiso de que yo también diga tus cosas”.

Al final, Perla logró evadir al hermano. Empezaba una relación con un compañero voluntario en El Salto y el hermano quiso correrlos. “Nos quería tener muy controlados. Nos quiso correr. Nos dio a elegir quién se iba. Me quedé yo y corrió a mi novio”.

A la distancia, Perla recuerda al hermano Alejandro como una persona que le gustaba humillar. Que hacía sentir a los voluntarios de que no eran nada. “A todos nos manipuló y jugó con las mentes. Nos quería asustar diciendo que era la máxima autoridad”.

Misma táctica

 

A Andrea una voluntaria regiomontana, le dio fiebre y el hermano Alejandro mojó una blusa y se la recorrió por todo el cuerpo. “Me ponía pomada en los pies, en el pecho”, recuerda.

“Me sentía muy incómoda. Tenía las ganas de decirle no, de quitarlo, yo pensaba que no tenía morbo, que lo hacía por mi bien. ‘No lo hago con morbo’, me decía”.

A Andrea también le dijo que la ayudaría con una terapia para reforzar su seguridad. “Me dijo que tenía que decir cualidades en un tiempo y si me quedaba sin decir algo y todavía no terminaba el tiempo, me tenía que quitar una prenda”, relata.

El hermano Alejandro también la hizo caminar como si modelara. “Lo hago por tu seguridad, es sin morbo”, le aseguraba. “Hacía mucho frío y traía sudaderas a más no poder. Me hizo una especie de pasarela y quedé en brasier. Tengo como reprimido ese momento. Me sentía incómoda, quería pensar que sí era por mi bien, por mi seguridad, pero no”, platica.

"Aprovecha enfermedad"

 

Guadalupe, una voluntaria saltillense, tuvo un problema donde no podía moverse. El hermano Alejandro aprovechó y le pidió a otra compañera que le quitara la ropa. Guadalupe quedó en ropa interior y el hermano le frotó alcohol por todo el cuerpo. “Lo que uno tiene que hacer, hasta en problemas legales me puedo meter”, le decía a Guadalupe mientras le untaba el alcohol en el pecho, hombros, espalda, glúteos. “Es por ti, no por mí, lo hago para ayudarte”, se excusaba el hermano.

Ahora Guadalupe recuerda esas justificaciones y siente que las utilizaba para que ella sintiera culpa. “Nunca nadie me había tocado así, era algo muy incómodo”, relata de esa primera vez.

Dos meses después se repitió. Guadalupe no pudo moverse y el hermano insistió en frotarle alcohol. Guadalupe se negó. “Es por tu bien, o te quitas la ropa o te la quito yo. Es lo que hay que hacer”, le ordenó.

“Me daba miedo, asco y escalofríos. No dejaba de decir que estaba bien para que parara aquello. Trataba de convencerme que era por mi bien”, rememora Guadalupe. El hermano en cambio, se excusaba: “Sé que esto me podría atraer problemas, pero lo hago por ti y no por mí”.

En una ocasión Guadalupe tenía unos cólicos tan fuertes, que el dolor se reflejaba en su rostro. El hermano calentó arroz en una bolsa, le levantó la blusa a Guadalupe y le puso el arroz en el abdomen. Le apretó tanto que la quemó y el hermano insistió en ponerle pomada. “Es por tu bien”, le dijo. Guadalupe describe que el lasallista iba bajando su mano. “Los cólicos son más abajo”, le decía a la voluntaria, quien estaba sentada en un sillón. “Basta”, trató de pararlo, pero el hermano introdujo su mano debajo del calzón y le tocó la vagina. “Qué le pasa”, reclamó Guadalupe y lo quitó.

“Comenzó a hablar de mi familia, sacó el tema de mi papá y yo como que bajé la guardia en ese momento. Me dijo que no me haría daño, que no estuviera triste y me dio tres nalgadas después de su discurso”, dice Guadalupe.

El hermano intentaría manosearla otra vez. En una misión, ya dormidos, el hermano Alejandro jaló la bolsa para dormir de Guadalupe e intentó tocarla. “Lo empujé con una patada, le grité ‘entienda que no quiero’. Después de eso ya no lo volvió a intentar”, recuerda.

Pero nalgadas también recibió “Mónica” -otra voluntaria que pidió el anonimato-. Un día estaba en la cocina y el hermano Alejandro entró. “¿Estarás bien coluda?”, le dijo el lasallista. Mónica no supo cómo reaccionar ante el comentario del director del voluntariado. “Obvio”, le respondió como de broma. Caminó y el hermano le dio una nalgada. “Ah no, sí es cierto”, le dijo a la muchacha.

Y dicen que manipulaba

 

A los voluntarios lasallistas les realizan pruebas psicológicas antes de ingresar y el hermano Alejandro como director del voluntariado tenía esas pruebas. “Sabía cuál era nuestro talón de Aquiles”, dice Ana una lasallista de Monterrey que también vivió abusos.

Ana dice que los presionaba tanto que los hacía sentir como si fueran la peor escoria del mundo. Como a Sofía, a Ana también le aseguró tenía problemas de autoestima, de inseguridades y se ofreció a ayudarla.

“Vamos a tener que empezar a arreglarlo de una forma muy extrema, te tienes que desnudar; vas a tener que desprenderte de todas las cosas”, advirtió.

Un día, en la capilla el hermano le pidió que se quedara. Ana sentía miedo. “Es una terapia que te va a ayudar, te vas a sentir muy bien”, le dijo con la luz apagada. Después, la empezó a envolver en chantajes. “Vas a los pueblos a servir y darte a las personas, pero si no te amas a ti mismo, no puedes entregarte a los demás; si tú no estás completa, vas a llevar sobras y no quiero que den sobras”, le recitó el hermano.

Ana –recuerda- se sentía culpable, como si literal diera sobras a las comunidades. Ana terminó por aceptar la “terapia”. “No puedes decir nada, es secreto, sino yo voy a revelar lo que sé de ti”, amenazó el hermano Alejandro a Ana, como amenazó a otras voluntarias.

“Primero fue un zapato. Me estaba arrepintiendo, ya no quería hacerlo. Estaba ahí, era la única y ya era tarde, tenía sueño y miedo. Me quité los calcetines y me dijo ‘con eso te vas a enfermar, quítate la blusa’. Yo no quería y me decía que si quería progresar o no. Te confundía, se mete en tu cabeza, piensas que eso está bien en algún momento, no puedes salirte, no tienes a dónde ir y sentía mucho miedo”, platica Ana, que terminó en ropa interior frente al hermano.

Ana se vistió sin saber qué decir. El hermano empezó a cuestionarla si creía que lo que había ocurrido lo provocaba o excitaba. “Yo hice mis votos de castidad y estoy ayudando a más gente. No puedo tener hijos, pero siento que todos son mis hijos”, le dijo.

El hermano Alejandro le insistió a Ana para que tuviera una segunda “terapia”. Pero Ana se negó. “Te hacía sentir así como ‘te echaste para atrás, no quieres cambiar’”.
Al final de aquel voluntariado en 2017, el de la generación 22, el hermano Alejandro concluyó con una frase: “la misión apenas comienza”. Y sí, parece que apenas comienza.

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